Militarismo y fascismo
“La guerra es la obra de arte de los militares, la coronación de su formación, el broche dorado de su profesión. No han sido creados para brillar en la paz”. – Isabel Allende
Hermann Oehling[.1], al referirse a la acción política de los militares, decía “(…)el ejército adopta una actitud extramilitar[.2] en sentido lato” El ejército, creado para salvaguardar las fronteras patrias, comienza a distraerse en sus tareas cuando la clase política comienza a halagarlo y corromperlo. Mao Tse Dong, el líder chino que trató de implantar una sociedad militarizada, comunista, unívoca, de pensamiento único, fracasó (después de muerto) al ver derrumbarse, después de la Revolución Cultural, dirigida por su esposa y el “gang de los 4”, decía que para mantener el poder político total había que corromper y halagar a la oficialidad. No dejó de tener razón, pero esto dura poco tiempo pues la dicotomía guardia pretoriana corrupta versus civilidad democrática termina por enfrentarse, no solamente en o por la fuerza de las armas, sino que, por lo general, por la fuerza de la razón; así tenemos, por ejemplo, que Pinochet después de haber mandado a asesinar a más de 30 mil chilenos, cayó sin pena ni gloria vencido por el poder civil en las urnas de votación. La URSS, cayó sin que se disparara un tiro, porque llegó un momento en que el pueblo, en las calles, dijo ¡basta!…
Militarismo
La fuerzas armadas, en América Latina, Asia, y África, siempre han guardado discreto silencio para pasar desapercibidos en cuanto a sus ansias de poder. Los militares, que no son otra cosa, como decía Max Weber, que burócratas armados, amparados, generalmente, bajo el manto que tiene el Estado con el monopolio de la violencia, siempre aparecerán cuando crean que la sociedad civil es débil, corrupta, o ineficiente. Jamás faltarán las apologías para justificar un “coup de état” y/o tomarse el poder por la vía del voto como lo hizo el cabo Adolf Hitler.
Cuando el Ejército, o las FF.AA., en su totalidad deciden incursionar en la política, estando uno de sus líderes en el poder, siempre decidirán e influirán decisivamente en las políticas del gobierno civil, como lo fue en el caso de Alberto Fujimori en Perú. Sin embargo, quien detenta el poder, deberá toda su vida de líder, cual Alejandro el Magno, dormir con un ojo abierto y la espada en la cama pues la llamada disciplina o lealtad, dos valores, generalmente, mal entendidos y menos apreciados, jamás actúan en sentido estricto. Siempre habrá un oficial por debajo del líder que envidie su posición y la quiera para sí mismo. Dirá, “si este puede, sabiendo o siendo menos que yo, ¿por qué yo no puedo?”
Davenport[.3] advirtió de los peligros del poderío militar y la necesidad absoluta de ciertas lealtades que crean en los que conforman los servicios militares. Los peligros caen en dos categorías generales. Primero[.4], si se les da demasiado poder, los militares generalmente no renuncian a éste; de aquí que la influencia militar crezca más allá de su ámbito, y su función se desplace de la protección hacia la tiranía. Por lo que la lealtad al Estado cliente se vuelve tremendamente importante. Los servicios militares son y deben ser caracterizados por la camaradería y la lealtad fiera hacia el servicio, no obstante «la obligación con el cliente [es decir, el Estado cliente] debe tener prioridad sobre la obligación con la profesión”.
En otras palabras, desde Max Weber, hasta nuestros días, está claro que los militares buscan el poder por el poder, al perder la lealtad que deben tener para con el Estado. De allí a que pronto, con un poder casi omnímodo, los militares terminen como los escorpiones clavándose el aguijón el uno al otro: unos por querer el poder para si mismo y otros para devolvérselo a los civiles y cumplir con el principio ético de servicio al Estado y no a si mismo.
Fascismo
Sin embargo, esta manía de ciertos militares a los que se les sube el poder de las armas a la cabeza, no es sólo culpa de su propio estamento que ha sido incapaz de inculcarles la sumisión al Estado civil y democrático; esto, es también culpa de los sectores civiles que han sido incapaces de hacerles entender a los militares cuándo debían o deben intervenir o no.
Generalmente, los militares terminan adoptando doctrinas fascistas, las cuales son disfrazadas como doctrinas sociales, socialistas, nacionalistas o antiimperialistas pero, que se caracterizan en sí por llevar en su interior el cáncer de la corrupción política, social, económica y hasta, en algunos casos, cáncer de corte religioso sincretista, lo que les permite tener a mano una apología, que muchas veces ellos mismos creen sincera, para poder asumir un rol totalitario en defensa de unos valores que sacaron, seguramente, de ultratumba, pues nada tienen que ver con la ética contemporánea. De esta manera, muy fácilmente, caen en el fascismo.
Según Atilio Borón[.5], “El fascismo ha sido, juntamente con el bonapartismo y la dictadura militar, una de las formas “clásicas” del estado capitalista de excepción. Su especificidad, empero, no se deriva de la súbita aparición en la escena política de partidos o movimientos de tipo fascista sino de la profunda reorganización que impuso al conjunto de los aparatos estatales y al régimen político la resolución de la crisis hegemónica de la burguesía. Así como la aparición de un líder carismático o providencial no explica el surgimiento del bonapartismo, la emergencia de grupos fascistas o fascistizantes, tampoco explica la formación del Estado fascista.
Para finalizar, debemos considerar que el fascismo es una ideología que toma para sí pedazos de ideologías que le sirven para justificar sus actitudes y, con mucha facilidad, logra convencer a cuadros militares, por lo general corruptos, para adoptar posiciones autoritarias a nombre de una presunta liberación, a nombre de una nueva democracia y para beneficio del pueblo y de la patria, instituciones que, por lo general, terminan sufriendo las consecuencias de estas actitudes mentalmente insanas que terminan dividiendo a las sociedades y que, por lo general, son derrotadas en el corto plazo debido a que llevan en su interior enfermedades sociales que solo causan la infelicidad de los pueblos.
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