Una nación es un plebiscito de todos los días
Existen variadas definiciones sobre lo que es una nación, aunque todas hacen referencia a un conjunto de personas que se encuentran unidas por vínculos comunes como son la lengua, la raza, la cultura, las costumbres y las tradiciones, que van conformando una historia específica dentro de unos límites geográficos. Podríamos decir, que una nación es la unión psicológica de un pueblo que toma conciencia de un destino común. Ernest Renan, en una conferencia pronunciada en la Sorbona el año 1882, titulada “Qu’est-ce qu’une nation?”, afirmó en ese entonces: “Una nación es un alma, un principio espiritual”.
Por eso, la gente que siente a su nación en lo profundo de su ser, lucha por su construcción y su defensa, a través de decisiones éticas, que son el verdadero ejercicio de la libertad. Sin esa capacidad de elegir a diario no hay libertad posible y sin libertad una nación agoniza, es débil, es avasallada o desaparece. Cada una de nuestras decisiones y actos, nos va construyendo a nosotros mismos y a la vez va construyendo la nación que deseamos. De allí que Renan haya proclamado: “Una nación es un plebiscito de todos los días”.
El término “Nación”, proviene del latín “nascere”, “nacer”. Una nación la conforman quienes han nacido en su territorio y comparten la misma lengua que a su vez unifica a la nación y a su historia. Esa lengua se transforma en lenguaje político cuando se utiliza en lograr acuerdos para un pacto social, como única herramienta de búsqueda de conceptos, estrategias y soluciones colectivas concertadas para aglutinar las individualidades en una causa común, en un destino común.
Sobre esto último, Hubert Peres, reafirma la importancia de participar en “una comunidad de destino”, compartida por sus miembros más allá de los desacuerdos políticos y de la diversidad social.
El sentimiento de que el destino individual solo es posible cumplirlo unido al de los otros, aunque piensen diferente a uno, forma parte de la construcción de una nación, que al final no es sino la suma del aporte de las convicciones, fidelidades, solidaridades y las narrativas personales que cada uno de sus ciudadanos desarrolla en libertad e igualdad.
La gesta popular del 16-J, significó el rechazo a “constitucionalizar el fracaso”, como bien lo definió Gustavo Roosen: “Nacida como una jugada política de audacia frente a la pérdida de aceptación ciudadana, la constituyente se anuncia como la consagración precisamente del modelo y de las políticas que han generado el inocultable fracaso de estos años” (El Nacional, 17.07.2017).
Siete millones seiscientas mil personas han puesto en marcha la reconstrucción democrática de Venezuela. Sin embargo, hay que terminar de definir ese gesto masivo, acompañándolo de conceptos y objetivos de un nuevo modelo de desarrollo, de un nuevo posicionamiento como nación, de un concepto que unifique de una vez por todas al pueblo en la defensa de la democracia y la búsqueda de un destino común.
Benedict Anderson (L’imaginaire national), aporta una definición que motiva a la reflexión: “Una nación es una comunidad política imaginada”. Esto quiere decir que una nación no es un hecho en sí, algo consumado, sino la permanente construcción de un ideal.
En Venezuela, hay que comenzar por la reconstrucción de las instituciones y de los valores, para poder lograr la democracia, la libertad, la igualdad y la justicia social. Pero estas palabras son tan solo una representación ideal. Como dice James Baldwin (Nothing Personal), “La realidad detrás de estas palabras depende, en última instancia, de lo que todos y cada uno de nosotros creamos lo que realmente representan, depende de las decisiones que uno esté dispuesto a tomar, todos los días”. Supeditar la política a la ética es el único terreno sólido desde donde tomar esas decisiones. Una nación, al igual que un individuo, se construye todos los días.
@edgarcherubini