De la violencia simbólica (o los excesos de la irrealidad)
Al finalizar una de estas tardes, el periodista de planta incurrió en otra de sus acostumbrados comentarios para el canal ocho: el socialismo del siglo XXI no está en ningún libro, no cuenta con un esquema doctrinario, ya que sus promotores –colocando irónicamente el acento- están algo ocupados en construirlo. Siendo así, los discursos presidenciales constituyen la única referencia, incluyendo las habituales y caprichosas interpretaciones del texto constitucional.
Además de las naturales tareas de gobierno que suponemos lo ocupan, el Presidente Chávez admite que está estudiando todas y cada una de las fórmulas que mejor apliquen a la noción que tiene del modelo. La Asamblea Nacional organiza una aventura semejante, paseándose por Gramsci, Mariátegui, Lenin, Trotsky y otros autores más recientes, inventariando lo que pueda ser conveniente y olvidando las nada sutiles diferencias entre ellos.
Comprobable en el website oficial, por más afanes –incluso- ortodoxos que muestren los discursos de los diputados que ahora no pueden hablar desde la curul, sino aproximarse a los escasos micrófonos de la cámara en un gesto literalmente asambleario (que no, parlamentario), por más disímiles y hasta pintorescas sean las materias, la versión suprema es la de Miraflores y, para más señas, será la que particularmente imponga de acuerdo al autor leído en una de las madrugadas. Se trata de una manifestación de violencia simbólica en casa que tiene correspondencia con la ejercida por fuera, aunque haya de falsificar y –justamente- versionar la realidad, objeto que puede ser de interés –si fuere el caso- para un sobrio investigador marxista.
Con eufemismos rellena esa realidad que no logra subvertir, pues –so pretexto de estudiarla- las conveniencias son las del titular del poder que poco o nada abona a los momentos que pudiera dictar la lucha de clases. Realidad que lo asedia, respondiéndole con desplantes, porque si Estados Unidos no desea comprarnos petróleo bien vale nuestra experiencia para alcanzar otros mercados.
Más de las veces, reclamando aún la infalibilidad del materialismo histórico o dialéctico, no logramos percibir un presente hecho de tantos remiendos publicitarios y propagandísticos. Con razón, Manuel Malaver advirtió de un “paquetazo” presidencial a principios de año y pocos suelen ver, por ejemplo, en el acto de juramentación de los ministros del ahora poder popular, realizado en el teatro “Teresa Carreño”, una réplica de la recordada “coronación” de 1989, excepto el gigantesco retrato de Hugo Chávez que no se le hubiera ocurrido a Pérez.
Se habla de varios socialismos, pero de un único modelo de mercado: el neoliberal, noción con la que salpica a todo adversario. Puede utilizar una de las supremas plataformas simbólicas del Estado, sintetizado en los desfiles militares de Los Próceres, para proferir su amenaza: socialismo o muerte. Sin embargo, jamás consentirá un debate limpio, coherente, profundo, exigente, responsable o genuino, conocido antes como ideológico. Crea e impone los estereotipos, aligerando la discusión pública y llama nacionalización, sugiriendo una inédita heroicidad, cuando adquiere mercantil unas acciones que encuentra el entusiasmo de sus muy avisados vendedores.
Los excesos de irrealidad, susceptible y merecedor –repetimos de un análisis resueltamente marxista, si fuere el caso- genera una espesa neblina en la oposición desbrujulada, sin atinar –otro ejemplo- a descubrir que la expansión del gasto público haya alcanzado 38 puntos del PIB, todo un pico histórico, como afirmara Ricardo Villasmil para la revista “Sic”, o el 60%, como refiriera José Guerra para el diario “El Nacional”. No obstante, ahora adquiere mayor gravedad, pues alcanza un insospechado carácter punitivo.
Así como existe el delito de cacerolazo, bajo otra denominación, surge el delito de inflación, faltando a todo sentido común, ampliando a todos los agentes económicos el estigma, por obra de un instrumento de larga denominación: Ley Especial de Defensa Popular contra el Acaparamiento, la Especulación, el Boicot y cualquier otra conducta que afecte el consumo de los alimentos sometidos a control de precios.
