Miguel de Unamuno (1864-1936)
“Yo soy la senda, la verdad y la vida.”
¡Y qué duro, Señor, otro destino!
¡De otra verdad cómo es terrible el sino!
¡Cuán pronto de otra vida uno se olvida!”
Miguel de Unamuno
LA VOZ DE UN VERDADERO POETA
No creo que haya palabra más recurrente en la obre poética de Unamuno que la de ritmo. En su obra advertimos su habitual identificación de poesía y ritmo, belleza y ritmo. Así en su primer libro de versos, Poesías, confiesa que, sus versos logrados, han sobrevivido dejando en la sombra del no ser a otros muchos que: “Por cada uno estos pobres cantos, / hijos del alma que con ella os dejo, / ¡cuántos en el primer vagido endeble / faltos de aire de ritmo se murieron!”
Pero el ritmo no es sólo la repetición regular de un fenómeno sonoro (acento, rima, pausas), sino el tiempo o andadura que resulta de esa repetición, y que puede ser ágil o pesado, rígido o flexible, monótono o diverso. Tal parece ser el sentido que da Unamuno al término ritmo.
Por otra parte, Unamuno sabía muy bien que lírica y canto eran lo mismo, y sus trances líricos tienen arranque de canto, aunque sea un canto que quiere ser salvaje, como el que le pide a su alma: “Canta, alma mía, / canta a tu modo…, / pero no cantes, grita, / grita tus ansias, / sin hacer caso de sus músicas”.
Unamuno, el agónico, luchó también con la música, atrayente y aceptada unas veces, evitada o convertida en gritos otras.
“Y una especie de canto hablado –decía Unamuno-, de recitación, de rezo más bien, es el verso”. Resulta, pues, bastante claro que una buena parte de la obra lírica de Unamuno ha surgido con vocación de canto, preformada desde su interior en ritmo y melodía que han cuajado, con más fortuna, en palabras.
La estimación de Unamuno por la palabra tiene algunas peculiaridades que es preciso hacer notar. Por de pronto una creencia casi mítica en el poder de la palabra y una fe en el carácter espiritual de la palabra.
Para Unamuno la palabra es la vestidura del alma. En el prólogo al Cancionero ha dejado dicho que “los llamados aciertos poéticos suelen ser aciertos verbales”. Y “la palabra poética, piensa, sueña, crea por sí misma”.
Vista ahora la producción de Unamuno, se ve la permanente, la sostenida vocación del poeta. El poema conservado de data más antigua es de 1894 -y podemos suponer que aún éste sea tardío- y de tres días antes de su muerte, ocurrida el 31 de diciembre de 1936, el último. Ahora bien, la fluidez de su vena poética tiene diferente caudal según los tiempos. Él ser poeta era la máxima entrega y el supremo afán. “En la lírica no se miente nunca –decía Unamuno-, aunque uno se proponga mentir”.
Y don Miguel creía en la legitimidad y, más aún, en la grandeza del poeta, porque si lo es de verdad, “no da conceptos: se da a sí mismo”, porque lo más grande que hay entre los hombres es un poeta, un poeta lírico; es decir, un verdadero poeta.
Cancionero es el libro que nos da un conocimiento más completo, tal vez de su personalidad originalísima, de la veracidad y autenticidad de su vida y pensamiento. Sus versos siguen el ritmo de la vida, haciéndose mejores cada vez, como el hombre, aprendiendo a serlo, “a ser lo que es”, como tanta veces repetía citando el verso de Píndaro: “aprende a ser lo que eres” . Fue, toda su vida, ese aprendizaje sucesivo de vida y verdad. Resumida en una portentosa frase. “La verdad no es lo que nos hace pensar, sino lo que nos hace vivir”.