París Valió una Misa con Kadish
(%=Image( 6533643,»L»)%)La semana pasada, un cardenal francés, postulado por algunos de sus correligionarios como sucesor de Juan Pablo II, fue enterrado en la catedral de Notre Dame, recibiendo una cristiana sepultura luego de que uno de sus primos recitara la plegaria fúnebre judía, el Kadish.
(%=Image(1344349,»L»)%) Esta escena, que hace unas décadas solo hubiese sido posible en la ficción de una mente muy imaginativa, solo la podía originar un hombre como el cardenal emérito de París, Jean Marie Lustiger, quien falleció a los ochenta años luego de una vida de intensa actividad pastoral que le granjeó el cariñoso título de “párroco de París”, una legado intelectual de 23 libros sobre asuntos teológicos, y varias misiones que cumplió para el Vaticano desde que Juan Pablo II lo nombrara obispo de Orléans en 1979 y luego arzobispo de París en 1981.
¿Quién fue este hombre que algunos querían y otros temían, pudiese convertirse en “el primer Papa judío después de San Pedro”?
Nacido en el seno de una familia judía que abandonó Polonia durante la Primera Guerra Mundial, Aaron Lustiger vivió en carne propia el virulento antisemitismo cuando en 1937 se hospedo por un tiempo con una familia protestante de la Alemania Nazi, con quienes se familiarizó con el Nuevo Testamento. En 1940 sus padres lo enviaron junto su hermana a vivir con una familia católica en Orleáns para evitar que fuesen perseguidos por el gobierno colaboracionista del régimen francés pro-Nazi y el adolescente decidió bautizarse a los 13 años. Aunque esto le causó una gran tensión con sus padres, Jean Marie sufrió mucho cuando ambos fueron deportados a Auschwitz, en donde su madre fue gaseada. Su padre, que sobrevivió, intento a su regreso a Francia liberada, convencer a su hijo de retornar al judaísmo pero el joven ya había decidido su vocación.
La controversial identidad judeo-cristiana de Lustiger no solo le valió la incomprensión de su familia, sino de muchos clérigos que no podían comprender lo que de diferentes maneras explicó a lo largo de su vida: “Soy judío y permaneceré judío, por mucho que les pueda resultar inaceptable a muchos. Y creo que la cristiandad es el medio más adecuado para llevar la luz a los no judíos”.
Para algunos, Lustiger no pasó de ser un personaje algo bohemio, en el mejor de los casos, o un hereje para ambas religiones, en el peor, y sin embargo, su labor en la reconciliación promovida por Juan Pablo II entre judíos y cristianos; su sensibilidad para asuntos de derechos humanos y de justicia social que lo convirtieron en una requerida voz de conciencia en Francia; y su aporte en temas teológicos y políticos, hicieron que fuese respetado – más allá de toda polémica – por rabinos, sacerdotes e intelectuales laicos de todas partes del mundo.
Enrique IV de Navarra, quien quiso ser rey de Francia y no pudo por no ser católico, dijo una vez que “París bien vale una misa”, indicando que por el poder estaba dispuesto a convertirse, pero Lustiger, el hombre que también recito el Kadish durante el 60 aniversario de la liberación de Auswhitz – a donde asistió como representante del Papa y como hijo de una de las millones de víctimas del Holocausto, – demostró por tolerancia, que la semana pasada París valió un Kadish durante una misa