Comentaba Domingo F. Maza Zavala en tiempos de la otra dictablanda y a propósito de los problemas de desabastecimiento, la necesidad de tomar previsiones, “mantener y desarrollar la defensa de la incipiente industria establecida en el país”. Alegaba que las importaciones eran imprescindibles para no soportar privaciones, como ocurría en cualquier parte del mundo, aunque sin exageraciones: “… (y) al mismo tiempo excitamos a que comprendan que no podemos perder de vista el empeño fundamental de solidificar la economía productora” (“Temas del día: La capacidad de abastecimiento”: El Nacional/Caracas, 15/07/50).
Independientemente de los resultados electorales, Chávez negó la pobreza de sus actos frente a los multitudinarios eventos de Rosales en las autopistas caraqueñas, espontáneos y sin artificios. Hoy dice de especuladores que atentan contra su economía productiva, violentando una realidad que no tardará en… alcanzarlo.
TOPONIMICAMENTE SUYO
Contrario a lo recientemente expuesto por Tulio Hernández, el régimen ha tardado en renombrar los lugares públicos que es, en definitiva, redescubrir toda la fuerza simbólica del Estado dispensada por sus ejercicios toponímicos. Pudo hacerlo mucho antes, pero gozaba de la novedad y del aprendizaje del poder con sus constantes reacomodos burocráticos, entre otras de las circunstancias que no permitían llamarse a sí mismo como un proyecto socialista.
Y es que tampoco el autoritarismo monopoliza la voluntad de los cambios toponímicos, aunque sean un ingrediente esencial para sus realizaciones y omisiones. La caída de Pérez Jiménez nos llevó a cambiar inmediatamente el nombre de una popular urbanización caraqueña y la del régimen bolchevique a muchas ciudades y pueblos rusos.
Para elevar al santoral a alguna distinguida personalidad católica o –salvando las distancias- aprobar un nuevo ingreso al salón de la fama del béisbol estadounidense, son muy rigurosos e impermeables los requisitos, incluyendo un determinado período para evaluar las credenciales del agraciado. El Vaticano o los cronistas deportivos soportaron en su momento, las incontables presiones ejercidas para modificar las reglas y rápidamente entronizar a Juan Pablo II o a Mark McGwire, pero algo semejante no ocurre –entre nosotros- a la hora de consagrar en el salón republicano de la fama a meritorias figuras apenas fallecidas y aún en vida, mediante el rebautizo de los edificios, calles y avenidas construidos con el erario público.
Independientemente de la valía de cada uno de ellos y para ofrecer un ejemplo cercano, siempre nos disgustó la liquidación de los nombres más antigüos, populares o genéricos para lugares tan dispares, fulanizándolos como los parques “Jóvito Villalba” o “Rómulo Betancourt”, la represa “Raúl Leoni”, las avenidas “Pedro del Corral” o “Arístides Calvani”, la autopista “Rafael Caldera”, sin esperar a un lapso más prolongado para el reconocimiento. Lo cierto es que el actual gobierno nacional recién comienza sistemáticamente a renombrar los sitios con invocación de los dirigentes o eventos que más le convienen, pudiendo haberlo hecho antes con los supuestos mártires del 4-F o el 27-N, celebrando el pleonasmo de un municipio bolivariano Libertador o la obscenidad de una plaza “Hugo Chávez” en Anzoátegui.
Estimamos que las cosas, sitios o lugares deben seguir llamándose como están o se han conocido, recobrando la riqueza del castellano y quizá recuperando la famosa urbanización su denominación original, “2 de Diciembre”, como recuerdo permanente del oprobio dictatorial. Solamente si hay obras nuevas, pueden concursarlas para hacerlas toponímicamente nuestras.
Naturalmente, el cambio de nombre de la urbanización “Menca de Leoni” por “27 de Febrero”, levantó la protesta de los vecinos que no pudo ocultar el noticiero del canal ocho, pues es un asunto también de identidad. Empero, ocurre en el marco de una burlada democracia participativa y protagónica.
