Opinión Nacional

Ya paso diciembre

Hace varios años a uno de mis amigos le ocurrió un percance. Bueno; jocoso para mí más no para él. Con gran jolgorio –es una familia muy alegre – celebraban el fin del año. A puertas abiertas. Cohetes, chocar de copas, Amparito, La moza, Faltan cinco pa´las doce y Yo no olvido el Año Viejo se escuchaban al máximo volumen del equipo de sonido y después del Himno Nacional transmitido por la emisora de radio que hacía la cuenta regresiva para la llegada del año nuevo transmitieron el Alma Llanera, joropo que bailaron como se debe, zapateado y con énfasis en el tacón. De repente irrumpen en el apartamento los vecinos del piso de abajo. El señor con su güisqui en la mano y la doñita con su vaso rebosando de ponche crema y el muchachito enjarretado a la cintura. Sorprendentemente alegres repartiendo abrazos, besos, sonrisas y deseando un cúmulo de felicidades para todos los presentes. Transcurrió el primer día del año con su sopor de ratón característico. Es el día del brunch inglés. A comerse lo que sobró el día anterior. Restos recalentados de pernil, ruedas a punto de abizcocharse que se cortaron del pan de jamón y nadie se las comió, un par de hallacas y en fin, cualquier cosa que ingerirla no ocasione exceso de trabajo doméstico. Pasan los días y llega el Día de Reyes. El origen campesino de mi amigo – Nada criticable – hace que esa fecha le sea de grata recordación. En su pueblito natal, ubicado en uno de esos recovecos de los páramos andinos, su papá y dos compadres se disfrazaban de Reyes Magos y montados en dos mulas y un burrito echor bajaban de uno de los cerros cargados de juguetes para los muchachitos que ansiosos esperaban el acontecimiento. Era otro día de jolgorio, empapado de miche, hallacas y fiestas donde se mezclaba el bambuco andino con el vallenato colombiano aderezado por algún despechado que ponía y reponía en su tocadiscos un corrido mexicano. Al día siguiente, a plena luz diurna no faltaban los bailecitos agonizantes. Los recuerdos de mi amigo afloran y decide celebrar el día de Reyes. Invita a sus amigos e inician la fiestecita. A puertas abiertas. Igualito al fin del año. Aparece nuevamente el vecino pero sin el vaso de licor en la mano ni la esposa con el muchachito enjarretado. Su rostro está deforme de la rabia. En lugar de la frescura que en el interior de la boca le producía el traguito del treinta y uno, daba la impresión de que estaba haciendo un buche de filosos clavos. Y le acompañaban dos malencarados agentes del orden público. Le ordenaron “parar el bochinchito” y de paso le expidieron una citación para el día siguiente.

Aquel vecino simpático y bochinchero del fin de año se convirtió en el verdugo del Día de Reyes. Sus deseos de fin de año los pateó con su intolerancia. Porque tan válida es su celebración del fin de año como válida es la celebración del día de Reyes. Preguntémonos ¿Qué hubiese pasado si en el edificio habitasen un chino budista, un musulmán o un agnóstico y se hubiese quejado de la fiesta? Lo hubiesen mandado largo al sitio que enviamos a todo el que nos fastidia. O que estos “diferentes a nosotros” hubiesen celebrado – no se si lo hacen – su fin de año como nosotros lo hacemos. Protesta general y por lo menos visita de los miembros en pleno de la Junta de Condominio.

Diciembre está preñado de buenos deseos, muchos de ellos sinceros ¿Porqué negarlo?, promesas de buen comportamiento, sano comer y perdón a los demás, hasta que llega Enero. Allí la mayoría olvida sus hipocritones deseos y emprende la guerra nuevamente contra su adversario político, sus compañeros de trabajo o sus antipáticos vecinos. Rompe su promesa dietética y comienza a disminuir su trotar mañanero de los primeros días. Empieza con uno u otro cigarrillo hasta volver a convertirse en la chimenea del año pasado y justifica la ruptura de su promesa de ahorrar con esa inflación que nos come, como que si antes de hacer su promesa ya no sabía que ese monstruo persistiría mientras medien otras circunstancias.

Particularmente – es mi opinión – Diciembre y parte de Enero se me han convertido en un fardo. La semana previa al 24 sufrí un pequeño percance ocular. ¡¡Fue una odisea lograr una consulta con un oftalmólogo!! A un vecino se le dañó el vehículo. Todos los talleres de reparación estaban cerrados y aunque localizó un mecánico dispuesto a resolverle el problema, no pudo hacerlo porque las ventas de repuestos están cerradas. El viernes 4 me vi en la necesidad de hacer una gestión en Cagua. Supuse que pedirían alguna fotocopia de cédula y documentos a entregar. La gran sorpresa. Recorrí todo el centro de Cagua. Los seis centros de copiado y el resto de los pequeños negocios que hacen fotocopias, o estaban cerrados o no habían encendido la fotocopiadora, lo cual no harían para sacar una piche copiecita. Permanecían cerrados también La Alcaldía, algunos restaurantes y los supermercados carecían de carnes y hortalizas. Igualmente ferreterías, quincallas y un sin fin de comercios. Los políticos deberían ponderar la opción de convocar una huelga general para principios de año. Ya está acatada por más de un cincuenta por ciento por la población

Este fenómeno de ausencia laboral o empresarial se ha convertido en los últimos años en una regla. Poco he viajado pero presumo que esto no ocurre en los denominados países del primer mundo. Solo en el tercermundismo que se queja de su situación y que lo justifica culpando a otros ocurre esta paralización económica. ¿Saldremos algún día de esa posición y llegaremos a ser un país desarrollado con ese comportamiento desidioso e hipocritón?. Los años darán la respuesta pero temo ser pesimista. Ahhh… Y yo también hice mis promesas pero no públicas, porque no quiero aguantar las risitas y las burlitas. Un feliz resto del año a todos mis lectores.

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