De valores y moda en un traje de baño
Fui a comprarme un traje de baño con miras al descanso de unos días de
playa antes de que la muchedumbre amarizara en Semana Santa. Recorrí
varias tiendas de artículos femeninos. Me fue casi imposible encontrar
algo que sirviera para meterme al agua y que se ajustara a mis
necesidades. Entre algunos que semejaban los taparrabos utilizados
por nuestros primitivos habitantes, con dos pañuelitos minúsculos para
arropar la parte superior, y otros bañadores adecuados para señoras de
edad como la de nuestras abuelas, no encontraba uno que llenara mis
requisitos. Sencillamente quería un traje de baño entero, que cubriera
parte de mi fisonomía, de colores alegres, moderno y, naturalmente,
cómodo, como para poder lanzarme a correr olas sin riesgo de perder
parte de mi vestimenta.
Una de las señoritas que tuvo la gentileza y la paciencia de mostrarme
unas decenas de ellos, sorprendida por mi petición, me preguntó si yo
era una fanática religiosa que no me permitía usar bikini, porque
‘eso’ estaba pasado de moda. Solté una carcajada y contesté que soy
católica, pero únicamente ‘fan’ de Los Leones del Caracas y del
Barça, que llevo veintitrés años casada, profesional, dos hijos, adoro
achicharrarme en la playa, tomarme una cerveza, o dos, heladitas, y
que me veo como una mujer común y corriente, pero que consideraba que
el pudor y la decencia no tenían motivos para no estar de moda.
La cara de la muchacha era un poema. Sonriendo me dijo: «Hay que ser
bien valiente para ponerse un traje de baño así en estos días». No,
respondí a esa criatura que podía ser mi hija, es que la moda la
impone una, no se la imponen a una.
Así, partí a otras tiendas hasta que encontré ¡al fin! algo que se
ajustara a lo que quería.
El episodio me dejó pensativa. Me sumergí como en otras oportunidades,
en cuestionamientos que enfrentan la moda con valores morales y
sociales que deben ser conservados.
En ocasiones pensamos que ir contra la corriente o al menos tener
ciertas diferencias con lo que se ventila en las pasarelas o en los
medios de comunicación nos ubica en la prehistoria, cuando en realidad
no es así. Quienes ponen ‘in’ las prendas de vestir, igual que los
modos de vida y las tendencias del mundo actual somos nosotros mismos.
La moda es algo tan precario como temporal, y los valores son
cimientos que sustentan la permanencia de la sociedad sobre bases
sólidas e indestructibles.
La moda y los valores no tienen por qué enfrentarse. Pueden caminar
armoniosamente de la mano e integrarse para transitar el camino de la
evolución y el desarrollo necesario para las sociedades. Con
principios firmes que den sentido al avance y toquen el futuro con
integridad. Que den a la humanidad del hombre, la dignidad del hombre.
El hombre o la mujer con principios se caracterizan por tener
convicciones profundas, que no ceden ante las presiones como la moda u
otras corrientes en que se mueve la sociedad. Y no se trata de
fanatismo, remilgo o mojigatería. Se trata de decoro, recato, pudor
hasta en el hablar y la forma de conducirse. Se trata de conservar
inalterables valores necesarios que acrecientan el capital humano con
sobriedad.
Nadar contra la corriente requiere buenos brazos y piernas para patear
constante y fuerte. Es ciertamente posible, aunque a veces se imagine
bichos raros a quienes defienden valores que hacen tambalear las
tendencias más populares.
El Papa Juan Pablo II defendió las posiciones más impopulares del
mundo, como cuando fijó la posición de la Iglesia en contra del
aborto, la eutanasia y la homosexualidad por citar algunas, y a pesar
de eso, podemos decir con toda certeza que fue el hombre más popular y
de los más queridos por el mundo entero en el siglo XX.
La conservación y defensa de valores morales es pues, materia
pendiente. En cualquier tiempo y lugar, para todos y para siempre. Más
allá, mucho más allá del lindero de una tienda en la acción de
comprar un traje de baño.