Socialismo versus Liberalismo idéntico a Religión versus Evolución
Cuando Marco Polo regresó de su viaje a China durante el Siglo 13, le informó a los europeos que esa nación asiática era mucho más avanzada y desarrollada que cualquier nación del Viejo Continente.
Eso no es de extrañar. Es muy conocido el cliché sobre la sabiduría china (especialmente la de Confucio). Y quizás no sea sólo un cliché; porque, mientras la Unión Soviética transitó tozudamente durante 74 años consecutivos (1917-1991) la ruta hacia el nirvana del socialismo—profetizada por Karl Marx en el Manifiesto Comunista y en El Capital—los chinos la abandonaron tan pronto como murió Mao Zedong, quien los había conducido por esa misma ruta durante 28 años (1948-1976).
Este sabio cambio de rumbo—específicamente abandonar la economía centralmente planificada por el “Estado” para reemplazarla por la economía de libre mercado—ha dado sus frutos en China: mientras la Unión Soviética dejó de existir tras colapsar estrepitosamente su economía, China es hoy—no percibida, sino comprobadamente—un poder económico fuerte y globalizado—que convierte; cada vez más ampliamente, ese progreso económico, en bienestar social para su pueblo.
Mao Zedong—profundamente admirado por Ernesto Guevara de la Serna (alias el “Che” Guevara), era un marxista muchísimo más radical que Lenin o Trotsky—los fundadores de la Unión Soviética. Él llamaba a esos rusos: “blandengues” y “revisionistas”, por no aplicar a rajatabla, el mandato de Marx sobre la eliminación del dinero, de los precios y los salarios; y por no tomar en serio la construcción del “Hombre Nuevo”, que llevó a Mao a enviar a todos los intelectuales chinos—literalmente hablando—a “echar escardilla” durante su Revolución Cultural.
Por ello—me imagino yo—que los chinos se habrán preguntado: ¿En que se diferencia la utopía socialista de Karl Marx de una monarquía absoluta?, porque ambas tienen un absoluto poder sobre lo humano y lo divino y dirigen a sus pueblos y a sus actividades siguiendo sólo a sus egos y caprichos. Quizás, los chinos ya habían leído la carta que escribió Albert Einstein en 1946, donde afirmó que el socialismo tiene unos problemas muy difíciles de resolver, los que definió en forma de preguntas: ¿Cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo, y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?.
El ser humano más sabio que hasta ahora ha conocido la humanidad—Albert Einstein—con esas preguntas sin respuesta; nos dijo, indirecta pero tajantemente—y hábilmente para no ser arrogante ni insultarnos—“si yo, la mayor inteligencia que existe, no le hallo solución a los problemas del socialismo; ustedes, comunes mortales, mucho menos podrán hallarlos: el socialismo; es en consecuencia, una receta perfecta para fabricar déspotas”.
Como en efecto lo han sido absolutamente todos los líderes de todos los países del mundo que lastimosamente han abrazado al socialismo como forma de organización social y de gobierno.
Pero los marxistas de todo el mundo siguen leyendo los escritos de Marx, como los cristianos fundamentalistas leen la Biblia: como algo sagrado que debe obedecerse sin chistar ni hacer “preguntas estúpidas”.
Y es por ello, que de la misma manera en que los cristianos fundamentalistas, se empeñan en desconocer la realidad expuesta por el naturalista británico; Charles Darwin, en su libro de 1859, titulado: Sobre el Origen de las Especies por Medio se la Selección Natural, hoy mejor conocida—y científicamente comprobada—como la Teoría de la Evolución, los marxistas se empeñan en desconocer la realidad expuesta por el economista escocés; Adam Smith, en su libro de 1776, titulado: Una Indagación Sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones; hoy mejor conocida simplemente como La Riqueza de las Naciones.
De la misma manera en que los relatos de la Biblia no pueden ser sometidos a ningún tipo de prueba o examen para determinar si son ciertos o falsos, porque su aceptación se fundamenta en la fe, los escritos de Karl Marx—especialmente el Manifiesto Comunista y El Capital, también son aceptados por los marxistas con una fe que no tolera exámenes ni pruebas, y mucho menos dudas sobre su veracidad.
Pero también es cierto, que los exámenes y pruebas a los que ha sido sometida—no la Biblia—sino la Teoría de la Evolución de Darwin—sin proponerse tal cosa—desmienten el relato del Libro del Génesis sobre Adán, Eva—y sobre cualquier otra criatura vegetal o animal vivientes—al demostrar que todos ellos no fueron creados por un ser sobrenatural, sino que evolucionaron a partir de minúsculas criaturas unicelulares que se originaron en la “sopa primordial” (los océanos) hace miles de millones de años.
Sin embargo, los fundamentalistas cristianos, en vez de centrar sus esfuerzos en difundir las eternas verdades y sabia filosofía contenidas en las Tablas de la Ley que Jehová le entregó a Moisés en el Monte Sinaí, o las palabras pronunciadas por Jesús de Nazareth durante su Sermón de la Montaña, se meten en asuntos que no les conciernen, como es el tratar de acabar con el desarrollo y la enseñanza de las ciencias.
Es igualmente cierto, que el establecimiento mediante constituciones y leyes, de la filosofía política de John Locke y de Jean Jacques Rousseau sobre los derechos naturales del ser humano y la separación del poder en ramas ejecutiva, legislativa y judicial—autónomas e independientes—y de facilitar—también mediante constituciones y leyes—que la mano invisible del mercado, descubierta por Adam Smith, pueda moverse con toda libertad—sin proponérselo, demostraron, que es el Liberalismo y no el socialismo, la forma más eficiente para distribuir riqueza, prosperidad y felicidad entre los pueblos.
Sin embargo, los fundamentalistas marxistas, en vez de centrar sus esfuerzos en exigir que una buena parte de la abundante riqueza producida por los particulares que viven en plena libertad, se destine a asistir a los débiles sociales y a proteger el ambiente; se meten en asuntos que no les conciernen—si es que realmente son socialistas—como es el tratar de acabar con el desarrollo y la enseñanza de la producción de riqueza.