Opinión Nacional

Los Dioses de Homero

“Cuando nació el Dios verdadero murieron los dioses de Homero”, cantaba de casa en casa un grupo de parrandas en el barrio Los Eucaliptos(entre El Guarataro y el Túnel de la Planicie), hace 35 años en vísperas de la Navidad. El sector de La Acequia era una fortaleza inexpugnable de los malandros que desde arriba dominaban la estrecha y larga escalera de la obligada subida; la buena gente vivía y moría en continuo sobresalto. Nosotros acompañábamos a la comunidad cristiana, y con ella construimos una escuela “barrio adentro”, con alfabetización y primeros grados para adultos y taller para oficios… Una pequeña luz de esperanza y de esfuerzo común. Le pregunté al amigo Ramón Cedeño, animador de la parranda, quiénes eran Homero y el profeta Isaías, también mencionado en las coplas. El nada sabía de estas letras transmitidas de boca en boca en los campos más allá de Carúpano. Dos años después Ramón cayó en la lotería del asesinato que vivía cada día la gente honrada. Desde entonces no he podido olvidar esa estrofa, pues los dioses de Homero y el Dios verdadero viven en todo corazón humano, y no se acabaron con el mundo griego, ni el bíblico. El endiosamiento de las pasiones humanas en el siglo XXI llena de altares el panteón humano.

En el mundo pagano, judío, cristiano, musulmán, inca, azteca, agnóstico o indiferente, siempre las pasiones humanas construyen dioses de la guerra, de la lujuria, o del poder opresor. También el Dios trascendente, el Dios-Amor, renace como esperanza imperecedera y alimenta los sentimientos más sublimes. Es el Dios verdadero que eleva y humaniza inspirando sin imponer, y que está latente y trascendente en las religiones, y en el agnosticismo más ilustrado.

No hay espacios puros propios de la “verdadera religión”, pues donde haya humanos actúan las pasiones para corroerlo todo. Para hablar sólo de nuestro cristianismo, ¿cuántas “guerras santas”, destrucciones e imposiciones en la historia a nombre de Jesucristo y en plena contradicción con Él? El Dios verdadero convertido en dios de la guerra, con capellanes y bendición de armas en cada ejército, cada uno pidiendo la destrucción del enemigo.

En la Navidad de hace 90 años, en las enfrentadas trincheras franco-germanas, agotadas de matarse sin sentido, desde el barro y la sangre de ambas orillas surgió el canto de esperanza común que anhelaba el nacimiento del Dios verdadero: “Noche de paz, noche de amor”. La misma música y espíritu brotaban al unísono de cada uno en su lengua, sin necesidad de traducción, ni explicación. El anhelo de amor y de paz era más verdaderamente humano que aquella guerra absurda.

Hoy los “dioses de Homero” campean en el consumismo, individualismo excluyente, o el pansexualismo cultural, y también en el debate político de Venezuela las pasiones entronizadas del odio, la calumnia, y el aniquilamiento moral. El “otro” por el mero hecho de ser distinto, debe ser destruido moral y físicamente. El “enemigo” no tiene derechos. Los insultos, calumnias y descalificaciones se entronizan en programas bandera en radio y TV, pues tienen la bendición de las alturas.

Sin embargo, la gente intuye que ahí no hay vida y en silencio grita ¡Basta ya! Trascendiendo diferencias políticas, los venezolanos quieren reconciliación y reencuentro, para juntos lograr dignidad. La Navidad no es un paréntesis, ni una tregua para luego continuar la guerra, es el nacimiento del “Dios verdadero” que se hace niño y débil para liberar al que lo reconoce. Es la convicción profunda por la que estamos dispuestos a dar la vida, porque el Amor es más fuerte que la muerte y crea nueva vida.

Celebramos el comunicado de la Conferencia Episcopal llamando a renacer sin presos ni perseguidos políticos, ni ciudadanos de segunda. La “amnistía” que queremos, más que una fórmula jurídica discutible, es una radical opción espiritual por la que recuperamos nuestra dignidad humana, en el momento en que la reconocemos en aquellos a quienes ha excluido nuestra ira, soberbia, fanatismo e ilusión de omnipotencia.

El Amor, la Paz, la Justicia Social, la Reconciliación y la Amnistía no son simples deseos pasajeros del “corazón navideño”, sino la consecuencia innegociable de nuestro encuentro con el Dios Verdadero, cuyo rostro reconocemos en el Niño que nace.

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