Borges: Diario de Adolfo Bioy Casares
«…Las hermosas actitudes de asombro de algunos animales -perros, caballos- están originadas, tal vez, en la pobreza de su vista. Cuando Borges estaba escribiendo en su mesita de pino y yo entraba en el cuarto, se erguía, enorme y asombrado, como un caballo o un león marino, y me miraba…» Bioy C.
(%=Image(8294712,»L»)%) Ya leí casi 200 páginas de las más de 1600 que componen una rigurosa selección de los «Diarios» de Adolfo Bioy Casares donde se consigna principalmente su añeja relación de amistad con Jorge Luis Borges. Como sabemos, ambos escritores argentinos llegaron a formar un poderoso binomio literario, redactando y publicando libros de cuentos escritos al alimón y numerosas antologías de narraciones fantásticas, policíacas, y otras disciplinas literarias. Su fructífera amistad es ejemplar y diría también que única, en un ámbito donde la rivalidad y las vanidades afilan cuchillos largos.
En el voluminoso «Diario» escrito desde 1931 hasta 1989 se detallan las vicisitudes de una vida compartida en un sentido crítico de gran agudeza y pertinencia, sin que fuera necesario que los dos amigos compartieran por entero todos sus criterios de análisis y estudio. En materia de lo común y lo corriente, se sabe que Bioy Casares fue lo que se puede llamar «donjuanesco» con mujeres muy bellas (parece pleonasmo) y en cambio Borges podría considerarse un apático sexual. Mantuvo contadas relaciones amorosas. Se casó dos veces. La primera experiencia parece ser que duró varias horas y la segunda fue una boda consumada en un período tristemente senil. No hay que hacerse muchas ilusiones de conocer detalles de la vida privada de los dos grandes escritores. Su intimidad queda bien resguardada. Si acaso hay un asomo de anécdotas donde se esbozan situaciones que podrían calificarse de «picantes», como en dos entradas de 1950: Marzo. Estela quería que Borges se acostara con ella. Una tarde, en la calle, se lo dijo brutalmente: nuestras relaciones no pueden seguir así. O nos acostamos o no vuelvo a verte. Borges se mostró muy emocionado, exclamó: cómo, ¿entonces no me tenés asco? Y le pidió permiso para abrazarla. Llamó a un taxi. Ordenó al chofer. A constitución y agregó para Estela. Vamos a comer a Constitución. We must celebrate.
U otra mención similar: Viernes, 10 de noviembre. Borges me habla de una señora con quien tuvo amores hace treinta años: está viejísima, horrible y completamente idiotizada. La pobre asegura que está tan joven que nadie la reconoce. Esa misma señora una vez le informó, con aire superior y pícaro, que ella había leído el Quijote, «pero el verdadero, no el que todos leen».
El «Diario» arroja luz sobre la extraordinaria capacidad de trabajo de Borges y de Bioy Casares. Se pasan los días proponiendo argumentos para la escritura de historias comunes. Y no necesariamente para ejecutarlas todas; ese ejercicio intelectual fue muy edificante. Cada uno, por su lado, seguía pergeñando textos personales y escribiendo cuentos, novelas cortas y poemas. Su profunda interrelación refleja una viva preocupación por el fenómeno creativo y pasa por un tamiz muy riguroso la obra incipiente de escritores de su época, como Ernesto Sábato, entre muchos otros autores que prosperaron o se fueron quedando en el camino. Ahora podemos ver que se equivocaron poco en sus juicios rigurosos. Ello denotaba un conocimiento extremo de varias literaturas y filosofías y una sensibilidad extrema.
El minucioso recorrido durante varias décadas revela también situaciones de la vida corriente de la rancia sociedad Bonaerense. El par de amigos cómplices se ensaña con una señora llamada Bibiloni de Bulrich que brilla por sus escasas luces, aunque parezca contradicción y de quien recogen «perlas», producto de su reiterada impertinencia. De ella se narran episodios enteros de memez, falsa presunción o presunción a secas. Bibiloni a Borges: así como a usted le interesa conocer poetas y escritores, a mi me interesa conocer gente rica… La misma señora decía que las explicaciones la cansaban; que era tan inteligente que desde el momento en que el interlocutor pronunciaba la primera sílaba, ella sabía todo lo que tendría que oír.
El «diario» de Bioy Casares es un paradigma de rigor e inteligencia. No se deja títere con cabeza cuando la ocasión lo amerita. Los comentarios son mordaces. No perdonan el menor asomo de frivolidad. Tampoco pierden el tiempo pretendiendo cambiar el mundo. A los interlocutores necios les dejan manifestarse a sus anchas, sin perturbarlos. La lección es clara. No hay que perder el tiempo con los mentecatos. Y en la vida cotidiana abundan los individuos que hacen profesión de lerdo. Pero no se trata solamente de señalar los desacuerdos con dedo flamígero o moralista, sino de reproducir pasajes absurdos tomados de las páginas de la realidad del día a día. De ; de ello y de los sueños está hecha la materia de la mejor literatura. Y cierro con un último ejemplo: …una señora duerme con rimmel, porque teme que la policía llegue a detenerla y quiere estar preparada: ella sin rimmel pierde la personalidad. BORGES: ¿lo habrá dicho en broma o en serio? BIOY: sin duda en broma; pero ves, tenía razón Johnson: no hay que decir cosas contra uno mismo porque la gente las cree y las repite.