Unilateralidad
Hay quienes aseguran que lo que vivimos es una lección que los venezolanos teníamos que aprender. Muchas veces me he preguntado si la hemos aprendido. Y muchas veces me he respondido, para mi desazón y angustia, que aún nos falta por aprender.
Es verdad que estamos en manos de un gobierno que actúa de manera unilateral: no escucha, no ve y se hace el loco cuando le conviene. Pero esa unilateralidad no es exclusiva del gobierno. La vemos en casi todos los venezolanos, todos los días. El tráfico ofrece excelentes ejemplos: en la cantidad exponencialmente creciente de conductores que se creen con derecho a hacer lo que les dé la gana. En los atravesados en los semáforos por donde no pueden pasar, que obstruyen el paso a quienes sí pueden pasar. Y en quienes creen que los que hacen cola son unos perfectos estúpidos, porque allí está la vía contraria para pasar a sus anchas, no importa el riesgo para los demás.
Pero no sólo es el tráfico. Es el abuso constante y consuetudinario en todos los ámbitos del quehacer. Desde la señora con el carrito del supermercado repleto de comida hasta los tequeteques que decide pasar por la caja de «10 artículos o menos» (y el cajero que se lo acepta) hasta el vecino de mesa en un restaurante que ventila sus intimidades a grito herido por el celular.
Siempre me ha gustado llevar e ir a buscar a mis hijas a dondequiera que vayan. Es usual para mí darle la «cola» a sus amigos y amigas, porque ¿quién en su sano juicio dejaría que un muchacho o una muchacha joven regresara a su casa «arreglándoselas como sea» con la situación de inseguridad que vivimos hoy en día?… Pero el caso es que a pesar de haber sido y ser el chofer de los amigos de mis hijas, cuando una de ellas ha necesitado que la lleven o la traigan, han sido contados con los dedos los papás de sus amigas que han estado dispuestos a darles la «cola», aún viviendo cerca. Es la ley del embudo, «todo para mí, nada para los otros».
En esta tónica, hasta gracia me hizo saber que desde hace dos semanas están abiertas las inscripciones para el partido único, y a pesar de las amenazas del régimen, veladas y develadas, sólo hay diez mil inscritos. Somos anárquicos, irresponsables y unilaterales. Y un país en esas circunstancias lo que hace es retroceder, retroceder y retroceder.