Apagones y crisis del sector eléctrico
Ahora que apagones y racionamientos eléctricos se nos están convirtiendo en costumbre es conveniente que aprendamos a distinguir entre estos términos para ir adquiriendo un poco de cultura sobre el servicio eléctrico, ya que, como van las cosas, es probable que la vayamos a necesitar.
Un apagón es una interrupción del servicio eléctrico en alguna zona de la red por un evento fortuito. Equivale a que se dispare el fusible de una casa ante un hecho que pone en peligro la red. Por el contrario, un racionamiento es una interrupción del servicio eléctrico en alguna zona de la red por una acción deliberada de la empresa de servicio eléctrico. Las palabras claves que los diferencian son fortuito y deliberado. Pero cuando el racionamiento no es avisado previamente a los clientes estos no tienen forma de distinguir entre apagones o racionamientos y, en consecuencia, les parece lo mismo. El apagón, por su carácter fortuito, ocurre en cualquier parte al azar, mientras el razonamiento es repartido “equitativamente” por la empresa de servicio, de acuerdo con las posibilidades: Hoy le toca al barrio A, mañana le toca al pueblo B.
En las frecuentes interrupciones que estamos sufriendo en casi todo el país están ocurriendo los dos fenómenos, por un lado han aumentado los apagones porque al sobrecargarse los sistemas aumenta el riesgo de que ocurran interrupciones fortuitas y, por otro lado, cuando la sobrecarga hace evidente que se producirá una interrupción la empresa opta por un racionamiento selectivo que evite un apagón de mayores consecuencias.
En este punto deberíamos definir también sobrecarga, pero aceptemos que es algo que comprende múltiples problemas que ocurren en una red eléctrica por el aumento de la demanda. El caso es que tanto los apagones como los racionamientos se presentan por sobrecargas en la red. ¡Ojo! Hay otro racionamiento mucho peor que se debe a incapacidad de generar la energía, pero ese no es el caso hoy y es mejor tratarlo en otra entrega. Hoy hay suficiente generación y lo que padecemos son redes sobrecargadas.
Cuando la situación se hace crónica, como está ocurriendo de manera generalizada en el país, se puede empezar a hablar de que estamos entrando en una crisis. Lo peor es que la demanda ha crecido aceleradamente en los últimos años. Las redes de hoy manejan 25% más electricidad de la que manejaban en 1999, pero son esencialmente las mismas, con contadas excepciones, por el retraso en las inversiones. Las empresas no generan internamente los recursos para hacer frente a este crecimiento y la política del socialismo del siglo XXI parece ser, y de hecho es en la práctica, mantener a las empresas en esta situación. Generar estos recursos se considera neoliberalismo puro. Entonces los recursos tienen que ser inyectados a las empresas desde otros sectores o, digámoslo sin eufemismos, de la renta petrolera, y los mecanismos de transferencia son siempre lentos. Cuando los problemas son múltiples el manejo centralizado siempre funciona mal. Esto es algo que demostró ampliamente el socialismo del siglo XX y que el del XXI deberá resolver.
La situación conduce a un retraso permanente de la adecuación de los sistemas al crecimiento de la demanda, que sólo se puede parapetear administrando racionamientos selectivos y repartidos lo más democráticamente posible para disminuir los apagones no controlados que tienen consecuencias mucho más graves. Si no se produce un cambio, con la urgencia que merece, lo que nos queda será resignarnos a soportar los racionamientos y pensar que resultan buenos ante la alternativa del apagón general que llegará más temprano que tarde.