El comercio informal no tiene dolientes en el régimen
La ocupación desordenada o anárquica de los espacios públicos de Caracas por los buhoneros (o trabajadores informales) es un problema de vieja data que sigue planteado a pesar de todos los esfuerzos para solucionarlo de modo estable.
En los tiempos que corren se ha hecho incluso más agudo porque de un modo u otro el régimen ve o vio en la buhonería una especie de derecho natural de hacerse de un oficio ante la falta de opciones de empleo; e hizo demagogia estimulándola y apoyándola. Un estímulo contradictorio porque implica la aceptación de una incapacidad para generar empleos estables, porque la buhonería es un modo alternativo de obtener el sustento familiar, aceptable sólo como parte de una situación ce crisis o de transición. Pero la transición se prolonga ya por nueve años, casi el mismo tiempo que le tomó a Europa recuperarse de la destrucción bélica.
La permanencia muy intensa de la buhonería como problema a lo largo de nueve años es pues una evidente señal de fracaso de un proyecto económico, fracaso que no lo oculta la promesa de garantizar seguridad social al “trabajador informal”, como se anuncia en tono de triunfo social, transformando la derrota en victoria, o el defecto en virtud, como decía Mao.
Pero hay otra dimensión del problema que es la que atañe a la capacidad de la ciudad para permitir que esa buhonería se ejerza sin degradar la vida urbana, sin perjudicar la calidad de vida de una capital que está sumergida en un deterioro vergonzoso. Y tiene que ver con las enormes carencias de espacio público de Caracas.
La buhonería debe encontrar su lugar en lo que pudiéramos llamar el espacio público “accesorio”, aquel que ya no se utiliza para circulación o recreación, sino que complementa estos usos: lugares adyacentes a los espacios abiertos, a las principales direcciones peatonales, remansos en plazas o parques. Espacios casi inexistentes en Caracas.
Por eso surgen ideas como la de crear “centros comerciales para buhoneros”, concepto que equivale a subsidiar a altísimos costos el comercio como política de Estado: subsidiar el consumo. Regalarle a unos privilegiados un “punto” comercial pagado por el gobierno. Eso equivale a formalizar el comercio informal. El comercio informal tiene que conservar su carácter semi-nomádico, su presencia en la ciudad es efímera, transformarlo en permanente es un contrasentido.
No se ha entendido, repito, que para afrontar de modo digno el problema de la invasión del comercio informal la única vía es la de crear espacio público: peatonalizar la ciudad, abrir espacios para plazas, parques, bulevares, que tengan al comercio informal como una “amenidad urbana” que acompaña al fluir natural de los ciudadanos de un sitio a otro. Una actividad típica de una economía del subdesarrollo que puede ser regulada.
Hemos dicho que la expropiación de inmuebles urbanos que ha adelantado la Alcaldía Mayor para ubicar invasores, es una de las políticas más disparatadas que se han formulado en Caracas. Se desconoce el monto ya invertido, pero sólo podríamos imaginarnos que ese dinero se hubiese utilizado en Proyectos Urbanos de peatonalización que incluyesen la compra de terrenos para crear plazas con posibilidades de albergar el comercio informal. Eso tiene un parentesco lejano con lo que ha querido hacer la Alcaldía de Libertador en Sabana Grande, salvo que, hasta donde sabemos, los espacios que se han acondicionado para la buhonería no están asociados a proyectos que los conecten con secuencias de espacios públicos para el movimiento peatonal. Son simples soluciones puntuales en terrenos sobrantes (¿alquilados?).
Lo más curioso de todo esto es que con participación del Centro Simón Bolívar, el Metro, Ferrocar (Caño Amarillo) y por supuesto de las Alcaldías podría adelantarse un Proyecto Urbano que haría mucho por la ciudad y sería un aporte esencial a la localización del comercio informal. Se trata del desarrollo de los terrenos de la Ave. Bolívar y sus prolongaciones Este y Oeste.
Nunca estuvimos de acuerdo con los planteamientos del llamado “Parque Vargas” por razones que no cabe discutir aquí, pero a lo largo de ese eje se ofrecen oportunidades de creación de espacio público extraordinarias que podrían incluir zonas de comercio informal, regidas por normas y límites que permitirían erradicar completamente la ocupación abusiva de aceras, rincones e islas que se aprecia hoy en todo el casco central.
Si uno pudiese ir caminando desde la Plaza O’Leary hasta la Plaza Venezuela a lo largo de la Plaza Caracas, la rescatada Plaza Diego Ibarra, la Plaza interna del paralizado Palacio de Justicia (¡que debe terminarse!), ambos lados de la Ave. Bolívar, bordear el Teresa Carreño y conectarse con la margen Sur del Parque Los Caobos frente al Jardín Botánico o con un revitalizado Boulevard Santa Rosa, hoy abandonado y olvidado su esquema original, se conformaría una espina de espacio público ordenadora de todo el casco central. Todo ello con un punto central intermedio que sería la Plaza de La Hoyada con todas las condiciones para constituirse en una Plaza Central rodeada de actividad Urbana. Desde la misma Plaza O`Leary se puede ir hacia el Oeste bordando las escalinatas del Calvario e internándose en Caño Amarillo hasta la Estación del Metro Agua Salud disfrutando de la secuencia de espacios abiertos en lo que se llamó una vez el Parque Cultural de Caracas.
Parece inexplicable que en todos estos largos nueve años del régimen, nada se haya mencionado sobre una opción como ésta, que a pesar de su complejidad, particularmente en el tramo de la Ave. Bolívar, utiiza sólo terrenos del Estado. Es una muestra más de que respecto a Caracas, el régimen no ha podido formular planes de acción ambiciosos con posibilidad de repercutir directamente en la calidad de vida de la ciudad. Pero así son las cosas con esta “revolución”: puras palabras y nada de acción. Y la Reforma Constitucional agravará las cosas con su centralización paralizante y antidemocrática.
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En Caño Amarillo hay una magnífica oportunidad para la creación de espacio público.