La Guerra Popular
La “Guerra popular” es uno de los mitos favoritos de los “revolucionarios”. Es una figura de raigambre rural, reminiscente de guerras campesinas contra crueles terratenientes. En el imaginario comunistoide, se invoca la gesta del octavo ejército de ruta durante la Gran Marcha liderada por Mao Dzedong, o la guerra del Vietcong contra la ocupación estadounidense de lo que era Vietnam del Sur. En Venezuela, la mitificación de Ezequiel Zamora (“General de hombres libres”), hizo de la batalla de Sta. Inés un antecedente “popular”, anti-oligárquico, de la lucha anti-imperialista, que tanto provecho le sacó el “eterno”. Una muestra de hasta dónde llegó lo ridículo de este afán, se aprecia en la amenaza de Chávez en 2006 a eventuales invasores yanquis en su programa Aló Presidente Nº 251:
“Por allá (en Bolívar) un capitán, ¿saben lo que me dijo?… Comandante, tengo 500 indios que lanzan unas flechas y le ponen en la punta el veneno ese, curare. … Esos indios no pelan a 200 metros. La flecha hay que lanzarla con viento a favor y el indio sabe cómo es. Yo no he tenido tiempo de practicar, pero voy a hacerlo con arco y flecha. Si a algún gringo invasor hubiera que meterle un flechazo aquí (señala con un dedo en el cuello), con curare del bueno, en 30 segundos usted está listo querido gringo, usted estaría listo. (…) Con arco y flecha los indios tuvieron en jaque a los españoles durante siglo y medio desde las montañas que rodean a Caracas, ideales para la guerra de resistencia…”[1]
Lo cierto es que la fulana “guerra popular” entró a formar parte de la doctrina militar de nuestra (¿?) Fuerza Armada. ¿Y cómo se ha preparado el contingente castrense para esta eventualidad?
La evidencia nos indica que, entre los preparativos de la “guerra popular” en Venezuela, está la importación de tanquetas nuevecitas, equipadas con paneles que cierran calles y con dispositivos bélicos; “ballenas” capaces de arrollar y lesionar personas con chorros de agua a altísima presión; bombas lacrimógenas a montón, mejor caducas para mayor efecto tóxico; escopetas que disparan estas bombas y todo tipo de proyectiles metálicos; bastones y cachiporras; e indumentaria de tortugas ninja, con escudos de flexiglass, que protegen a los valientes guardias contra viejitas y jovencitos desarmados. En contraste, se prohíbe la importación privada de máscaras antigás, cascos y otros bienes que pudiesen ser usados por aquellos desalmados que pretenden protegerse de los “gloriosos” GNB. Porque la guerra en que se viene preparando la Fuerza Armada es “popular” porque es contra el pueblo.
Entre las tácticas de esta guerra contra el pueblo está el cierre de muchas estaciones del metro para incomodar a los caraqueños, el bloqueo de calles para impedir el desplazamiento de automóviles y buses, y la destrucción de puentes a la autopista que el mismo gobierno construyó hace poco para aliviar el congestionamiento vehicular. Todavía peor son las arremetidas, disparando y lanzando bombas lacrimógenas indiscriminadamente, contra edificios residenciales y barriadas populares, en las que someten a sus pobladores -incluyendo ancianos y niños- a asfixias y atropellos crueles. En estas salvajadas no se salvan centros comerciales y clínicas, ni los heridos (y enfermos) ahí atendidos.
Para estos militares (y PNBs) depravados, el ciudadano se ha transformado en objetivo de caza. Todo es válido. Alimentan sus escopetas con metras de metal, tornillos y clavos para que la investigación balística no sepa con qué arma fue asesinado un manifestante. Saquean negocios y apartamentos, abusan de mujeres a quienes detienen y les roban celulares, dinero y otras pertenencias como “trofeo de guerra”. Amparan y alientan a colectivos de sicópatas armados -los fascii di combattimento de Maduro- para asesinar y perseguir a quien pueda asomarse a protestar por sus derechos, y colocan francotiradores agazapados en azoteas de edificios cercanos a donde han sido convocadas protestas, para que el trabajo sucio no les sea achacado. Detienen arbitrariamente a cualquier manifestante y lo someten a juicio militar por “asalto a centinela”, “ofensa a la fuerza armada” u otras ridiculeces. Por último, torturan a detenidos y los vejan con todo tipo de crueldades y bajezas, como si se tratara de saldar afrentas entre caudillos montoneros del siglo XIX.
