Fascismo en Pelotas
“Ganar un partido internacional es más importante para la gente que capturar una ciudad”, declaró una vez Goebbles, el brillante y siniestro propagandista del régimen de Hitler y por eso la Alemania Nazi se esforzó en organizar un excelso espectáculo en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936 para demostrar la supuesta grandeza de sus deportistas y organizadores “arios”. Sin embargo, Hitler no pudo celebrar con el deporte más popular del mundo – el fútbol – lo que el fascista Mussolini logró convertir en una victoria política: los triunfos de la selección de su país en dos Mundiales consecutivos, el primero en misma Italia (1934) y luego en Francia (1938).
Así como el Duce capitalizó los triunfos de Italia en el fútbol – se especula que corrompió e intimidó a los árbitros en la Copa disputada en su país – Franco, que no pudo vanagloriarse de la victoria de la selección española en ningún torneo internacional, tomó el control de algunos equipos de la liga de su país durante la guerra civil y convirtió al Real Madrid en emblema, hasta el punto que, luego de convertirse en dictador de España obligó al equipo de Barcelona a utilizar su nombre en castellano, en lugar de catalán, les obligó a cambiar el uniforme que solía identificarse con la causa republicana y los incluyó en el torneo al cual le cambió el nombre por el de “La Copa Generalísimo”. La actual rivalidad deportiva entre el Madrid y el Barca tiene una raíz política. En 1974 en un triunfo del Barça al Madrid los catalanes se volcaron a las calles retando a la agonizante dictadura franquista con las banderas de su región y cantando su himno prohibido.
Dictaduras militares latinoamericanas también usaron al fútbol a su servicio como sucedió en Brasil 1970, Argentina 1978 – soterrando las protestas de las Madres de Mayo con los gritos de goles – y el “Mundialito” de Uruguay 1980-81.
En el actual mundial solo Costa de Marfil gobernado por Laurent Gbagbo sin intención de abandonar el poder, Togo presidido por Faure Eyadéma tras elecciones cuestionadas por organismos internacionales, Arabia Saudita dominada por la misma dinastía hace 70 años y la Irán del peligroso Ahmadinejad, podrían aprovechar un éxito en el Mundial de Alemania para sus nefastos propósitos. Afortunadamente, alguno de esos escenarios es futbolísticamente remoto.