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Los Rinocerontes

Así ha dado en llamar la sabiduría popular a esos armatostes chinos, pintados de blanco y dizque blindados con los que el aparato represivo del Estado hostiga a las manifestaciones de los que, con justa razón, ven las intenciones nada sanas del régimen de convertir a esta que fue tierra de gracia en un mal remedo de lo que es Cuba. Es por ello que han decidido hacer demostraciones de su oposición a esa insensatez. El libreto ya nos lo sabemos hasta la saciedad: la marcha comienza tranquilamente, con multitudes impresionantes que demuestran que somos mayoría, míresele por donde se le mire, con las manos, limpias, llevando solo banderas y pancartas, con los pechos henchidos de orgullo por el sacrificio que se hace para rescatar a la patria de las malhadadas intenciones, y con las gargantas voceando consignas que reflejan el pensar de casi todo el mundo. Todo se lleva a cabo de acuerdo a los postulados constitucionales: el ejercicio de un derecho a manifestarse pacíficamente y sin armas. Y hete aquí que, sin tener motivo o razón —actuando solo por las órdenes insensatas y criminales emitidas por una nomenklatura que se aferra al poder para seguir medrando y huirle a la justicia—, los uniformados (iba a escribir “tropa” pero hasta ese término les queda grande) arremeten con exceso de medios, poder de fuego y una sevicia que clama por una consulta psiquiátrica, contra los manifestantes.

Solo entonces, y solo como mecanismo de defensa en contra de una agresión injusta, aleve, sin fundamento, es que se suceden las acciones impetuosas de unos cuantos jóvenes que tratan de proteger a la gran mayoría de los participantes, compuesta de personas de uno y otro sexo, muchas con bastantes años a sus espaldas, algunas en estado, o discapacitadas. En casi todas las ocasiones, los heridos y los muertos son puestos por marchistas. Es que, contrariando la letra y el espíritu constitucionales, solo basados en una perversa resolución ministerial, son los uniformados quienes emplean armas letales contra la población desarmada. Todos los días, desde que las protestas comenzaron hace más de dos meses, hay una muerte que lamentar. Todas, de gente joven que podría haber contribuido con el progreso de la nación si la hubieran dejado vivir. De esos asesinatos, son tan culpables quien accionó el disparador como quienes, escondidos en sus salones palaciegos, dan las instrucciones; como los rábulas togados que prefieren disfrutar de la vista del Ávila desde las cercanías del Panteón a volver la vista hacia la dura realidad y hacia la justicia; y como quienes conforman los altos mandos, tan ocupados contando los dineros con los que han sido comprados, que solo retransmiten las consignas que reciben desde más arriba y hacen la vista gorda ante los desmanes de sus subalternos.

Estos son tan rinocerontes como los artilugios mecanizados que han sido utilizados hasta para pasárselos por encima a los protestantes caídos. ¿Qué por qué lo digo? Sencillo: tienen la piel muy gruesa, todo les resbala. Se les ha acusado, con base, de tener contactos y negociados con narcotraficantes, de quebrar al país para poder seguir cobrando comisiones por importaciones innecesarias (entre ellas, de rinocerontes), de ser solo meros sátrapas, tanto por depender y obedecer a un soberano extranjero como por mandar despótica y arbitrariamente y por hacer ostentación de su poder. Y ellos, al igual que en la propaganda de las toallas Stayfree, “como si nada”. En el lenguaje de la frontera nortesantandereana que tan bien conoce Nikolai, son “conchudos”.

Además, al igual que los integrantes de la megafauna africana, tienen un cerebro muy pequeño. Todos. Aunque el propio arquetipo sería el mismo que mencioné anteriormente: se caracteriza por ser inmensamente bojotudo pero con poca materia gris entre los parietales. Tanto, que no entiende que eso de bailar y tocar la tumbadora en cadena, mientras sus huestes causan muertes, heridos y estropicios materiales a gente inocente, es algo insensato (por decir lo menos).

Tan parecidos a los Diceros bicornis son que también sufren de una pésima vista. Que son burriciegos, pues. Se les ha planteado (y se les ha demostrado) de mil maneras que esa economía tan sectaria que propugnan, tan alejada de la convencional —de esa que ha ayudado desde toda la historia para el florecimiento de las naciones— solo sirve para quebrar al erario; ¡y nada! Siguen en sus trece, repartiendo (entre los suyos solamente) los mendrugos de lo que fue la riqueza de la nación, dilapidando el tesoro y endeudándose más para seguir apareciendo como munificentes; comprando aviones de combate en vez de los de combatir incendios de vegetación, carros de pisar muchachos en las manifestaciones en vez de tractores. Y el refrán explica que no hay peor ciego que el que no quiere ver…

Y, por último, al igual que los de la familia Rhinocerotidae, están en peligro de extinción. Lo cual, si es malo en lo que se refiere a las pobres bestias cegatas que pastean por las sabanas africanas, será muy bueno para la población si ocurre con la variedad que pace a su buen saber y entender por Miraflores, Carmelitas, Dos Pilitas, Fuerte Tiuna y la Avenida Páez. Porque de alimañas no pasan…
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