Y uno se pregunta, ¿son éstas “nuestras gloriosas fuerzas armadas”? ¿Las que supuestamente son “herederas del Ejército Libertador”? La crueldad y malicia exhibida por muchos de los Guardias y/o Policías Nacionales contra los muchachos, capturados en tantos videos, desafían toda comprensión. Al comienzo, se corrió la especie de que eran cubanos disfrazados. Luego, que la ministro Varela había soltado a criminales para lanzarlos, vestidos de Guardia, contra los manifestantes. Tristemente, la verdad es bastante más fea: son venezolanos egresados de escuelas militares “bolivarianas”. ¿Cómo fueron formados? ¿No tienen familia, madre, hijos? ¿Viven en Marte para no entender lo que está pasando?
Auxilia a nuestras mentes perplejas la explicación de Hannah Arendt sobre la terrible banalidad del mal. Pero es menester algunas precisiones referentes a la situación venezolana actual. Toda empatía con la población venezolana objeto de estas atrocidades ha sido deliberadamente destruida descalificando a los manifestantes como “desestabilizadores de ultra-derecha”, “traidores” o, incluso, de “fascistas”. Los conceptos en sí no importan -estos criminales ignoran su significado- sino su uso como etiquetas hacia donde canalizar el odio. ¿Qué sentido tiene, para un proyecto tan primitivo y retrógrada como el de Maduro, descalificar a otros de “ultra-derecha”? ¿En qué mente cabe que los “fascistas” son los que salen a manifestar pacíficamente y no los gorilas que los reprimen salvajemente? Como en el caso nazi, el uso de epítetos denigratorios sirve para quitarle todo viso de humanidad al otro, degradarlo de manera de facilitar su aniquilación. No hay fundamentación racional de tan brutal represión, sino ponzoñosos resentimientos viscerales. Se atropella, no gente de carne y hueso, sino a la expresión del mal, a los “terroristas” que quieren destruir la “revolución bolivariana” y que, por ende, traicionan a la patria.
Visto así, la Guardia Nacional asume la función de ejército de ocupación en urbanizaciones y barriadas, conquistadores de un territorio en el que residen pobladores enemigos que constituyen un peligro y que es menester aplastar. P’al carajo la admonición del Libertador, “Maldito el soldado que empuñe su arma contra su propio pueblo”, pues no pertenecemos, no somos pueblo sino habitantes extraños. De ahí que para ellos pierde todo sentido lo dispuesto en el artículo 68 de la constitución:
“Los ciudadanos y ciudadanas tienen derecho a manifestar, pacíficamente y sin armas, sin otros requisitos que los que establezca la ley.
Se prohíbe el uso de armas de fuego y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones pacíficas. La ley regulará la actuación de los cuerpos policiales y de seguridad en el control del orden público.”
Ese es el cruel legado de los simbolismos maniqueos que animan ese odio para defender, a sangre y fuego, a la oligarquía expoliadora que ha destruido a Venezuela. “Justifica” el uso de los medios de violencia del estado para aplastar las garantías constitucionales y librar una guerra de rapiña contra el país. ¿Es ésta la “guerra popular” con que se caen a embustes en los cuarteles para disfrazar sus semejanzas con los Pinochet, Videla y Somoza, que tanto han azotado el continente?
Generales Benavides, Reverol y González López, son demasiadas las evidencias, testimonios y videos de las atrocidades cometidas. ¿Detrás de qué clichés “revolucionarios” van a intentar esconderse para negarlos y evadir sus culpas? Y usted, Gral. Padrino López, no basta con haber reconocido, ¡al fin!, que la Guardia Nacional comete atrocidades. Si no procede en consecuencia a imputar a los esbirros responsables por asesinato y/o graves violaciones a los derechos humanos y a desmarcarse de este régimen fascista, usted también es cómplice. ¿Hasta cuándo defender lo indefendible?
[1] Citado en el artículo de Pedro Llorens, “Usted está listo, querido gringo”, El Nacional, Pág. A-8 02/04/06.