Ayudemos a reconciliarnos
En una de las tantas y cada vez más frecuentes colas que tenemos que hacer todos los días los venezolanos para realizar cualquier diligencia, me encontré con una conocida mía simpatizante del gobierno. Nos saludamos, como siempre, y cordialmente nos preguntamos por la familia, el marido, los hijos, en fin, llevamos la conversación superficial que puede llevarse mientras ambas esperábamos que la cajera del banco nos atendiera. Durante la conversación terminamos hablando, como inevitablemente sucede en todas partes, de la escasez de productos básicos que sufrimos hace tiempo y le comenté que me preocupaba no conseguir leche para mis padres, ya mayores. Cada una realizó la gestión que debía y al momento de despedimos, me dijo que el día anterior su hijo le había conseguido dos kilos de leche y que ella gustosamente me daría uno para mis papás. Le ofrecí comprárselo y se negó a recibir nada a cambio, al contrario, su respuesta fue que debíamos ayudarnos.
Debo confesar que ese gesto me conmovió y tuvo un gran significado para mí. Si mi amiga pudo hacer eso en momentos del país donde un kilo de leche se ha convertido prácticamente en un kilo de oro, y si cada uno de nosotros reflexionara un tanto para darnos cuenta de que la reconciliación y la fraternidad en nuestra sociedad siguen siendo posibles, a pesar de las diferencias, los venezolanos seríamos capaces de cambiar una realidad de enfrentamientos, intolerancia y segregación por una sociedad donde se recupere el respeto, la aceptación y la solidaridad.
En otra ocasión, yo estaba en el supermercado con un par de cosas muy pesadas en la mano y un joven con una franela roja del “Sí”, con un carro lleno de cosas que se encontraba haciendo cola delante de mí, al ver que yo estaba cansada con el peso de mis artículos, me ofreció su puesto para colocar mi carga, gesto que agradecí. En respuesta recibí un: “De nada señora, es que tenemos que ayudarnos. Además mi mamá es como usted, y a mí me gustaría que alguien también le cediera el puesto”. Esa fue otra oportunidad que me llevó a pensar que la convivencia y la reconciliación en nuestro país son posibles.
Si esos dos hechos me sucedieron a mí, estoy segura que similares situaciones ocurren a diario y por tanto, la actitud que tomemos frente a los otros hace que nuestra realidad sea delineada armoniosamente o por el contrario llena de gruesas rayas de resentimiento. Yo soy de las personas que piensa que a veces Dios escribe recto con renglones torcidos y en el intento de dar un sentido sobrenatural a los hechos de la vida diaria, encuentro que en ambos casos el Niño Jesús que está por venir, me colocó en el camino estos hechos para transmitirlos a ustedes y pedir a todos que hagamos el mayor esfuerzo posible por reconciliarnos con aquellos que hoy vemos en la distancia.
Es tiempo de Navidad y en estas fechas muchos nos sensibilizamos de alguna manera con nuestros semejantes, incluso, aquellos que se dicen ‘no creyentes’ pero colocan un arbolito con adornos en su casa ‘por tradición’, y compran regalos de ‘Niño Jesús’ para sus hijos. La Navidad es un tiempo hermosísimo donde los cristianos celebramos el Nacimiento del Hijo de Dios, ese Niño Dios que nos invita a ser generosos, a unirnos para cenar en familia, a dar al que no tiene. Y que también nos invita a reconocernos y aceptarnos con nuestras diferencias.
Yo desearía profundamente que borrásemos de nuestra sociedad, la agresión, el rechazo, la violencia. Desearía que nos sintiésemos cercanos y amables con los demás. Que sea una oportunidad propicia para el reencuentro, para la magnanimidad y el perdón. Y para entender que pese a cualquier situación temporal que atravesemos, los venezolanos sí somos capaces de convivir bajo un mismo cielo con un arco iris de pensamientos y actitudes, unidos por la tolerancia pacífica, si ayudamos a reconciliarnos.