Sensibles, no invisibles
¿QUIEN NO AFIRMA que para que los pueblos se integren es necesario invertir en programas de educación que hagan factible la cercanía y el concurso colectivo en actividades que produzcan beneficios más allá de las soberanías nacionales? Y si hablamos de inversión en recursos no pienso que esté allí el problema. Sí, es cierto que los Estados nacionales no han sido lo suficientemente generosos en la educación para la integración. Allí, parece, no radica el mal. Otros han acotado que el asunto está en la administración del recurso. Que ese proceso de inversión social no ha contado con el eficiente aparato administrativo capaz de hacer eficaz dicha inversión.
OTROS PONEN el acento en la incapacidad del que educa o del aparato educativo de los Estados para llevar adelante los proyectos y planes establecidos.
¿O es que sin buscarlo de tanto repetirlo se ha ido banalizando el discurso relativo a la educación y la integración? ¿O es que se ha colectivizado demasiado el tema dándole primacía al nosotros sobre el yo, al grupo sobre el individuo, dejando a lo singular fuera del foco de atención de los Es tados?
Porque la educación ha sido concebida, o mal entendida, cual cúmulo de conocimientos que sumados unos a otros nos hacen profesionales de algo. Y la estructura del prestigio y del éxito depende de esa máquina acumuladora en la que se olvida y desdeña la otra perspectiva, la del desarrollo humano.
PORQUE AL PARTO biológico lo acompaña uno tan significativo como lo es el parto social que dura toda la vida. Ese parto de múltiples maternidades y paternidades, hermandades y dificultades. El que tiene que ver con la constitución de una sensibilidad que se adquiere a lo largo de los años en ese proceso vital que se genera mientras compartimos con los demás y con nosotros mismos. En la casa común.
La propuesta general debería ir de manera concurrente con lo que venimos argumentando. Crecer individualmente con los demás. Parece una tontería pero creo que allí debe estar el norte. Nuestra razón de Estado debería estar allí. Nuestra razón de ser allí reposa. Nuestras acciones deberían buscar ese concurso. Ciudadanos sensibles.
SERIAMOS MAS ACTIVOS, capaces, protagonistas del mundo que habitamos. Seríamos en suma actores y no piruetas. Como individuos, pueblos, como naciones. Tendríamos fe en la acción, sentido de pertenencia, conciencia de las raíces que nos hacen miembros de una cultura y una civilización, de un país, un barrio, una calle y un hogar, si se puede. Daríamos sentido a las palabras, y educar sería un verbo promisorio, más allá de lo escolar y acumulativo que tiene hoy. Podríamos respirar con mayor facilidad nuestras diferencias, ya que seríamos capaces de entendernos a nosotros mismos y a los demás. Estaríamos mejor ubicados, daríamos sentido a nuestra acción pues los radares para comprender la realidad estarían mejor dotados. Nuestra capacidad para integrarnos con otros sería más sólida, más comprensiva, pues nuestra porosidad para dar y recibir, es decir, para clasificar y entender se vería multiplicada para sentir lo diverso y matizar a fondo la realidad que nos circunda y aprovechar para bien de todos y cada uno, lo complejo. Para cambiar el mundo, que no es más difícil que cambiarnos a nosotros mismos.