Inventar el mañana
“A tal extremo ha llegado
hoy a perder el sentido
que el mañana se ha convertido
en “cualquier tiempo pasado”.
José Bergamín
NO DEBEMOS ENTRAR EN EL FUTURO PROXIMO
SIN UN PROGRAMA ILUSIONANTE
Tengo la impresión de que casi nada de lo que se dice públicamente responde a la realidad subterránea y efectiva. Y cuando se habla de futuro, o se piensa en la continuidad de lo mismo o se da por supuesto lo que va a ser. Casi siempre, “lo contrario” (que se parece tanto, que es el mero vaciado del presente). Todo ello me parece falta de imaginación. “Ni está el mañana -ni el ayer- escrito”, escribió Antonio Machado. Todavía no sabemos lo que va a ser España mañana; y no lo sabemos porque el mañana todavía no existe, y habrá que inventarlo.
Lo que si puede saberse es cuáles son las apetencias profundas de los españoles. No quiere esto decir que la realidad futura vaya a coincidir con ellas; primero, porque son varias; segundo, porque su interacción tiene que modificarlas; tercero, porque esas apetencias no son fijas, no están dadas, y pueden variar substancialmente de la noche a la mañana. Se trata de mirar las cartas -escondidas, claro es- que España tiene en la mano, con las que prepara las jugadas; falta por saber cómo va a jugarlas, cuáles serán las bazas. Y no olvidemos que España, múltiple y perpleja, juega consigo misma.
Uno de los impulsos de orden político -o político social- que alientan en los españoles de hoy (y creo que en la mayoría de los pueblos occidentales) es la libertad.
Desde el final de la guerra mundial hasta hace menos de dos décadas el resorte capital que ha movido al hombre europeo y americano ha sido el afán de seguridad. Este afán englobaba a derechas e izquierdas, lo mismo que, según Voltaire, lo superfluo había reunido uno y otro hemisferio.
Hoy día, si bien no se ha desvanecido la división en derechas e izquierdas, dicha división, no es ya propiamente política. Es cuestión de temple, de actitud, de vocabulario, de simpatías o antipatías. No se refiere a las cuestiones realmente políticas, a la manera de entender el Estado, ejercer el Poder, administrar la sociedad.
Actualmente, vencidos los temores del 11-S, aumenta sin cesar los hombres y mujeres para quienes importa la libertad algo más que la seguridad. Los que insisten en la libertad no desdeñan un mínimo de seguridad. Sin embargo, cada vez son más los que temen, como Shakespeare, que la seguridad sea el “más principal enemigo de los mortales”, que quieren sobre todo ir más allá, inventar, proyectar libremente, no saber ya lo que les va a pasar; los que creen que el mañana no está escrito.
Toda consideración estática es ya un error. La más exacta descripción del presente es falsa si no anticipa el porvenir de que está grávido. Lo que más dificulta la compresión de lo humano es la falta de imaginación. A esta falta de imaginación puede añadirse el temor, tan paralizante. Los españoles que suelen ser bastantes impávidos cuando se trata de peligros reales, son tímidos frente a los peligros difusos y vagos, sobre todo cuando se refieren a un futuro incierto.
Es preciso despertar la ambición española. No debemos entrar en el futuro próximo, en el que históricamente, y sean cualesquiera las anécdotas, se ha iniciado en el siglo XXI, sin un programa ilusionante. Tenemos que tomar posesión íntegra de nuestra realidad y llevarla a su plenitud, articularla en una serie de proyectos coherentes, tratando de buscar cuál es nuestro destino; es decir, qué función nos corresponde en el mundo concreto en que vivimos, en la Europa a que pertenecemos, en el mundo hispánico del que somos la raíz y la clave de la unidad. Bastará con ello para que, al recordar esta España real, no haya que preguntarse al final del siglo XXI, por la “España que pudo ser”.