Entrar a la Universidad
En estos meses del año el “examen de admisión” para la universidad quita el sueño a cientos de miles de jóvenes y a sus familias. Hay dos grandes obstáculos para entrar a ella: la pobre calidad de la enseñanza anterior y los bajos ingresos de la mayoría de las familias venezolanas frente a los costos de producción de una buena universidad. En ambos casos se requieren nuevas políticas públicas con aportes de toda la sociedad.
El gobierno anuncia la supresión del examen de admisión para el año próximo. El vigente es un medio discutible, que ayuda a que la universidad llene su cupo con los más preparados, pero la exclusión de cientos de miles de jóvenes no nos puede dejar tranquilos diciendo que ese no es problema de las universidades, sino de los ciclos anteriores. Nuestra sociedad tiene un gran problema en el desencuentro de las diversas etapas del sistema educativo entre sí, y con la actividad productiva. Es una tragedia que la universidad sea considerada como el único horizonte exitoso para el joven, al tiempo que toda una cadena de circunstancias sociales y educativas condena a la gran mayoría que pertenece a familias pobres, a no entrar a ella. Incluso, las otras opciones de educación superior son vistas (en la práctica) como remedios parciales a la frustración universitaria.
Toda buena idea se mata con una mala aplicación. El esfuerzo por lograr mayor inclusión, si se lleva bien, sin demagogias y con toda la complejidad, puede tener buenos logros. Tenemos la impresión de que en la OPSU y en el Ministerio de Educación Superior están claros en cuanto al problema y saben que la solución ha de ser compleja, flexible y con colaboración y creatividad por parte de todas las universidades e institutos oficiales y privados del país. No es un problema ideológico partidista, sino de voluntad decidida para posibilitar una entrada con probabilidades de éxito.
¿Entrar a la universidad para qué? Nadie quiere hacerlo para fracasar en el primer año, ni naufragar en la travesía hacia la graduación, ni encontrarse con un título en la mano con incompetencia para un buen empleo. Tampoco es solución que entren todos los que quieran, pues con esta demagogia, aparentemente generosa y democrática, disfrazamos el infierno del fracaso y la exclusión futura.
Queremos apostar al ingreso en la universidad en condiciones para el éxito, lo que requiere un trabajo de formación especial de nuestras casas de estudio en el 5to año de bachillerato y en el 1er año de carrera. Las universidades deben proponer un nuevo proceso de admisión que permita la conexión entre la formación que la mayoría de los jóvenes trae del bachillerato, y las necesidades y exigencias para iniciar con éxito la universidad. La complementación debe ser desarrollada durante el último año del diversificado para que identifiquen su vocación y refuercen sus potencialidades para el éxito universitario. Además, para que en el primer año no quede excluida la mitad de los admitidos, hay que ofrecerles, fuera del pensum normal, prácticas complementarias en aquellas habilidades y aptitudes de las que muchos carecen y que son indispensables, como compresión lectora, razonamiento, matemáticas, expresión oral y escrita, toma de decisiones y responsabilidad, capacidad de plantear y resolver problemas.
Más aún, creemos que las universidades debemos ensayar y ampliar formas de refuerzo del sistema educativo desde sus bases, especialmente en escuelas y liceos oficiales para lograr niveles que nos permitan esperar el éxito universitario. La mayoría de estudiantes lo requiere, pero proponemos un programa focalizado especialmente en el fortalecimiento de los socialmente más débiles, pues partimos de la base de que la actual realidad socioeducativa deja excluida de la educación superior a la gran mayoría del quintil (20%) más bajo de ingresos familiares, que en promedio no llega a seis años de escolaridad.
Otro problema muy grave y que deja a Venezuela expuesta a la vergüenza internacional es ignorar que de 101.284 jóvenes graduados en toda la educación superior venezolana en 2004, 53.056 egresaron de instituciones privadas. El escándalo está en que ellos y sus familias (más de la mitad de los jóvenes graduados) nada recibieron del presupuesto público como ayuda para realizar sus estudios, mientras que a la otra mitad (48.228) le fueron pagados íntegramente todos sus estudios por años indefinidos. Para quienes por diversas razones estudian en instituciones privadas (son ya más de medio millón) no hay ninguna política pública de becas ni de créditos educativos que les permita recibir apoyo como estudiantes y, en parte, pagarlo luego como profesionales. Es sabido que hoy quienes estudian en instituciones privadas de educación superior no son más pudientes que los otros; con frecuencia, todo lo contrario. Este tema, heredado del pasado y no corregido, lo abordaremos en otro artículo.