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¿Por qué hacer las cosas más fáciles…

…si las podemos hacer más difíciles?  Ese es la consigna que llevan tatuados todos los madureros ab imo pectoris, y a la cual le hacen más caso que a todas las demás monsergas con las que tanto se adornan en sus discursos y en los lemas que colocan en los lugares desde donde desmandan (incluidos cuarteles).  En todos los demás países del orbe civilizado impera lo contrario —que es, además, lo sensato—: facilitarles las gestiones a los ciudadanos, hacerles la vida más cómoda, o, cuando menos —por aquello de la ley del menor esfuerzo—, un pelín menos fragorosa.  Pero aquí, no.  Desde lo más elemental, digamos comprar un timbre fiscal, para el venezolano medio todo resulta más difícil que subirse a un corozo.  Aun para el ejercicio de los más elementales derechos.  ¿Qué quieren firmar para un revocatorio?, pues hagamos que los del Este caraqueño tengan que ir a Río Chico o Higuerote; los marabinos, a los Puertos de Altagracia o a La Concepción; los valencianos a Montalbán o a Miranda; los de Miami —a quienes quitamos el consulado por escuálidos, aun cuando son la colonia venezolana más numerosa en los Estados Unidos— que vayan a Nueva Orleans.

Ahora, lo que con más frecuencia se observa dentro de nuestras fronteras (y desde fuera de ellas) es que las mismas autoridades que están obligadas por Ley a favorecer el ejercicio de los derechos, son las que impiden a unos ciudadanos —que supuestamente gozan de las garantías de elevar peticiones a las autoridades, circular libremente por el territorio nacional y manifestar pacíficamente sus opiniones— que estos logren sus aspiraciones de ser oídos y tomados en cuenta.  Antes escribí “unos” porque es que hay “otros” que sí pueden ejercer esas prerrogativas, y hasta llegar babeantes ante las puertas de Miraflores para idolatrar a su munificente proveedor, quien, para seguir regalando bolsas CLAP a la masa ignara, no tiene empacho en vender a precio vil los bonos de la deuda y quebrar las arcas nacionales.  ¡Qué no hay igualdad, vamos!

Salgo de la digresión y retomo el comentario.  Ahora, lo que ve diariamente son artilugios chinos diseñados y proveídos al régimen, precisamente, para dificultar el ejercicio de nuestros derechos.  Unos despliegan alas metálicas para cerrar las vías; otros, lanzan chorros de agua tan fuertes que pueden hasta dejar tuerto a más de un cristiano; y otros, los más abundantes, han resultado tan versátiles que hasta para arrollar y pasarle por encima a los muchachos que manifiestan han sido utilizados.  De todos ellos se ha servido el régimen para trancar los accesos al Tribunal de la Suprema Injusticia e impedir que muchos caraqueños se adhieran a la solicitud hecha por la Fiscala General y que intenta restablecer la normalidad constitucional ante la tropelía originada por el contubernio Nicky-Tibi-Maikel en su afán de eliminar la universalidad del voto.  Todos estamos asqueados por la podredumbre, la ineptitud y la rapiña rojas; y contra ese estado de cosas hemos actuado; pero esto de intentar robarnos el derecho al voto es una muestra del desespero en que se encuentra la nomenklatura para seguir aferrada al poder y al erario.

Las arpías del CNE ya dejaron claro que ellas no ven nada de malo en que Maracaibo, con más de dos millones de habitantes, y Tucupita, que no llega a los cincuenta mil, estén representadas —en el hipotético caso de que se llegue a eso que llaman “constituyente”— con el mismo número de asambleístas.  Que Valencia y San Carlos saquen también dos cada una, siendo que una sola parroquia de Valencia, Miguel Peña, tiene más habitantes que todo el estado Cojedes.  Que el municipio Sucre de Caracas, con más de medio millón, tenga un constituyente; lo mismo que El Hatillo, que llega a solo sesenta mil. A ellas se les hace de lo más normal que el Ejecutivo les presente unas listas “corporativas” —vaya usted a saber dónde y cómo recolectaron esas firmas— y las den por buenas, sin tener ni la cuarta parte del rigor que le impusieron a la MUD para cuando fue la recolección de firmas para el revocatorio.

Y, el muchacho que es llorón y el aya que lo pellizca, la Sala Inconstitucional a cargo de Madame Botox le da la bendición a lo que es el más aberrante de los alejamientos del principio “una persona, un voto”.

Secuestraron tanto los poderes públicos y los atiborraron tanto de compañeritos que ya a uno le toca insurgir en contra de esas anomalías (que llegan a descarríos).  Cómo será de descarado el asunto que el supuestamente Defensor del Pueblo todavía no ha tomado conocimiento oficial de que el aparato represivo del Estado está haciendo allanamientos en las viviendas de muchos venezolanos sin que esté provisto de órdenes judiciales o sin que se haya decretado una suspensión de garantías.

Por eso, lo que toca es seguir manifestándose diariamente, con sacrificios, chupando gas, y hasta con riesgo cierto de vida, dado que a Padrino no le pararon ni medio centímetro y Reverol y Benavides siguen autorizando las tropelías de la soldadesca —las “atrocidades” para reafirmar la sustantivación “padrinezca”.  Calle y más calle…

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