Cuando el dinero se asocia a la reflexión
Abro espacio hoy a un texto que me envía el arquitecto Elías Toro sobre la nueva ciudad de Masdar, en el Oriente Medio. Para nosotros esa empresa y los principios que la sustentan son la mejor prueba de que las revoluciones de este siglo 21 no se hacen con palabras y desplantes sino a partir de una reflexión seria sobre las responsabilidades de una sociedad que vive del disfrute rentista. Nos parece a todos que estamos viviendo aquí el despilfarro más irresponsable de nuestra historia. Y las ideas que impulsan la realización de esta nueva ciudad apuntan, justamente, hacia la responsabilidad y la madurez. Nuestro oficialismo no abre espacios sino para justificar los impulsos del Caudillo, y por ello mismo resulta muy útil divulgar las experiencias de países petroleros, mucho más pequeños, que parecen sin embargo haber entendido realmente lo que significa vivir en el siglo 21.
ENERGÍA Y CAMBIO, texto de Elías Toro Jiménez:
¿Por que Masdar?, se le preguntó al Príncipe Mohammed Ben Zayed al-Nahayn durante la cumbre energética tenida en los Emiratos Árabes hace unos días. “Porque una sociedad responsable de la producción de energía fósil tiene que pensar a futuro, cuando los hidrocarburos se hayan agotado”, respondió más o menos textualmente el interpelado. El caso es que Abu Dhabi, el mayor de los Emiratos, apoyado por varias instituciones financieras internacionales y con la colaboración del Massachusetts Institute of Technology, ha encargado al estudio del arquitecto británico Norman Foster el proyecto de una ciudad, Masdar (fuente, o manantial, en árabe) que aspira a poner en práctica todos los recursos técnicos inventados por el hombre en la búsqueda del llamado desarrollo ecológicamente equilibrado. Una ciudad, en fin, provista de energía de fuentes exclusivamente renovables: viento, sol e hidrógeno, principalmente, y sin desechos ni emisiones de gas carbónico.
Concebido para albergar una población de 50.000 habitantes, y a un conjunto de empresas principalmente dedicadas a la investigación sobre energías renovables y cambio climático, el embrión de este nuevo centro urbano situado en pleno desierto, donde las temperaturas alcanzan los 50 grados centígrados, será un gigantesco generador foto-voltaico capaz de producir toda la energía necesaria para la construcción -y luego operación- de las edificaciones y servicios colectivos comprendidos en las 3600 hectáreas del recinto amurallado (6×6 km.) que constituirá su limite exterior. Si a esto se añade que el agua provendrá, como es ya usual en los Emiratos, mediante desalinización y reciclado, del Golfo Pérsico, y que los requerimientos alimenticios esperan ser satisfechos con la producción de granjas instaladas en la periferia, tratando de ganarle la partida al infecundo clima desértico, hay que concluir que la propuesta constituye un hito único en el arduo camino que espera a la humanidad en el tránsito hacia una civilización radicalmente menos dispendiosa que la actual.
Pero tanto o más significativo que el recurso a las más elaboradas aplicaciones del conocimiento humano de vanguardia, resulta la sugestiva referencia por parte de los promotores y planificadores, a la sabiduría ancestral elaborada por el mundo árabe en el esfuerzo por domeñar los problemas medioambientales de los asentamientos urbanos tradicionales: calles y espacios urbanos más estrechos e íntimos – con exclusión total, por cierto, del automóvil – manejo cuidadoso de la luz y la sombra, aprovechamiento del viento para moderar los extremos del microclima, etc., tales son los criterios básicos, cultivados desde la noche de los tiempos en la experiencia árabe de la ciudad y aplicados juiciosamente por Foster y sus colaboradores a este proyecto.
Si a esto se añade el buen juicio del gobierno de los Emiratos, que obtienen ya un ingreso público mayor por vía de la renta de los capitales ahorrados desde que se hicieron productores petroleros, a finales de los 50, que el que perciben hoy por la venta misma del petróleo, cabe preguntarse ¿qué ha hecho y que hace el flamante gobierno de la República Bolivariana de Venezuela, hermana – o prima, si se quiere – geológica y latitudinal de aquellos, con la ingente suma de dinero obtenida por la misma vía desde el año 2000, cuando los precios comenzaron a subir hasta los desquiciados niveles alcanzados hoy en día?.
La respuesta a esta pregunta, si por un lado evoca el doloroso recuerdo de aquella frase ayer convertida por Carlos Andrés Pérez en consigna de su segundo gobierno: “administrar la abundancia con criterios de escasez”, hoy nos estruja en la cara la monserga inventada por nuestro inefable Caudillo en medio de la más grave intoxicación de petrodólares que haya sufrido el país en época alguna: “el socialismo del siglo XXI”.
¿Qué puede ser más “socialista” que abrir caminos a la democratización y abaratamiento de la energía, cuya escasez, carestía e irregular distribución geográfica está en el origen de las más grandes injusticias sufridas actualmente por las sociedades? ¿Qué más éticamente prístino que compartir sin contraprestaciones con la humanidad las ventajas que el azar te concedió graciosamente?
¡Que grosero contraste entre esa generosa y sabia iniciativa, y la política sub-imperialista, si cabe la expresión, con la que se abusa de un poder circunstancial para imponer acatamiento y sumisión a los países menos favorecidos energéticamente! ¡Que diferencia entre convertir el petróleo en instrumento para abolir la dependencia del petróleo, sin expectativas de retribución, como no sea participar igualitariamente del beneficio; o exigir pago en pleitesía a quienes necesitan lo que tú, sin mérito alguno, posees!
¡Que amargura ver como se nos escapa siempre la oportunidad de “sembrar el petróleo”, mientras un niño malcriado, ocupando el carapacho de una adulto, “un perverso polimorfo”, Freud dixit, lleva al país al abismo!
¡Que envidia ver como los árabes sí están dispuestos a probar a “sembrarlo”, en el más absoluto yermo que conozca el género humano: el puro desierto!
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La planta de la ciudad de Masdar, exclusivamente peatonal, sigue el principio de las ciudades amuralladas del pasado.