Si sólo fueran supersticiosos y mojigatos…
Algunas personas, al enterarse del intoxicante número de patentes registradas y de las constantes innovaciones—en todos los campos del saber y actividad—de los seres humanos que habitan las zonas templadas del hemisferio norte (tanto de América, como de Europa), han construido mentiras que dicen que los habitantes de los trópicos y de otras zonas cálidas del hemisferio Sur (El Caribe, América del Sur y África) son, “inferiores”—especialmente debido a sus “razas” de piel obscura y a su “indiscriminada mezcolanza de razas y etnias”. Pero nada de eso es cierto—como lo han demostrado los numerosos estudios antropológicos basados en el ADN—los que, principalmente han comprobado que no existe tal cosa como una “raza” humana; sino una sola especie (Homo sapiens) íntima y estrechamente emparentada, sin importar las apariencias externas o los “coeficientes de Inteligencia” que presenten las personas. Las enormes diferencias en desarrollo y prosperidad, son eminentemente debidas a razones político-económicas, sociales e históricas.
Sin embargo, también existe una causa natural—pero que en vez de estigmatizar a los subdesarrollados, mas bien, ha beneficiado enormemente a los habitantes de los países desarrollados del hemisferio norte: el clima.
A cualquier niño habitante de un país de clima templado, se le facilita entender la muy dura realidad—y sobre todo las muy complejas leyes de la Física, porque las ven en funcionamiento todos los días ante sus ojos. Por ejemplo, esos niños no sólo pueden ver a los arco iris en el cielo y aceptar que la luz blanca está compuesta de muchos colores—como también pueden verlo los niños de los trópicos, sino que además pueden comprobar que la luz es también energía al ver como un trozo de tela de color negro colocado sobre la nieve, se hunde en ésta, mientras que un trozo de tela de similar forma y tamaño, pero de color blanco no se hunde, cuando ambos trozos de tela son iluminados por la luz solar: porque la tela negra absorbe toda la energía solar y se calienta derritiendo la nieve, mientras que la blanca refleja toda la luz solar y permanece fría sin derretir la nieve—o también pueden comprobar en las puertas de sus casas y escuelas, como la elíptica órbita terrestre y el inclinado eje de rotación del planeta Tierra, hacen que durante el Invierno las regiones nórdicas de la superficie terrestre reciban menos energía solar provocando que las hojas de los árboles deciduos cambien del verde a diferentes tipos de matices de rojo, naranja y amarillo y luego se desprendan de las ramas dejando a los árboles completamente desnudos—para “irse a dormir” ante la reinante escasez de energía solar; o que la lluvia—por la misma razón—se transforme en nieve y la superficie de mares, ríos y lagos se congele—y pueden ver también “en pleno desarrollo”, hasta la fuerza de los átomos de oxígeno e hidrógeno que unidos en moléculas en las pequeñas ranuras y resquebrajamientos existentes en aceras y calles, rompen al concreto y al asfalto a medida que el agua congelada se expande para convertirse en hielo. Para los niños de los trópicos es muy cuesta arriba entender estas “fantásticas explicaciones” de sus profesores de Física—y muchas otras—porque en “su mundo” eso “no es verdad”. Los niños de las zonas templadas también saben que no pueden construir un rancho de cartón bajo cualquier puente o al borde de cualquier quebrada o precipicio, porque una feroz tormenta de nieve (blizzard) lo derribaría en minutos como el lobo de las caricaturas derriba la casa de paja de los tres cochinitos; y que el frío del Invierno les congelaría la sangre y todos los demás fluidos de su organismo hasta matarlos en unas pocas horas.
Además de la causa natural que ha hecho a los habitantes del hemisferio norte “mas industriosos y capaces”, existe una causa religiosa que ha convertido en atrasados y pobres a los habitantes del hemisferio sur: porque los sacerdotes—que en los Estado Unidos de América—tienen prohibido enseñar–cualquier religión—en los salones de clase, en el hemisferio Sur le enseñan a los niños que el Universo no se originó en una Gran Explosión ( el Big Bang), sino que fue creado por Dios en apenas seis días; y que los seres humanos no se originaron mediante el proceso natural de evolución de las especies—desde microorganismos unicelulares hasta el Homo sapiens de hoy—en un período de miles de millones de años, sino que son descendientes de Adán y Eva—creados por Dios; el primero a partir de barro y la segunda a partir de una costilla de aquél; que el método de locomoción de las serpientes no es uno de los más avanzados desarrollados por la naturaleza—porque le permite a las serpientes correr más rápido que el hombre sobre una duna de arena, sino que también les permite trepar árboles, nadar y hasta planear de un árbol a otro—sino que las serpientes, “fueron condenadas por Dios a arrastrase sobre su vientre, por haber inducido al pecado a Adán y Eva”. Esos sacerdotes le enseñan a los niños que el más avanzado de los mecanismos de reproducción desarrollado por la naturaleza para asegurar genotipos únicos que aumenten considerablemente los chances de supervivencia de las especies ante cambios en su ambiente natural (la reproducción sexual), es un acto sucio y pecaminoso del que deben alejarse los sacerdotes y monjas si quieren “permanecer puros”, y que el muy poderoso instinto natural, muy normal y saludable que lo gobierna (el instinto sexual), “es la manifestación de los pecados de lascivia y lujuria”, con el cual, “todas las mujeres incitan a los hombres a pecar y a condenarse”. Esos sacerdotes en vez de hacer las diligencias para que el cuerpo incorrupto de Santa Bernardita (1844-1879) o la sangre de San Genaro (mártir del siglo cuarto) estén en laboratorios para que los científicos determinen porqué no se descompone el cuerpo de la Santa a pesar del paso de los siglos o cuáles son las causas físico-químicas que hace que la sangre coagulada del Santo, se licúe aleatoriamente, insisten en que son cosas inexplicables y milagrosas—y obras de Dios.—y también les enseñan a los niños, que aunque el duro trabajo y el ahorro son el camino garantizado para ser próspero y poder adquirir propiedades; existe también la opción de rogarle a Dios o a Santa Rita de Casia, para que milagrosamente “les consiga una casita”.
Así que si los sacerdotes—de cualquier religión—tan sólo fuesen supersticiosos y mojigatos como quienes creen que las constelaciones del Zodiaco determinan el carácter y el destino de las personas—o que un mazo de barajas del Tarot—recién salido de los talleres de las imprentas que los fabrican—puede pronosticar su futuro más inmediato—o lo que es más divertido: que realmente crean que existen personas capaces de “leer” lo que “dicen” el Zodiaco y el Tarot—no existiría ningún problema grave; siempre y cuando los adivinadores y magos no pasen de estafarle unas pocas monedas a sus clientes para causar daños mayores al inducir a los crédulos con sus predicciones a sufrir ellos mismos o causar a otros, grandes daños irreparables o a cometer algún tipo de delito.
Pero cuando una nación encarga a los sacerdotes—de cualquier religión—la tarea de formar a los ciudadanos de su país—lo que ocurre cuando un niño, adolescente o joven adulto es sometido a los procesos de educación primaria, secundaria y universitaria, lo que está haciendo es crear fábricas de atraso y pobreza—fábricas de miseria, como se observan por doquier en el hemisferio Sur. Al alejarlos de ciencia y la razón para sumergirlos en la ignorancia y la superstición.