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Un violinista en el tejado del cielo

Hijo, todo te lo perdono, menos que te mueras antes que yo.
EVV

¡Qué difícil es la muerte de un hijo!, más cuando es vilmente asesinado por reclamar futuro y esperanza para sí mismo y para una generación de jóvenes venezolanos que se saben atrapados por las insensateces, los desaciertos, los disparates, las locuras, los desmanes, que a diario promocionan y patrocinan los dirigentes de una revolución bolivariana inhumana, hablachenta e ineficiente.

Duele pues y mucho la partida de este joven músico que, como tantos otros es ejemplo de tesón, de venezolanidad, de orgullo patrio, como lo son los numerosos directores de orquesta y solistas – provenientes de ese excelso proyecto nacional y no partidista: el sistema de orquestas -, que hoy son ejemplo a seguir, aplauso seguro, lágrima furtiva, venezolanidad colmada.

Duele, repito y confirmo, es un dolor de patria, de país malhadado, de nación frustrada, de muerte innecesaria, que los socialistas del siglo XXI – indolentes, deshumanizados, carentes de tolerancia y fraternidad -, han instalado en Venezuela, que otrora era un país feliz, para querer y disfrutar. Hoy paradójicamente es un país para sufrir y llorar.

Van casi una cuarentena de jóvenes y adultos venezolanos, de una u otra afiliación política, venezolanos todos empero, que han fallecido por la acción cruel y sanguinaria de policías, guardias nacionales y colectivos bolivarianos, adoctrinados para degollar, ajusticiar, asesinar a mansalva y sin miramientos a sus semejantes; la noción de prójimo, de respeto al derecho fundamental del ser humano a vivir y ser feliz, les es totalmente ajena e indiferente.

Mientras el luto, la pena y el dolor se instalan en los hogares de los compatriotas asesinados, los dirigentes revolucionarios danzan, cabriolean, hacen piruetas y fintas de bailarines caribeños, y se deleitan, se aplauden, se solazan y felicitan al ritmo de los sones cubanos que son de su favoritismo y predilección.

Una condolencia no es suficiente, un pésame se queda corto, la compasión es ciertamente bienvenida en estos aciagos momentos que vive la Patria herida y ensangrentada, pero de lo que se trata es de que se haga justicia, no la divina, sino la humana, esa que se traduce en juicio, banquillo, sentencia y cárcel para los perpetradores de tanta infelicidad que lleva el terrible nombre de muerte.

Sobrada razón tenía Nelson Mandela, cuando, dolido al igual que están los padres de Armando y tantos otros que han visto perder a sus hijos, afirmaba, certero, humano y justiciero que:

No puede haber una revelación más intensa en el alma de una sociedad que la forma en que trata a sus hijos.     

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