Opinión Nacional

¡Por qué no te callas!

Los personajes en el poder quieren que te calles. Existe la forma directa de silenciarte cuando cierran un canal de televisión, una emisora de radio, o inducen la venta de una estación o diario a algún amigo del régimen, no siempre testaferro pero con pasión por serlo.

En otras ocasiones es en forma indirecta con un tribunal, la fiscalía, la policía o los gestos torpes de la revelación política del año, el ambicioso ministro Miguel Rodríguez Torres quien pretende dictar pautas de conducta a los opositores. Sin embargo, a veces no es tan fácil entender el mecanismo. Hasta gente tan majadera puede, por equivocación, incurrir en sutilezas.

Los camaradas trepados allá arriba quieren eliminar cuestiones de debate.

Uno de los que más les atormenta y saca de su zona de confort es la discusión sobre el golpe de Estado. Obsérvese el deslizamiento conceptual: hablar de guarimbas, golpes, insurgencias, insurrecciones, «primavera venezolana», renuncia, y otras menciones al desplazamiento del régimen es formar parte de una conspiración que procura aquello de lo cual usted habla.

Se intenta crear una situación de opinión según la cual si se alude a ciertos temas es porque se forma parte de un pavoroso complot.

A Rómulo Betancourt, Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera se les solicitó insistentemente su renuncia a la presidencia. Esta solicitud es parte del derecho democrático que cualquier ciudadano tiene ante una autoridad.

Recuerdo cuando estudiaba en la UCV que varias veces el doctor Marcelo González Molina le solicitó la renuncia al rector Jesús María Bianco en un encuentro formal en el que el primero le entregaba una carta al segundo quien la recibía con respeto.

Ahora estos próceres sin épica de hoy se lanzan despavoridos hacia el zaguán de Miraflores cada vez que alguien, en su derecho, plantea que Nicolás debe renunciar a un cargo que ejerce sin legitimidad.

 

EL GOLPE.

Imagínese que unos militares conspiradores un día alzan varias unidades, intentan matar a quien ejerce la Presidencia, rodean la vivienda en la que sus familiares habitan y matan a sus custodios e intentan asesinar a los que allí viven, se toman estaciones de televisión y liquidan a los guardias que las custodian, y ametrallan a soldados bisoños que salvaguardan instalaciones que se quieren tomar. Suena horrible, ¿no? Varios de los que están en el poder lo hicieron tanto el 4 de febrero de 1992 como el 27 de noviembre de ese año.

Ese tipo de acción no parece probable, ni siquiera posible el día de hoy. Tampoco conveniente o deseable. No porque los oficiales tengan lealtad a quien no la merece ni ética ni legalmente sino porque normalmente el reemplazo de regímenes autocráticos para lograr el establecimiento de la democracia tiene un irrenunciable ingrediente civil. No es un preciosismo, sino que la forma en la cual se arriba a la democracia es parte de su esencia. Un ejemplo venezolano es clarificador: el 23 de enero estuvo precedido y acompañado de alzamientos militares, pero no fue sino hasta que hubo un vasto acuerdo político y social, que incluía a muchos de quienes habían simpatizado con la dictadura, que se produjo el momentum para el cambio; éste además tuvo la característica de que no fue un baño de sangre. Los militares fueron decisivos la noche del 22 de enero cuando le hicieron saber a «mi general» Pérez Jiménez que ahuecara el ala y el general Luis Felipe Llovera Páez -siempre es bueno recordar la anécdota- apresuró la decisión con aquello de «es mejor irse, Pérez, porque pescuezo no retoña».

Existe otro elemento que consiste en el ambiente internacional. La comprensión que los bien pensantes prodigaron a un intento de golpe como el de Chávez en 1992 no es la misma que darían a un madrugonazo contra los herederos de hoy. No hay que olvidar que ante la combinación de petróleo con tardoizquierdismo -aunque sea soviético- se producen amansamientos inesperados y singulares estados de hipnosis.

LOS MILITARES.

El hecho de que un golpe como el que intentó Chávez sea indeseable no quiere decir que los militares no tengan vara alta en la forma en cómo se restablecerá la democracia en Venezuela. No dudo que haya conspiraciones, no porque esté informado sino por informado sobre el código genético de la historia venezolana. A lo largo de la democracia siempre las hubo, la casi totalidad nonatas, pero las hubo y con Chávez también. Pero, como se ha dicho, un golpe a lo Chávez no parece ser un curso exitoso.

Es imposible pensar que con los militares hasta en la sopa, con cargos en todas partes, con una agresiva intervención política y convertidos en «hijos de Chávez», propagandistas a placer, con juramentos hacia el personaje cuya eternidad ha sido decretada, no vayan a participar en los desenlaces, así como participan en la merienda petrolera.

Hoy se dan dos formas de intervención militar. Una ilegal, anticonstitucional y profundamente antidemocrática que es la que coloca la Fuerza Armada al servicio de una parcialidad política como el PSUV subordinada a Cuba, que hace de la Milicia Nacional un brazo armado del chavismo, que intenta convertir la institución en una institución «chavista», que se permite insultar a los dirigentes democráticos como han hecho repetidas veces, que se convierten en ejército de ocupación en los estados y municipios que tienen gobernadores o alcaldes de oposición. Ésa es una forma de intervención.

Otra es la que representa la institucionalidad militar, a la que no se le pide que dé un golpe sino que respete la Constitución y las leyes, así como que se apegue firmemente a la ética profesional. Esto significa no acatar órdenes anticonstitucionales o ilegales. Los acontecimientos de 2002 están sumergidos en una bruma de propaganda, pero un aspecto de esos acontecimientos fue que los mandos militares de Chávez, designados por él, escogidos con su dedito mágico, resolvieron no dispararle a la marcha que avanzaba hacia Miraflores. Fueron sus generales y sus almirantes los que tomaron esa decisión porque seguramente sus convicciones se las impusieron y el Tratado de Roma fue aliciente adicional. No es de dudar la existencia de una conspiración para ese momento pero no fue ésta la que determinó los acontecimientos sino la desobediencia a las órdenes de disparar contra los ciudadanos.

LA CARGA DEL PROCESO.

La repetición de las elecciones presidenciales, la renuncia de Maduro, la progresiva estabilización del actual régimen, o una inestabilidad prolongada con mayores o menores turbulencias, son posibilidades que están en el carrusel de esta historia sin fin. Todo dependerá de hacia dónde y cómo se vuelque la protesta civil. No serán los militares los que determinen el rumbo que tomará la crisis, pero los militares estarán hoy, como estuvieron ayer, en su resolución. Nicolás, ¡por qué no renuncias!

www.tiempodepalabra.com

 

 

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