Opinión Nacional

Los estertores del terrorismo

Se puede afirmar que el terrorismo es la fase terminal de la guerrilla. Cuando la guerrilla es derrotada social, política y militarmente no le queda otra cosa que refugiarse en el terrorismo y generalmente lo hace. Pero la medicina es peor que la enfermedad y sólo precipita su caída.

La guerrilla tiene un justificativo ideológico, el cual crece en proporción a la injusticia reinante en la sociedad en la que opere. Tiene una utopía, un sueño de redención e igualdad para los más humildes. Allí radica su sustento. Pero se le hace muy difícil prosperar en una sociedad que progresa, que goza de crecimiento económico y en la cual se abren posibilidades de una vida mejor. Una sociedad en la que la justicia y la equidad van ganando terreno Si esto ocurre las derrotas social y política normalmente preceden a la derrota militar. Entonces el refugio de la guerrilla pasa a ser el terrorismo. Tal es el caso colombiano.

Antes de hablar de Colombia cabe hacer una analogía con la Venezuela de comienzos de los 60. La guerrilla se equivocó al combatir un proyecto que recién empezaba. No era el caso de Cuba, que estaba sometida a una dictadura infame en los años 50, en Venezuela se inauguraba un proyecto democrático con una propuesta igualitaria que fue exitosa durante dos décadas. Por esta equivocación sufrió su primera derrota, la social. La derrota política llego poco después, en 1963, cuando la guerrilla llamaba a la abstención y la gente acudió masivamente a votar. Lo demás fueron los estertores. La “pacificación” que se dio en tiempos de Caldera 1 fue una salida elegante a la derrota militar que ya era un hecho y tuvo el bondadoso efecto de evitar una larga etapa de terrorismo.

En Colombia no ha sido así. No se logró evitar la etapa terrorista y los colombianos, al igual que sus vecinos en menor medida, la sufren hace más de una década. La derrota social se produjo hace mucho tiempo, con sus emigrados, desplazados y las secuelas de terror que han asolado al campo colombiano entre paracos y guerrilleros. Al mismo tiempo la democracia se ha asentado y el país ha venido progresando gradual pero continuamente en medio de la guerra. La derrota política se evidencia en las elecciones, que sistemáticamente rechazan a todo lo que huela a guerrilla. Se puede afirmar que el rechazo ronda el 98% del pueblo colombiano. Con estas dos derrotas no le ha quedado otra cosa que refugiarse en el terrorismo.

Pero con ello ha tirado por la borda la mínima legitimidad que le quedaba. Hoy sólo es una banda delictiva que vive de la vacuna, el narcotráfico y el secuestro. De ellos el secuestro es de lejos el más abominable. Más de 700 personas sometidas a torturas físicas y sicológicas, muchas veces encadenadas y mantenidas en la selva en cualquier condición: enfermas, preñadas, anémicas. Hasta morir muchas veces por inanición. A la par hay que agregar los asesinatos, ejecuciones sumarias a personas inocentes que no tienen nada que ver con el conflicto y, muchas veces, son hasta simpatizantes, como lo demuestra la señora González de Perdomo.

En esta fase lo único que se debe negociar con el terrorismo es su rendición. Tratar de limar traumas y recuperar para la paz todo lo que sea recuperable. El “intercambio humanitario” opera como una bombona de oxígeno que alarga la agonía del paciente terminal.

Un buen ejemplo es esta liberación “incondicional y humanitaria”. No han terminado de llegar a Colombia las liberadas cuando se anuncia que hay seis nuevos secuestrados. Seis nuevas almas que se suman a los 700 retenidos y aunque no tengan efecto mediático valen lo mismo que cualquier ser humano. La compasión no opera bien en abstracto, requiere cercanía. Nos conmueve más el sufrimiento de una persona conocida que el sacrificio de una muchedumbre sin rostro. Pero toda negociación que vaya más allá de la rendición y la liberación de los secuestrados, no hará más que sostener a un terrorismo decadente alargando su etapa terminal.

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