Opinión Nacional

La tragedia de Mérida

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Venezuela entera y Mérida en especial se han conmovido a raíz del accidente sufrido por el avión ATR 42 300, Siglas YV 1449 de la línea Santa Bárbara donde fallecieron las 46 personas entre tripulación y pasajeros. Mérida no registraba un accidente aéreo de hace casi dos décadas, justamente cuando un 10 de enero de 1991, el avión de la Armada Venezolana Modelo Casa 212 Aviocar Siglas ARV 0209 impacta contra el Cerro Mucuqui. Dicha aeronave trasladaba el ataúd del piloto merideño Rafael Corti Vivas junto a 22 personas más, Corti Vivas había fallecido dos días antes en un accidente aéreo en San Casimiro Estado Aragua.

En fin alrededor del accidente aéreo se han tejido demasiadas hipótesis e incluso especulaciones. La única verdad es que el capitán Aldino Garanito Gómez era aparte de un piloto con mucha experiencia, un extraordinario instructor de vuelo valorado humana y profesionalmente. Este accidente salpica directamente a la familia venezolana y merideña, a la empresa, al gremio médico, a la propia empresa Santa Bárbara Airlines, a la colonia árabe, el paramo merideño y a la propia Universidad de Los Andes.

Estos días se han convertido en semanas interminables, agotadoras por lo demás para quienes han tenido la responsabilidad de intervenir como médicos, patólogos, forenses, rescatistas, medios de comunicación social. Todos sin excepción han cumplido un tarea dura pero ha prevalecido la unidad y el profesionalismo del Instituto Nacional de Aeronáutica Civil (INAC), Protección Civil (PC), Polimaracaibo, CICPC, HULA, Gupo de Rescatistas, los corresponsales de radio, prensa y TV regionales, nacionales e internacionales. Todos sin excepción en estos momentos de dolor, de luto y quebranto se sumaron en un solo esfuerzo, en una sola voz para cooperar y poder en relativo poco tiempo ubicar la aeronave siniestrada, proceder al rescate de los cadáveres y restos humanos, identificarlos y entregarlos a los familiares.

Este accidente evidentemente aparte de hacernos valorar mucho más la vida. Debe llevar a quienes de una u otra forma están involucrados en el mismo a hacer las investigaciones respectivas que permitan aclarar los pormenores y razones que generaron el accidente, no tanto para sancionar, sino para enmendar y evitar que se repitan accidentes como el registrado el pasado jueves 21 de febrero. Mérida ha sido siempre una geografía y aeropuerto difícil. Tanto así que no todas las aerolíneas y pilotos vuelan a nuestra ciudad. En fin, no le rindamos tributo a la muerte y al dolor, menos si la misma se produce de forma trágica arropando amigos, familiares, compañeros de estudio o trabajo.

Este horroroso accidente aéreo significo la partida de 46 almas, de un niño, de un gran alcalde del paramo merideño como fue Alexander Quintero, de un internacionalista brillante como Italo Luongo, de empresarios, médicos, ejecutivos, de seres humanos y dos ex alumnos míos, Nauras y Samer Al Aissami, estudiantes de derecho de la Universidad de Los Andes, muchachos emprendedores, buenas gentes, entusiastas con quienes compartí gratos momentos en el aula de clases, en los pasillos de la Facultad, o incluso en distintas actividades deportivas y de otra índole. Pidamos el descanso y la paz perpetua a Nauras y Samer y naturalmente al resto de las personas que fallecieron, y a todos los familiares de los deudos la fortaleza, consolación y la espiritualidad para soportar en estas horas infaustas y de dolor.

(*) Profesor de la Universidad de Los Andes

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