Chiguará city
Se dice que nacer en un pueblo es ventajoso. Al anonimato de la ciudad se contraponen virtudes pueblerinas: mayor solidaridad y una historia común más próxima. Algunos no creen mucho en lo primero, por aquello de “pueblo pequeño, infierno grande”. Pero quizás el amor al terruño sea más acendrado y pueda ser mejor expresado por los hijos agradecidos.
Los pueblos de nuestros mayores llegan a ser nuestros pueblos. Sus historias, geografías y gentes forman parte de nuestra sensibilidad. Y Mérida es una ciudad que está muy cerca de sus pueblos, espiritual y físicamente. No puede vivir de espalda a ellos.
Chiguará es el pueblo al cual llegó Román Pantaleón Sandia para fundar la hacienda San Pedro. Don Panta “espanta vaca” tuvo la tenacidad y la paciencia para ser próspero en una tierra extraña y acogedora. Con su esposa Juanita Ramírez Rojas crió a sus hijos: Amalia, Román, Ernestina, Alicia, Acacio, Orangel, Irma y Ligia.
La casa armoniosa de San Pedro sirvió de posada y comedero para centenares de visitantes que aún hoy recuerdan con agrado que estuvieron allí. O sus descendientes rememoran cómo sus padres y abuelos conocieron a aquel emprendedor hacendado.
Creo haber dormido alguna vez en San Pedro, pero no estoy seguro. Sí me acuerdo perfectamente de la negativa de mi tío Orangel, a que acampara junto a mis compañeros rovers en un potrero, cerca de aquella casa legendaria, a pesar de que acababa de cumplir la mayoría de edad.
El argumento del tío era casi irrebatible: la soledad de la noche no era recomendable para unos muchachos citadinos, por más scouts que fuéramos. Nos resignamos a dormir en Quizná, una finca cercana.
Armamos la carpa al lado de la laguna, pero no cerramos los ojos. No porque el miedo nos abrumara, sino porque la noche estrellada se hizo muy propicia para los cuentos y los chistes, alrededor de una fogata. El gentil tío Orangel nunca lo supo, pero no habernos dejado dormir en San Pedro fue una buena idea.
Chiguará también fue el pueblo donde se avecindó un hombre alegre, sagaz y bueno, Hilarión Briceño, para casarse con María Ferrigni Varela. Quizná fue su heredad, más pequeña y menos próspera que San Pedro. Diferentes destinos políticos no lograron que Hilarión olvidara la tierra chiguarera. Con María, laboriosa e inteligente, tuvo once hijos: Cristina, Temila, Mery, Braulia, Carmen, Lilia, Oscar, Germán, Celina, Maruja y Nancy.
Las dos familias se unieron por el sagrado sacramento del bautismo varias veces. Hijos e hijas también fueron compadres y comadres que multiplicaron la amistad de los dos jefes de familia. A su vez, el matrimonio unió a dos hermanos Sandia con dos hermanas Briceño. Aunque hubo la amenaza de bautizar a alguno de los nuevos vástagos, en honor de los abuelos, como Hilarión Pantaleón, no se llegó a perpetrar tal crimen onomástico.
Asocio a Chiguará con la fiesta. Casi siempre he estado allí por razones de parranda. Para hacer honores a Baco, he disfrutado mucho de los condumios y de los tragos en el Centro de amigos, la Boca del Monte, Quizná, La Querencia y La Botija.
Pocas veces he pasado trabajo en Chiguará, porque su gente amable hace que todo sea llevadero. Quizás la mayor incomodidad haya sido buscar alguna improbable bolsa de hielo a medianoche, cuando no se siguieron las normas de la Logística.
Algunos días ayudé a los tíos Acacio Sandia Briceño y Jorge Luzardo a pesar y vacunar ganado, también a transcribir datos de la producción lechera en un jurásico computador 286. Pero era un oficio liviano y pocos meses antes de que se vendiera Quizná. Hoy, el nuevo dueño ha derribado el modesto galpón y ha construido una vistosa casa que inspira envidia desde la carretera.
Chiguará es fiesta porque ha sido sitio de reunión de la familia grande que somos. Que no se reduce a los parientes sino que siempre ha contado con muchos asimilados. Hemos tratado de hacer culto de la amistad, el afecto y el buen humor.
Buen humor como el de Román Eduardo Sandia Briceño, quien al ser interrogado por el profesor en clase de Inglés, cuando comenzaba sus estudios de Ingeniería Civil, acerca de su procedencia, contestó con enredada pronunciación: “I am from ‘Cháiguara’ city”.
De la otra historia de Chiguará, que rebasa las impresiones de un visitante esporádico, habla la exposición “Chiguará. Arraigos y errancias” que, por iniciativa de Dora Santana de Dávila y con la colaboración de otros chiguareros -Roberto Rondón Morales entre ellos-, ha organizado la Biblioteca Febres Cordero bajo la coordinación de Belis Araque y la curaduría de Nelly Hernández.
Hasta el 31 de agosto, en la sede de la plaza Bolívar de Mérida, estará abierta ésta impactante muestra de documentos coloniales, fotografías, periódicos centenarios, libros, artesanías y otros productos.
Así como Román Pantaleón, de La Grita, e Hilarión, de Isnotú, escogieron este pueblo y sus aledaños como patria chica, somos legión quienes tenemos en Chiguará el origen y asiento de inmensos afectos. Es allí donde hemos entrevisto la felicidad.