Luz de color Rothko
El Parque está dominado por un obelisco trunco, equilibrado y de cabeza, en homenaje a Martin Luther King Jr. que hubiera cumplido 79 años éste quince de enero de no haber sido asesinado por el más rancio racismo de su país. El escultor Newman precede, con una imponente y bella obra oxidada que se refleja en un espejo de agua, la entrada de un recinto octogonal con aire de templo iniciático de algún culto secreto. El espacio bien podría rendir pleitesía al arte en su manifestación más pura y abstracta. Catorce paneles dominan los ocho cantos de una capilla ecuménica que me recuerda, guardadas las debidas y milenarias diferencias, a la basílica Neo-Pitagórica de Roma, vedada a la visita pública. En 1988 pude acceder a ella, localizada varios metros bajo tierra, trámite una pasajera amistad con el cansino guardián en turno.
El recinto del que nos ocupamos ahora y que se me estaba convirtiendo en una obsesión conocerlo, está abierto a las manifestaciones religiosas más disímbolas. Allí tienen lugar ceremonias de cultos muy diversos. Las condiciones son simples. No se autoriza más que una fotografía, los eventos solo pueden congregar como máximo a cien personas y la duración del acto no debe excederse de una hora.
El parque con mayor concentración de arte por metro cuadrado en Texas, se encuentra en Houston y llegué hasta allí practicando una suerte de peregrinación laica; viajé hasta esa industriosa ciudad con el solo propósito de conocer el trabajo encomendado a Rothko para cumplir un especie de virtuoso capricho de dos mecenas fundamentales, los Menil, multimillonarios devotos a las manifestaciones más altas de la pintura contemporánea. Pensemos que además de la capilla de Rothko, John de Menil (1904-1973) Y Dominique Schlumberger (1908-1997) encargaron al arquitecto Renzo Piano el diseño de un pabellón que alberga su extraordinaria colección de arte en el mismo espacio bucólico. El gran arquitecto italiano, premio Pritzker de arquitectura, es uno de los responsables del centro Pompidou en París, edificio emblemático de la capital francesa que ha resistido heroicamente el paso del tiempo y la crítica mordaz de los mediocres. Pero además Renzo Piano ha diseñado otro rincón que no se puede dejar de visitar, la galería de Cy Thombly, el pintor abstracto norteamericano tan cercano al pop de Rauschemberg, que cambió los Estados Unidos por Italia, para realizar allá una de las obras más inquietantes de la pintura contemporánea. Con el se cumple ese principio de radical simplicidad, casi infantil, que solo alcanzan los artistas que desnudan su pintura a niveles de extremado grafismo, borrón, y manchas de rico contenido.
Hasta ahora hemos hablado ya de tres recintos en el mismo perímetro de casas bajas, de elegancia sureña y gigantescos robles rampantes. Y no podía faltar en el conjunto un guiño al pasado grandioso de las catedrales. A un costado del parque encontramos los restos de un altar y una cúpula diminuta bizantina procedente de Chipre, engarzadas en una estructura de acero y vidrio que suspende los siglos en un intento intemporal que se cumple plenamente. Se trata de la última empresa de mecenazgo y rescate de la señora De Menil, que se dio a la tarea de recuperar, con el acuerdo de las autoridades del país de origen, las 38 piezas de un bello fresco que había sido robado en la zona ocupada por los turcos en la isla donde nació la diosa Venus. El trabajo de restauración fue tan oneroso y afortunado que Chipre cedió los derechos de exhibición a la señora De Menil, quien dicho sea de paso, fue hija del amigo más cercano a André Gide, mujer que nació en una familia francesa inclinada a la intelectualidad y al arte y quien al conocer a su marido llegó a reunir más de 16,000 obras de arte, entre las que se encuentran algunas de las piezas capitales del surrealismo.
De manera que acudir a este rincón casi escondido del centro clamoroso de la ciudad, con sus rascacielos goteando petrodólares, confirma el poder de un dinero que equilibra, complementa e inventa estilos de urbanismo en una región de Norteamérica donde la creatividad plástica no es particularmente pujante. La excepción más notoria son los dos artistas tejanos de mayor renombre (y de apellidos no precisamente Navajo), primero del ya mencionado Rauschemberg y luego de Julian Schnabell, artista controvertido que nació en plena frontera, en Bronswille.
Por una suerte de coincidencia poética, en el momento que tomé la decisión de hurtar unas horas a mi estancia en Austin para viajar a Houston, me deparé con una carta de Octavio Paz a Pere Gimferrer donde le contaba de su participación en un coloquio interreligioso presidido por el Dalai Lama en la capilla Rothko, de tal manera que llegué arropado por los comentarios de un poeta que admiro sobre el espacio que había querido conocer de larga data. Aunque me aproximé a la capilla Rothko con una idea ya hecha de un lugar que se compara con la obra para espacios religiosos que habrían realizado antes Soulage, Le Corubusier y Matisse, solo la vivencia de abstraerse entre sus muros puede dar una idea de la tendencia humana, desde la caverna a la capilla, del necesario y vital recogimiento anímico. Este sí terminó siendo un viaje espiritual en la extensión más libre de palabra, y de la mano de un arte convertido en espacios para la reflexión.