Opinión Nacional

El mestizaje americano

Se hace más servicio a Dios en hacer mestizos
que el pecado que con ello se hace
Proceso Inquisitorial de Francisco de Aguirre,
Gobernador de Tucumán

Si algún tema convoca la atención reiterada, la indagación febril, la prosa característica y una pasión inocultable en el pensamiento de Arturo Uslar Pietri es el mestizaje americano. Para el autor, este fenómeno se encuentra en el origen del nacimiento de un Nuevo Mundo, en el que «ni el europeo, ni el indígena, ni el africano pudieron seguir siendo los mismos… Lo que surgió no era ni podía ser europeo, como tampoco pudo ser indígena o africano.” (1)

El escritor, en muy diversos ensayos y artículos, y desde diferentes perspectivas, aborda el tema del mestizaje americano para insistir en él, una y otra vez, a objeto de explicarlo en sus variadas manifestaciones, y, muy especialmente, en la cultural. Recuerda Uslar que este fenómeno, si bien no es propio ni exclusivo del nuevo continente encontrado, es, en el caso de América Latina, lo suficientemente particular, específico y, sobre todo rico, desde el punto de vista civilizatorio, y de la historia y conformación de la humanidad, puesto que en palabras del escritor: “es sobre la base de este mestizaje fecundo y poderoso donde puede afirmarse la personalidad de la América hispana, su originalidad y su tarea creadora. Con todo lo que le llega del pasado y del presente, puede la América hispana definir un nuevo tiempo, un nuevo rumbo y un nuevo lenguaje para la expresión del hombre, sin adulterar lo más constante y valioso de su ser colectivo, que es su aptitud para el mestizaje viviente y creador.” (2)

Reconoce Uslar Pietri que “en cierto modo, la historia de las civilizaciones es la historia de los encuentros”, y que estos grandes encuentros de pueblos diferentes por los más variados motivos fueron “los que han ocasionado los cambios, los avances creadores, los difíciles acomodamientos, las nuevas combinaciones, de los cuales ha surgido el proceso histórico de todas las civilizaciones”.

En coherencia con la precedente afirmación, nuestro escritor realiza una revisión del mestizaje a lo largo de la historia del mundo y del acontecer de la humanidad. Confirma que Mesopotamia, todo el Mediterráneo oriental, Creta y Grecia fueron, en su época, en los momentos cruciales de la conformación de la humanidad, zonas de encrucijadas y de encuentros para erigirse “en los grandes centros creadores e irradiadores de civilización”. Enfatiza Uslar que el mayor impacto, el hecho significativo de estos encuentros de razas, lenguas, estilos de vida, dioses, concepciones del mundo y maneras de entender al semejante y de hacer las cosas, fue el mestizaje cultural. Estas civilizaciones “convivieron en pugna, resistencia y sumisión, y mezclaron las creencias, las lenguas, las visiones y las técnicas. El mestizaje penetró el Olimpo”.

Roma tampoco escapa a esta circunstancia: “todas las culturas del mundo conocido trajeron su aporte a ella”. En efecto, para el escritor la historia de Occidente es el más vivo muestrario, el repertorio dicente, la vitrina sinigual, en los que un mestizaje aluvional dio origen a una cultura y a una civilización asentada en la diferencia, en la disimilitud que pugna y se enfrenta para, al fin, encontrarse. Con el objetivo de encarnar el mestizaje cultural de la Europa de aquellos tiempos, de darle músculos y huesos, fisonomías reconocibles, evidencias humanas, Uslar afirma que “grandes creadores del mestizaje cultural fueron Federico II Hohenstaufen, Alfonso X de Castilla, los arquitectos del románico, los escultores del gótico, Dante, Cervantes, Shakespeare.” (3) No deja de lado el escritor la saga de Carlomagno, “ese ensayo de injerto en la vida germánica de la romanidad cristiana”, para ahora de manera visual ilustrarnos este mestizaje físico y cultural que se dio en la historia de Occidente, y que encuentra su mayor simbolismo paradójico cuando miramos. “…al caudillo bárbaro, con su lengua no reducida a letra, con su cohorte de jefes primitivos, coronarse emperador romano entre los latines del papa y las fórmulas palatinas del difunto imperio.” (4).

España, como ningún otro espacio físico y humano, experimenta también el embate de esa fuerza implícita en el mestizaje. No escapa la Península Ibérica a los afanes de dominación, sojuzgamiento, conquista y colonización que desde los más tempranos tiempos personificaron guerreros, administradores, sacerdotes, comerciantes, en fin, hombres y mujeres provenientes de los más distintos y remotos orígenes. “Indígenas, ibéricos, cartagineses, romanos, godos, cristianos, francos, moros, judíos, contribuyeron a crear la extraordinaria personalidad de su alma compleja y poderosa” (5), expresa Uslar al referirse a los elementos étnicos y culturales que, a lo largo de la historia del hombre, se entreveraron en un espacio físico que más tarde, luego de muchas batallas y armisticios, de años de tinta y sangre, de amores impuestos y lechos consentidos, de historias propias y ajenas, pasó a llamarse España, cuyos hombres ya mezclados, tanto en genes como en creencias, fueron protagonistas y actores de reparto de una de las más esplendorosas y significativas aventuras de la historia reciente del hombre: la creación de la América Mestiza.

En apoyo a esta realidad de la mixtura étnica que se engendró y alimentó durante largos siglos en la España contemporánea, José Maria Carandell confirma que: “Pocos países hay en el mundo, tal vez ninguno, que en poca superficie reúnan una tan gran diversidad de climas, aspectos geográficos y tipos humanos, como la múltiple y hasta el siglo pasado diferente España. Aquí imprimieron su huella fenicios, griegos y cartagineses atraídos por la fabulosa riqueza de la mítica Tartesos, uno de los grandes misterios antiguos que están aún por desvelar. Después la Roma imperial, símbolo de civilización, de cultura y de normas de derecho, romanizando a Hispania, le dio su lengua y sus costumbres, su modo casi definitivo de pensar y de existir. Más tarde, cuando la decadencia del Imperio, los bárbaros del Norte, en briosa galopada, procedente de las selvas de Germania, irrumpieron en las fértiles campiñas ibéricas clavando los pendones de sus nobles y sus reyes, sembrándolas de godas dinastías, tronco genealógico de monarcas, raíz de Iberia, de la España por venir. Pero la civilización que más honda huella dejó fue la árabe.

En España alcanzó su máximo esplendor. Córdoba con su califato, fue uno de los centros esplendorosos de la cultura europea. Y los judíos, que dejaron aquí de ser errantes, para convertirse en españoles distinguidos en todas las ramas de la cultura, de la economía, del saber. España, al alcanzar su plenitud, toda esta riqueza étnica la volcó en Hispanoamérica. “(6)

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