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Del fraude constituyente y otras aporías

“Quare siletis juristae in munere vestro.” Giorgio Agamben

Si ensayamos un diagnóstico susceptible de ser compartido por los venezolanos de distintas extracciones seria ese, de acuerdo al cual, este momento constituye un punto de inflexión en nuestra historia como nación y como república.

De un lado; algunos piensan que el esfuerzo llamado revolucionario constituido por la experiencia chavista se salda con un fracaso exponencial. Asumen que no es aceptable continuar pagando el enorme costo de oportunidad que ha supuesto esta aventura chavopopulista que nos ha quebrado económica y socialmente. Otros apuestan a un intento de extender la experiencia, mas para permanecer en el poder, por intereses propios, que por que tenga sentido histórico; desnudando así, una de las mas gravosas constataciones de esta hora ciudadana, la de la liviandad moral que caracteriza a muchos. Un tercer grupo apunta a reclamar una oportunidad para ellos, un chance de futuro, una posibilidad de porvenir. Todos tienen claro que no hay nada distinto a esto que padecemos, en el tiempo que viene, sino se produce un cambio radical.

¿Cuanto nos hemos empobrecido? Materialmente y espiritualmente. El filosofo venezolano José Rafael Herrera se hace eco de ese evidente adelgazamiento cultural, moral, personal que exhiben ingentes contingentes sociales, cada día mas secos, vacuos, sosos, aturdidos por las mas variadas carencias y llenos de vacilaciones y de pesada resignación. En paralelo; ese tejido que nos une en espacio, valores, tiempo y cultura se deshila, advirtiendo que se marchan muchos desarraigándose desesperanzados y distintos, acumulan una suerte de rencor para con el país que a diario maldicen, hartos de frustraciones y temores. Una espesa opacidad termina cayendo sobre la expectativa existencial de las mayorías que se cargan de rabia, ira, furia al asumirse como víctimas de los que condujeron los asuntos públicos privándolos de su elan vital como diría Bergson, de su vital forcé como repetiría el americano Ralph Waldo Emerson.

En la universidad se cumple una secuencia perniciosa. A diario se habla, glosa, comenta un modelo humanista, un paradigma invisible o peor aun contrario a lo que vemos y palpamos. Se obvia por algunos la verdad y se desconoce el deber. En las ciencias percibimos como si una centrifuga nos sacara del instante tecnológico y nos negara así, el avance, la iniciativa, la innovación, la creatividad y por el contrario nos condenara al retroceso, a la inercia y a la mediocridad. Es realmente doloroso como nos quedamos atrás con relación al proceso del mundo, e inclusive de américa latina que ya es bastante decir. Chávez y la caterva de espalderos que lo heredó, me recuerdan al Oficial Millán-Astray, aquel 12 de octubre de 1936 y “Viva la muerte, muera la inteligencia” y la respuesta de Miguel de Unamuno, “Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho”

Por eso, advierto que nos estamos jugando todo, la vida, la ilusión, los bienes, los derechos y hasta la fantasía. Viene a mi memoria un texto de varios que he leído del periodista y comunicador social Andrés Oppenheimer que presenta una especie de encrucijada, una suerte dilemática que el reduce a crear o perecer y yo, traduzco en el lenguaje de la crisis como cambiar o morir. El colmo de los colmos consiste en esta falsa disyuntiva que nos han propuesto desde la clase política gobernante con la fraudulenta asamblea constituyente, gatopardiana en el más claro ejercicio de hermenéutica de la famosa novela de Giuseppe Tomasi Di Lampedusa. Cambiemos todo para que siga igual se le puede suturar a la conspiración genuinamente fascista que fraguan Maduro y otros zafios más, en el CNE y en el TSJ.

Hoy se podría decir que transitamos un callejón sin salida, un laberinto ciego, el filo de un baboso acantilado, empujados por un impulso compulsivo que iterativo se dibuja en nuestro devenir, sin respuesta institucional, normativa, formal. Hemos alcanzado el paroxismo de la anomia. Una secuencia esquizoide, una transmutación. ¡Que falta hace la política que, por cierto, logramos extraviar como parte de nuestro desenfreno por vivir primero y pensar después!

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