Opinión Nacional

Los cristianos y la liberación

El cristianismo es liberador o no lo es. Los anhelos humanos de liberación son constantes con énfasis diversos según los tiempos y las formas de opresión que prevalecen en cada sociedad: El creyente que vive en la miseria y desempleo se comunica con Dios desde su situación de dominación; en países con 30.000 dólares per capita hay otras opresiones y alienaciones.

Jesús nos libera radicalmente de los dioses falsos y opresores que reinan con el miedo, exigen sacrificios humanos, y son reflejo de las dominaciones terrenas reinantes. Quien experimenta a Dios como Amor incondicional, se encuentra con la Vida y se libera del temor en la relación con Él. Esa liberación fundamental desata nuestra creatividad liberadora en todas las dimensiones y circunstancias históricas.

Hace casi cuarenta años la pobreza y las opresiones latinoamericanas despertaron en la Iglesia la inspiración liberadora contra esas dictaduras. Unos autores (no la mayoría) adoptaron algunas mediaciones sociopolíticas con bendiciones simplistas y poco críticas de sueños socialistas con aterrizaje totalitario. Ahora viene el Papa Benedicto XVI a este continente que no se ha liberado de la alienante pobreza inhumana, ni de las escandalosas distancias entre pobres y ricos. El mundo ha cambiado y se conocen mejor los males del omnipresente economicismo capitalista y las realidades y opresiones que ocultaban los socialismos dictatoriales en contraposición a los socialismos democráticos.

De nuevo nuestros frustrados países parecieran estar dispuestos a comprar, con ilusión y alarmante desmemoria, fórmulas mesiánicas que no han liberado. Hace una década, gente que parecía inteligente y estudiada nos sorprendía con su infantil devoción de conversos al “neoliberalismo”, como fórmula mágica, que nunca funcionó, ni la aplican para sí los países desarrollados. Ahora, con fervor y simpleza similar, aparecen en nuestras ferias de frustraciones los predicadores del “neopopulismo”, que llevará a sus incautos compradores a otra década perdida. El mundo con cierto asombro mira la desmemoria latinoamericana, su poca capacidad de combinar sus aspiraciones legítimas con resultados efectivos, y su ceguera para las dictaduras de esas fórmulas mágicas en decenas de ensayos “socialistas” totalitarios en el mundo.

Hace un cuarto de siglo nos encontramos en Roma con un estudioso jesuita escocés con muchos años de trabajo social en la recién independizada Zimbabwe. Me habló con esperanza y optimismo del nuevo líder que encarnaba la felicidad postcolonial de este sufrido pueblo africano. Hoy ese líder Mugabe es el torturador principal de su pueblo, pisado por su brutal bota “socialista”, luego de sumirlo en la mayor miseria económica. Cuando no hay capacidad de gobierno ni contrapesos sociales, el poder totalitario se come sus sueños.

No tiene sentido que en América Latina y en Venezuela volvamos a discutir en abstracto sobre términos tan ambivalentes como socialismo o capitalismo, pues los hay muy diversos y de signo contradictorio. Incluso dejó de tener sentido definir una sociedad como “socialista” o “capitalista” pura. China es socialista y es capitalista. También Noruega, aunque de distinta manera y con contrapuesto lugar para la libertad y los derechos humanos.

La solidaridad democrática con economía de mercado tiene la ventaja del desarrollo con derechos, iniciativa y creatividad de millones de personas, frente al secuestro estatista de la iniciativa, de la inversión, del pensamiento y de la voluntad, sin libertad ni desarrollo.

La falta de contrapesos y la concentración llevan a la dictadura económica o política, o a las dos; no importa si se llama capitalista o socialista. El cristiano liberador se opone a la dictadura económica de unos pocos ricos, y a la dictadura política con poder concentrado en el Estado-partido dirigido por un caudillo omnipoderoso.

En el siglo XXI tenemos nuevos problemas y posibilidades, como la globalización y la amenaza real de destruir el habitat humano por la ganancia sin control ni ley. Necesitamos una espiritualidad y una visión mundial solidaria del bien de toda la humanidad con verdadero y eficaz principio rector para defenderla.

La Iglesia en América Latina no puede ser ni evasiva ni conservadora en lo social, sino agente de cambio, acompañando al pobre para que se convierta en sujeto económico y político. Demagogia aparte, la historia enseña que ningún país puede salir adelante sin una fuerte alianza entre los pobres y los sectores profesionales, y sin audaces y numerosos nuevos emprendedores, grandes y pequeños, con una visión inclusiva de la sociedad.

La liberación latinoamericana de su pobreza pasa por una democracia con libre iniciativa, creciente productividad y empleo, con contrapesos políticos y socioeconómicos que impidan el atraso y las dictaduras económicas o políticas.

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