Elisa Lerner busca a Gallegos
En la historia venezolana reciente hay zonas difusas que no terminan de ser iluminadas. Una de ellas es la presidencia de Rómulo Gallegos. Aquellos nueve meses de 1948 que culminaron con el zarpazo de los militares no llegan a ser fijados en el almanaque nacional.
Elisa Lerner ha querido tomar la pasantía por Miraflores del gran escritor como motivo para su novela “De muerte lenta” (Caracas, Fundación Bigott-Equinoccio USB, 2006). ¿Cómo fue aquél gobierno? ¿En qué se diferenció del anterior, el que presidía Rómulo Betancourt, miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno? ¿Cuáles fueron sus iniciativas más importantes?
La narración de Lerner no responde a ninguna de esas preguntas. Un análisis político o sociológico de aquellos días podría ser acometido por el personaje que narra la novela: un estudiante que trata de escribir su tesis sobre el gobierno de Gallegos. El estudiante nos cuenta el proceso externo de la escritura. Pero nunca sabemos qué escribe.
Lerner dibuja sus personajes con precisión: la psicología va a la par de la vestimenta y los gestos. No hay detalle sin importancia para el narrador: un joven acucioso, que no pierde movimiento ni deja de atrapar la esencia de sus interlocutores.
Estas descripciones son propias de la notable cronista que ha sido Lerner. Una escritora de consciente estilo que logra trasladar a su personaje-narrador su obsesivo mirar. Aunque luce un poco exagerado –por lo menos para quienes somos distraídos en ese tema- que un joven veinteañero sepa tanto de moda o describa tan bien las texturas y los trajes de quienes conoce.
La novela transcurre entre viejos lugares que ya para la época en que ocurre la gesta del tesista –finales de los ochenta- mostraban huellas de deterioro. La nostalgia está presente, no sólo como regusto por lo pasado sino como denuncia de lo que pudo ser. Por ello subraya Lerner una frase de Alejandro Rossi: “Hubo un momento que iba a ser estelar y no lo fue: la presidencia de Rómulo Gallegos, en el año 48, frustrada casi de inmediato. Parecía que íbamos a transitar hacía otro país. No fue así”.
Una frustración que trata de recuperar el tesista con sus visitas a un antiguo funcionario. En los encuentros con éste se va enterando de su vida y no sabemos si podrá escribir la tesis. Las peripecias del informante y de otros personajes aparecen como tema central y la presidencia del novelista queda en segundo plano.
En el libro la anécdota no es lo importante. De hecho, las informaciones que recaba el tesista se nos ocultan. La narración logra otra cosa: una atmósfera, un ambiente que envuelve al lector de manera imperceptible. De repente nos vemos atrapados en otro tiempo, donde los pequeños movimientos y los detalles cobran una dinámica diferente: no son tan desechables como pensábamos.
Cada frase ha sido pensada, y no pocas veces nos sorprendemos releyéndolas, como homenaje a quien las ha escrito, para gozarlas otra vez. En cada descripción de algún vestido, una pluma fuente o de un mueble puede aparecer una grata comparación inusual. Es una filigrana de palabras que trata de acoger la imaginación del lector para que busque por sí mismo lo que no está en las páginas del libro.
Lerner no deja de disparar ciertos dardos contra la banalidad de la llamada vida social. Algunos escritores anónimos son objeto de fina ironía. Apunta contra algunos farsantes, pero sin acritud, en medio de la atmósfera de placidez y lentitud en que se nos presenta casi toda la narración. Hasta el episodio más trágico es mostrado dentro de las coordenadas de la moderación y huyendo de lo tétrico.
¿Qué hubiera sido de Venezuela si desde aquel lejano 1948 se hubiera asentado la democracia? Si aquella anécdota terrible que describe a los comandantes militares emplazando al Presidente legítimo, representante del poder civil, a aceptar unas condiciones inaceptables nunca hubiera pasado. ¿Qué hubiese sucedido si Gallegos, nuestro mayor escritor, nuestro novelista inigualado, entrega el poder a su legítimo sucesor y queda en la memoria nacional como un gobernante de éxito, cumplidor estricto de las leyes?
Elisa Lerner nos da unas pistas en su novela. Además de que constata la ausencia de recuerdos morales en Venezuela, rescata para sus lectores una atmósfera. También recuerda la dignidad de quienes en plena dictadura conservaban en las salas de sus casas el retrato del presidente civil derrocado.
Valientes. Valientes como quienes escribieron: “La Revista ‘Cantaclaro’ rinde homenaje al insigne Maestro americano Don Rómulo Gallegos, al tiempo que quiere significar en la señera personalidad artística del gran creador y en el ejemplar gesto que norma la conducta ciudadana del gran hombre, el hecho espiritual y la actitud social que vertebran alrededor de nuestras páginas a un grupo de jóvenes intelectuales que convergen en un punto común referente al objetivo histórico de las ideas. No hay mejor lección que el gesto vivo que arranca de una hermosa verticalidad ni hay mejor herencia espiritual que aquella obra hecha en atención a las ‘reglas de concordancia entre escritor y pueblo’, como dijera el Maestro”.
Era 1950. La dictadura militar recogió el único número de la revista y la cerró. Una dictadura no puede tolerar medios de comunicación libres.