La temida sequía
“¡Agua para la tierra! , todo clama,
y, ceñudo, el Señor no la derrama.”
Miguel Hernández.
LA ESCASEZ DE AGUA
Dulce o salada, en el agua radica el principio de la vida de nuestro planeta. La dulce, la que utilizamos para beber es un recurso agotable que hay que ahorrar. Sólo el 6% del agua existente en el planeta es agua dulce. De la salada depende buena parte de nuestra subsistencia como fuente imprescindible de recursos alimenticios y regulador de la calidad de aire que respiramos.
Los cielos se defienden de las agresiones y nos han cerrado el grifo. La reserva de agua disminuye de manera alarmante tanto en el Primer como en el Tercer Mundo, y también su calidad. El despilfarro es la norma generalizada en occidente y en los países pobres se mueren por un poco de agua. ¿Hay alguien que dé más?
Hoy la escasez de agua afecta ya a buena parte del planeta y para la segunda década del siglo XXI se habrán añadido a la lista de los sedientos muchos otros países y, si las cosas no cambian, el agua se convertirá en una auténtica fuente de problemas para todo el mundo.
No sólo habremos de preocuparnos por la escasez de este preciado elemento, sino, sobre todo, por su falta de calidad que ya es una constante en casi todos los países. Ahorrar, embalsar y depurar para conseguir una mejor calidad son las metas de cara al futuro.
El inexorable y progresivo calentamiento del planeta, las implacables sequías, la contaminación y, sobre todo, una inadecuada ordenación en cuanto a su uso están conduciendo al agotamiento de los recursos hídricos.
La temida sequía que durante siglos ha sido considerada como uno más de los desastres naturales, ha comenzado ya a formar parte de la cadena de las “catástrofes” causadas por la actividad humana: la deforestación incrementa la frecuencia y la duración de este fenómeno climático extremo.
El estado de las aguas subterráneas, imprescindible para un abastecimiento completo no es menos preocupante. En España, el 25% del agua que consumimos procede de los acuíferos subterráneos. La sobreexplotación, la salinización y la contaminación son los principales problemas que amenazan a nuestros acuíferos.
La eutrofización de ríos y lagos es otro grave problema. Las algas, sobrealimentadas con fosfatos, procedentes de la mayoría de los fertilizantes agrícolas y también de los detergentes acaban devorando el oxígeno de las aguas, convirtiéndolas en cementerios líquidos.
Las aguas residuales industriales en los países de la OCDE aportan el 90% de la carga de sustancias tóxicas existentes en las aguas superficiales. Otros graves problemas de contaminación de las aguas se deben a los nitratos y a los plaguicidas.
Ya nadie duda de que el agua es un bien escaso que hay que conservar. El ahorro y el uso racional se hacen imprescindibles. Sin embargo, en nuestro país, el 60% del agua de riego se pierde antes de llegar a las plantas, y las fugas en los sistemas de distribución de las ciudades oscilan entre un 20 y un 40% según las zonas.
España es uno de los países que más agua consume, y eso pese a que la pluviosidad es muy baja y las perspectivas de abastecimiento cada vez más negras. Cada español gasta un media de 400 litros de agua al día, una cantidad exagerada que nos sitúa en el tercer puesto mundial y en el primer lugar de Europa.
Como primera medida para utilizar racionalmente este escaso recurso, se impone tomar conciencia a nivel individual de las fatales consecuencias que acarrea al planeta ese derroche y, por supuesto, conciencia administrativa para establecer medidas eficaces de control a las empresas que malgasten, contaminen o deterioren el preciado elemento.
No obstante, ahora, es preciso que llueva. Y como dijo el poeta: “A pesar de los pesares, / yo pido a los cielos / que llueva a mares”.