Todas sus obras son amores
“Dando voy pasos perdidos
por tierra que toda es aire,
que sigo mi pensamiento
y no es posible alcanzarle.“
Lope de Vega
LOPE HIZO SU SANTÍSIMA VOLUNTAD
Podemos seguirle los pasos a Lope por esta tierra que toda es aire de sus obras y de su vida, por ese mundo transparente del que su propio, luminoso pensamiento, le lleva en pos. Por eso corre Lope por su tiempo como si pareciera en competencia con el correr del tiempo mismo; como si el tiempo, o los tiempos en su carrera, fueran los rivales competidores de la rapidez luminosa de su pensamiento.
¿Y no es posible alcanzarle?
Sin pararse, sin detenerse nunca, pero también sin precipitarse jamás, va siguiendo Lope su vivir y su quehacer, eterno, de la vida. Desde el primer ímpetu que le lanzara hasta los cielos. Como si este ímpetu providencial le hubiese lanzado expresamente para que cumpliera con su perfección, y para nuestro ejemplo, el primer mandato divino: amarás a Dios sobre todas las cosas. Lope quiere ir amando todas las cosas para poder así traspasarla amorosamente hasta el amor de Dios. Toda su vida es este amor,. Todas sus obras son este mismo amor. Todas sus obras son amores. Y esta voluntad que la determina por la gracia a vivir de este modo tan exclusiva y excluyentemente amoroso es aquella hondísima voluntad humana que tiene su raíz invisible en la divina. Lope quiso e hizo esta santísima voluntad suya toda su vida. Hizo su santísima voluntad en todo. Porque toda su vida y sus obras verifican esta coincidencia santísima de lo humano con lo divino.
“Aprende a ser el que eres”, clama Píndaro . Aprende ser único. Ser uno el que es -o lo que es-, ser cada uno, cada uno, es lo que dice el buen sentir popular español cuando dice que cada uno es cada uno. Lope es ese uno, en que tan certeramente el pueblo que le rodeaba se vio reflejado a sí mismo como lo que era o quería ser: como cada uno, como una persona; y no como un cualquiera o como una cosa, como cualquiera cosa. Es un cualquier cosa, se dice por el pueblo despectivamente.
Lope no es cualquier cosa. ¡Qué ejemplaridad personal, por eso, la suya! Aunque a los mojigatos les sirva de escándalo, o, como traduciría Unamuno, de tropezadero. Tropezar con nuestro Lope de Vega, escandalizarse con sus obras y con su vida, esto es, con su persona, es escandalizarse, es tropezar, una vez más, con la Iglesia, es siempre el gran escándalo de nuestro Lope.
Pero con la Iglesia viva de Cristo no se tropieza; no se puede. Se tropieza con las piedras levantadas en su memoria y, a veces, contra su memoria.
Hagamos eco a nuestras preguntas en el viento, recordando, al vuelo, entre tantas piedras levantadas, y otras caídas, la voluntad viva del poeta cuando les dijo: Que al fin sois piedra y mi historia es alma.
Su historia es alma, para Lope, y alma desnuda de moral vestido. Porque todo puede ser uno, para él, la historia y la poesía. Toda historia se identifica, en esa unidad superior de su fe, con la poesía, por el amor, por el espíritu gracias al soplo animador del pensamiento espiritual que la expresa, de la voluntad de amor que la concibe: “Tú sola el alma de mis versos mira”.