Wiesenthal
Mi madre era judía polaca. Provenía de una familia hassidim y llegó a Venezuela a mediados de los años veinte, después de graduarse de médico en Checoeslovaquia, donde conoció a quien sería su esposo, un goy búlgaro e ingeniero químico, graduado también en Checoeslovaquia. La emigración a Venezuela la salvó del destino que corrió el resto de su familia, mi familia materna: el ghetto de Varsovia y luego Auschwitz. Sólo sobrevivió una hermana de mi madre, mi tía, quien escapó del ghetto y aunque fue recapturada y enviada a Theresienstadt, pudo vivir hasta el final de la guerra. Mis padres lograron encontrarla y rescatarla, para traerla a Venezuela, en 1947. Vivió alrededor de 90 años; no podía oír fuegos artificiales porque casi enloquecía, tal era el trauma que le dejó la guerra. A la vieja Palestina llegó en los veintes mi único tío varón. Fundó el kibbutz de Ein Harod y ganó el Premio de Literatura de Israel. Su hijo Rafi, mi primo, murió en la batalla de Jerusalem, en 1948. Tuvo otras tres hijas, mis primas, y no se ni cuantos primo-segundos tengo. Pero son más de una decena. Cada vez que estalla una bomba escribo a mis primas para saber si les pasó algo.
De modo que ni el holocausto ni lo judío son para mí un hecho de «otros». Me tocan de muy cerca. Tampoco el antisemitismo es un fenómeno al cual me aproximo desde fuera. Aunque mis padres eran un par de librepensadores, ajenos a cualquier práctica religiosa, y yo mismo también lo soy y mi cultura no es la judía, soy judío; nací de vientre judío. Pocas cosas detesto con más fuerza que el racismo, en todas sus expresiones. De hecho, la primera trinchera que tomó mi conciencia adolescente de izquierdista fue la del racismo. Admiro profundamente a Simón Wiesenthal. El genocidio no tiene perdón. No se puede olvidar, pero tampoco se puede perdonar. Es cuestión de justicia, no de venganza. Hombres como Wiesenthal se han encargado de que se haga justicia. Y se ha hecho. Por eso es tan trágica la cruel paradoja que se vive en las tierras bíblicas. Porque hay otro pueblo nacido en esa comarca que vive en diáspora y acorralado en nuevos ghettos. No se cómo se va a resolver ese drama terrible. Pero si se que si alguien debe hacer lo posible y lo imposible para encontrar una solución justa son los judíos. El antisemitismo y el racismo en general son formas extremas de desconocimiento del otro. Víctimas seculares de la persecución y la segregación racial, los judíos, mejor que nadie, deben comprender el dolor y el sufrimiento del otro, en este caso el palestino. Mientras no haya justicia, el espíritu de Simón Wiesenthal no descansará en paz.