Valores y educación protagónica
La redacción de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela en 1999, constituyó sin lugar a dudas el gran suceso de la legislación venezolana, sin precedentes en la historia republicana de la patria del Libertador Simón Bolívar. Se diría que, sin pecar de inexactos, significó un ejemplo sociológico a nivel latinoamericano, ya que toda una nación discutió, aportó y dio soporte a la letra de esta maravillosa carta magna de la cual todos los venezolanos debemos sentirnos orgullosos. En ningún otro texto legal de la región, se tradujeron las pinceladas de opinión de todos los sectores de la Sociedad como en el caso que nos ocupa, reflejando cada uno de ellos sus atributos, características y aspiraciones. El país completo fue constituyente, participó en foros, reuniones, asambleas, conferencias, simposios. Nunca antes, la democracia del pensamiento se vivió a mayor plenitud en el escenario nacional. Por supuesto, todo momento es un hito que surge como producto de una concatenación de hechos precedentes. El proceso constituyente de 1999, fue posible porque la sociedad interiorizó los valores de la democracia que fueron consagrados por la constitución de 1961, cuando una legislación “representativa” sancionó el citado cuerpo legal, el cual en forma nominal fue incorporado a los contenidos programáticos de las instituciones educativas de nivel primario, secundario y terciario. Los medios de comunicación, al propio tiempo, desarrollaron una loable labor de información y difusión, dictando una cátedra diaria de reflexión y discusión de los valores de una sociedad policlasista que no se negaba a si misma ni se fracturaba en espacios irreconciliables, sino que por el contrario era capaz de establecer de las diferencias, reales compromisos de cooperación y ayuda, donde la solidaridad responsable, lenta pero progresivamente, manifestaba la tendencia clara hacia el esfuerzo común compartido.
Una sociedad debe crecer asumiendo su historia orgullosa, tanto de sus éxitos como del reconocimiento de sus fracasos, sin cuya asimilación no es posible adquirir valorativamente los primeros en forma permanente; no es en modo alguno la exclusión, la marginación, la negación del otro, lo que hace fuerte a una colectividad; es reconocer que en la complementariedad de lo diverso, en la pluralidad de formas de pensar, se encuentra el maravilloso espacio para intercambiar conocimientos y experiencias desde distintos enfoques y puntos de vista, los cuales enriquecen la experiencia vital de compartir el mismo espacio , el mismo hogar, el mismo cielo de nuestros ancestros comunes; es un poco el reconocernos como familiares que viven alrededor del mismo tronco afectivo de la nacionalidad, la gran casa de todos.
Dentro de ese espíritu, se requiere de una Educación que nos ayude a establecer vínculos cooperativos sólidos, a sembrar a la Sociedad de comunicación para obtener los frutos de sólidos logros colectivos que revaloricen el espacio común, tanto geográfico como humano y le den el real sentido aglutinante a nuestra historia, en señal inequívoca de nuestro futuro como nación.
De allí que el entendimiento, la cooperación, la solidaridad, la comprensión, son los nuevos valores que la Sociedad protagónica del siglo XXI debe emprender para la construcción del bienestar social que nos oriente a una mejor calidad de vida; venciendo los dogmas y muros que solo levanta el pasado superado, desechando la violencia y el conflicto como medios para conquistar reivindicaciones; no es la agresión el lenguaje de la inteligencia ni la destrucción el medio de la creación. Por ello creemos que la comunicación, amplia y diversa, entendida como el movimiento sinfónico de los instrumentos diferentes, es la única acción que a través de la Educación, puede producir la resonancia de los grandes valores de la Humanidad para el disfrute de todos los ciudadanos de este planeta.