Opinión Nacional

Los manipuladores

“Tierra de santos y de cantos,
de santeros y copleros,
de bailaoras y toreros,
de maravillas y de espantos

Y de tantos y tantos y tantos
pícaros y místicos y logreros;
de caballeros milagreros
(si malas capas peores mantos)”
José Bergamín
CON GANA DE HACER LIMPIEZA

Los que manipulan el mundo cuentan, sobre todo, con la falta de memoria de los hombres. Tan pronto como se deja hablar de algo, ese algo tiende hundirse en el olvido colectivo. Así se puede “borrar” aquella parte de la historia que no conviene, sea cualquiera su magnitud; de hecho, así se hace metódicamente en un buen trozo del mundo. Algunos individuos recuerdan, pero eso resulta inoperante, y al cabo de unos años ni siquiera están muy seguros.

Pero hay un aspecto más sutil y aún más importante de esa utilización del olvido: es el que permite la “creación” de la nada -o de muy poco más-. Conviene, por ejemplo, inventar un gran escritor, porque tal o cual grupo lo necesita. Basta con que los órganos de publicidad digan con alguna insistencia que lo es, para que la opinión “expresa” del país lo admita y dé por cierto. Como no es probable que el nombre elegido sea el de un recién nacido o un adolescente, resulta que el ilustre escritor existía ya -y no era demasiado ilustre-; sus libros eran conocidos, nunca habían interesado mucho, habían sido acogidos con relativa indiferencia, y no habían mejorado de calidad. No importa: al cabo de unos meses, ha ingresado en el mundo de los clásicos, y el culatazo confiere genialidad a sus libros anteriores, que salen del limbo en que habían residido diez o veinte años.

Lo mismo ocurre, por supuesto, con un pintor, un escultor, un músico, un actor, un director de teatro o cine; incluso con un científico o técnico. El caso más claro es el de lo que se llama “recuperación de cerebros”: la condición es que el “cerebro” no esté en España, porque si está, o no interesa recuperarlo o, más probablemente, no es cerebro.

Más delicado y grave es este proceso cuando se trata de fuerzas políticas -o que pretenden pasar por tales-. Basta con unas cuantas entrevistas y varios millares de carteles para que los españoles crean que pueden -o deben- ser gobernados, ahora o en el próximo futuro, por un señor del que apenas sabían nada; o del cual sabían algunas cosas que normalmente lo inhabilitarían para ello. No importa: se borra su mediocridad, se olvida metódicamente su “hoja de servicio” (y, sobre todo, “a quién” los prestó o lo está prestando), y ya está dispuesto para convertirse en nuestro porvenir.

Sin embargo, todavía no es esto los más importante. El proceso de invención e inflación alcanza su mayor alcance cuando no se refiere a personas sino a “situaciones”, a contenidos de la vida nacional. Una revista -sin necesidad de cambiar de título, ni siquiera de director- da por supuesto que España es todo lo contrario de lo que llevaba explicándonos durante quince años. Se llenan la boca con la palabra “democracia” los que llevan decenios dispuestos a que no elijamos ni el periódico del día. Se consideran “perseguidas” la ideologías que ocupan el ochenta por ciento de los escaparates. Los que han intentado terminar con la riqueza lingüística de nuestro país, tratando de borrar hasta el más modesto letrero en el azulejo de una calle o en una panadería, de repente se extasían con el idioma catalán, gallego y vasco.

No creo que España pueda normalizar su vida mientras los españoles no decidan enérgicamente desembarazarse de fantasmas, embelecos, pícaros, logreros, trampantojos, pillos, tunantes, bribones, caballeros milagreros y enfrentarse con la realidad. Y esos españoles en un territorio que no se puede inventar ni sustituir -ni desconocer-, con un larguísimo pasado a la espalda, que sirve para imaginar el futuro, para poder tenerlo y no estar repitiendo el pretérito. Y, por supuesto, todo eso en Europa, que no es más que uno de los lóbulos de Occidente, lo cual es todavía más claro visto desde España, occidental y no solo europea desde su nacimiento.

El día que los españoles se levanten temprano, de buen humor, con gana de hacer limpieza, escoba en mano, quiten las telarañas, hagan huir a las sabandijas emboscadas en las rendijas y hendiduras, y desmonten alegremente los tableros y bambalinas del retablo de las maravillas, que no permiten ver las verdaderas estructuras arquitectónicas del viejo y prodigioso edificio, todo se pondrá en marcha y se extenderá ante sus ojos un camino incitante e incierto, lleno de sorpresas, encrucijadas, promesas y aventuras. Y como dijo el poeta: “Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar”.

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