Opinión Nacional

¿Podría un huracán como Katrina azotar a Nueva Esparta y Sucre?

Durante demasiado tiempo muchos jefes de estado y de gobierno han desoído las advertencias de los científicos—especialmente de aquellos que han estado alertado sobre el calentamiento global y sus posibles consecuencias—el peor ejemplo ha sido dado por los Estados Unidos de América, el que hasta la fecha se ha negado a firmar el Protocolo de Kyoto que es un acuerdo internacional que establece metas para la reducción de la emisión de los contaminantes que contribuyen a incrementar las temperaturas promedio de los océanos y de la atmósfera.

Desde hace varios años, el mundo ha estado observando como se han multiplicado por doquier, las tragedias causadas por eventos climáticos severos—ya se trate de extendidos períodos de sequía, de enormes incrementos en las precipitaciones, de lluvias monzónicas, tormentas tropicales, tifones o huracanes, que tienen a su vez una influencia directa sobre los volúmenes de agua que almacenan lagos y embalses o transportan los ríos y quebradas.

¿Fue el huracán Katrina una consecuencia del calentamiento global? Es vital que los expertos ambientales y meteorológicos de Venezuela busquen pronta respuesta a esta pregunta—y el gobierno comience a aprender de la catástrofe sufrida por los estados de Louisiana, Mississippi y Alabama, de los Estados Unidos de América—para que comience desde ya a elaborar planes y adquirir los insumos logísticos que permitan a nuestras organizaciones de Defensa Civil y a nuestras Fuerzas Armadas, responder adecuadamente a emergencias como la lamentable catástrofe mencionada.

Venezuela nunca se ha preocupado por los huracanes que transitan por el Mar Caribe, debido a que las predominantes corrientes marinas y la circulación de los vientos, tradicionalmente provocan que las rutas que siguen estas muy peligrosas tormentas, se mantengan alejadas de nuestras costas atlánticas y caribeñas. Pero el calentamiento global tiene el potencial de cambiar esto, haciendo que la tradicional ruta seguida por los huracanes del Mar Caribe, se desplace cada año más hacia el sur.
Si La Tierra se está calentando cada día más—sin duda que el mayor aumento de las temperaturas se debe registrar a lo largo del Ecuador—y Venezuela, está totalmente ubicada al norte del Ecuador—incluyendo a todo su mar territorial, toda su plataforma continental y toda su zona (marítima) exclusiva; tanto sobre el océano Atlántico en jurisdicción de los estados Delta Amacuro, Monagas y Sucre; como sobre el Mar Caribe en jurisdicción de los estados Nueva Esparta, Sucre, Anzoátegui, Miranda, Vargas, Aragua, Carabobo, Falcón y Zulia. Y no debemos olvidar a nuestras doce “Dependencias Federales” , que van desde el occidental archipiélago de Los Monjes al norte del Golfo de Venezuela; hasta Isla de Patos al sur del extremo este de la Península de Paria.

Ciertamente es bastante difícil (pero no imposible); por las corrientes marinas y vientos predominantes, que el ojo de un huracán caribeño toque tierra firme venezolana— como tampoco lo hizo el ojo del Huracán Katrina sobre la ciudad estadounidense de New Orleans—ni sobre Gulf Port, la ciudad del estado de Mississippi, más próxima al este de New Orleans; sino que pasó entre esas dos poblaciones—pero aún así—produjo los catastróficos daños humanos y materiales que aún estamos conociendo. Porque el vórtice de vientos y precipitaciones que forman las zonas inmediatamente aledañas al ojo de todo huracán, si pueden y afectarían zonas costeras de tierra firme—y de varias decenas de kilómetros hacia el interior—especialmente de los estados orientales. Y sin ninguna duda que el Estado Nueva Esparta y las Dependencias Federales, si podrían ser arrasadas por el ojo de un huracán tropical.

De lo que hasta ahora han divulgado los medios de comunicación social, he podido apreciar que una de las previsiones que debe contemplar cualquier plan de atención de catástrofes como la causada en el sur de los Estados Unidos, por el huracán Katrina, es la de contar con sistemas inalámbricos y a baterías, que permitan hacer llegar a la población afectada—y recibir de ella—información de todo tipo. Una opción, son los radios receptores satelitales que ya existen en el mercado y que podrían ser hechos asequibles a la población mediante subsidios gubernamentales; así como los radios transmisores satelitales; también disponibles en el mercado, que deberían ser de dotación normal, de todas las instituciones oficiales de los estados, municipios y dependencias federales, que tengan las más altas probabilidades de sufrir una catástrofe como la ya varias veces mencionada arriba.

La ONU, desde hace años, ha estado distribuyendo en algunas poblaciones muy pobres del Africa sub-sahariana, radios receptores que ni siquiera necesitan de baterías, sino que traen un dinamo interno que al ser movido por una manivela–como los teléfonos de principios de siglo–obtienen la suficiente electricidad para operar.

Otra amarga lección, que nos enseñó la tragedia de Louisiana, Mississippi y Alabama, es que toda orden de evacuación forzosa de poblaciones en riesgo, debe planificar la previa—y forzada—evacuación de todas las cárceles, y de todos los centros de salud—públicos y privados—que alberguen pacientes hospitalizados; así como los asilos de ancianos, orfanatos, y otras instituciones—públicas y privadas—que alberguen a infantes, ancianos y discapacitados, a los que les resulta difícil o imposible, desplazarse por sus propios medios, o contar con alguien que se encargue de evacuarlos.

Finalmente, si los organizadores de las evacuaciones en el sur de los Estados Unidos, hubiesen verificado telefónicamente las residencias privadas de las zonas en evacuación, para conocer si aún existían personas—hábiles física y mentalmente para desplazarse hacia albergues temporales o fuera de los lugares en riesgo—pero renuentes a evacuar; no hubiesen sido “sorprendidas” por la desesperación de los millares de personas, que—pasado el huracán—exigían ser evacuadas y asistidas cuando ya era demasiado tarde.

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