Hace año y medio, presentamos un proyecto de reforma legal y un esbozo de evaluación del Plan Nacional de Densificación Toponímica del Espacio Geográfico Venezolano, en la dirección nacional de COPEI para su discusión y tramitación legislativa y con ánimo de sentar unas pautas para las ordenanzas sobre nomenclatura urbana. Huelga comentar que el tema no suscitó mayor inquietud, afanados por la agenda más urgente del país y –reconozcámoslo- por la trivialidad tan persistente de los problemas internos.
Cédula en mano
Muy frecuentemente, observamos la fácil y emotiva apelación a la noción generacional para abordar el problemario político de la Venezuela actual. Triste y paradójicamente, comprobamos el desconocimiento de los requisitos más elementales de la tesis, cuyo exponente más conocido fue José Ortega y Gasset sobre todo con “El tema de nuestro tiempo” (1923) y “En torno a Galileo. Esquema de la crisis” (1933).
Al resaltar la precaria circunstancia de la edad cronológica, sin reparar siquiera en la edad vital (o zona de fechas) o en las fases de preparación y configuración del ser generacional, hallamos una elocuente caricaturización y una deliberada ignorancia de los procesos históricos que, como el de hoy, exigen un esfuerzo de innovación de los planteamientos y de las tareas que sean capaces de torcer el rumbo al proyecto totalitario en ciernes. Alarmante, sospechamos de la pereza e ineptitud de aquellos que proclaman la irrupción de otra generación política, con olvido de los elementos constituyentes como el de una caracterización de la época que indique una cierta altitud histórica (crisis, sensibilidad vital o Weltanschauung), una respuesta inédita y globalizante (proyecto histórico), los acontecimientos catapultantes (riesgos voluntariamente asumidos en los escenarios peligrosos), el perfilamiento del elenco selecto (que es algo más que desarrollar la política con cédula en mano) y su instrumentalizad política (partidista, convincente y eficaz).
La predestinación es un dato fundamental y, si fuere el caso, la única ha sido la generación de 1928, aunque ofrezca dudas desde la propia perspectiva ortegueana, ya que la de 1810 curiosamente lo fue ex – post facto, decantada de las figuras más adulta como Miranda. Por si fuera poco, la de 1958 creyó irresistiblemente ascender al poder en 1988, pulverizada por un elenco posterior y escandalosamente inédito como el incubado en las academias militares en la década de los setenta.
Consecuentes con Ortega y Gasset, nuestras convicciones individuales están irremediablemente impactadas por las colectivas y anónimas en el vasto horizonte de las vidas trabadas. Así, una novedosa fórmula de lo que se ha dado en llamar la antipolítico recoge enteramente el convencimiento de una sociedad que ha hecho del cambio una superstición, convirtiendo a las generaciones más o menos recientes en lo que no dudó en llamar el vitalista español como delincuentes, acaso condenada a preparar o abonar el terreno a otras más auténticas.
La tesis en cuestión ocasiona y ocasionará un terrible daño a los principales agentes de las transformaciones políticas demandadas, sirviendo para ocultar orfandades y facilitando –en última instancia- el relevo por interpuesta persona para consagrar la resistencia al cambio como necesidad. Es en el terreno de la oposición donde la sustitución meramente generacional encuentra mayor éxito, dada la perplejidad provocada por un gobierno que la tiene obviamente resuelta, aceptando la natural y nada tribal pugna de las promociones que ofician en su altar.
Hagamos caso, por un instante, a la tesis para renegar de la intergeneracionalidad, el empalme o encabalgamiento de las diferentes promociones que hacen la historia. En tal caso, pedimos una asimilación de todo lo inédito que pudiera incubar la época, un mínimo y no menos inédito planteamiento programático, un convincente coraje personal frente a los acontecimientos, una conformación de los elencos –ésta vez- realmente trabados, una eficaz instrumentación política: convertirse en una generación de combate va más allá de la vanidad y pusilanimidad que tanto nos angustian, domiciliados todos en una etapa tan dramática de la vida republicana.