¡Al fin, los estudiantes!
Inmediatamente después de conocido el asesinato de los niños Faddoul y Miguel Rivas, una inmensa cantidad de jóvenes en todo el país se lanzó a la calle a protestar contra este horrendo crimen para exigir justicia y seguridad a las autoridades.
Fue sorprendente la pronta respuesta de universitarios, incluso acompañados por sus profesores, en todas partes. Sorprendió ver que finalmente los estudiantes materializaron acciones concretas para reclamar y exigir condiciones que les permitan trasladarse de un lugar a otro sin arriesgar sus vidas.
El comentario, casi unánime, entre la mayoría de los padres de esos estudiantes universitarios de distintos sectores sociales y tendencias políticas, que suspendieron sus clases y se agolparon en las calles fue ¡Al fin! ¡Al fin pareciera que la juventud entre dieciocho y veinticuatro años aproximadamente, que es la edad en que se supone acuden a las aulas de estudio en las universidades, se da cuenta de que el problema les afecta! Y que su realidad va más allá de acudir a clases y pasar una noche entre panas escuchando música con los amigos los fines de semana.
No hay nada de malo en ello. También los ‘viejos’ tuvimos nuestros ratos. Pero por momentos pareciera que los muchachos no se interesan en otra cosa que lo que les toca la piel directamente. Lo de política no es con ellos. La tragedia es ajena. Los muertos no son conocidos suyos. Como dicen en España, ‘pasan de eso’. Hasta que la tragedia les quema un amigo, el muerto es el chamo de la clase, el miedo llega para quedarse. Entonces reaccionan. Y viene el ¡Al fin! que deseamos tantas veces, cuando les veíamos desinteresados y extraños a los problemas que vivimos diariamente.
No hay nada que añoremos más los ‘adultos contemporáneos’, como nos llaman ahora los muchachos, para no ofender nuestros cuarenta años, que nuestra mocedad. El verdor de nuestros abriles nos transporta a recordar entre amigos los amores y música de primaveras pasadas. La juventud es siempre una delicia que se disfruta durante y después en los recuerdos. La juventud es una época de la vida valiosísima. Es un campo siempre dispuesto a dar frutos inapreciables si se aprovecha el momento preciso para sembrar.
Por eso, es importantísimo no solo que se eduque a la juventud en disciplinas que lleven a su formación para el desarrollo futuro de los pueblos. También es necesario sembrar valores que hagan que ese futuro sea meritorio y dignifique al ser humano para vivir en paz y libertad. Entender los intereses de los hijos que nos da el presente no excluye que sea imperativo adosarles la idea de que a quienes verdaderamente pertenece el futuro del país es a ellos. A todos ellos, sin exclusiones de ningún tipo.
Plantearles la misión que la historia les ofrece, como asumir el compromiso de trabajar por el país y no solo ser parte indiferente de él. Reunificar a los venezolanos, contribuir desde el espacio individual a la solución de problemas sociales con un sano pragmatismo y otorgar espacios al surgimiento de un nuevo liderazgo que luche apasionadamente por el país que seguramente esa enorme cantidad de jóvenes sueña tener.
Es realmente alentador contar con una juventud como la que vimos hace unos días. Una juventud se une para reclamar, protestar y rezar por unos muchachos como ellos a quienes mataron despiadadamente. Para exigir seguridad y defensa. Para tener la oportunidad de estudiar y divertirse con sus panas, sanamente y sin temor. Para hacer suya la oportunidad de vivir en un medio donde la vida sea otorgada y recogida por Dios y no por los hombres.
¡Al fin, los estudiantes!