Opinión Nacional

Este sincretismo religioso latinoamericano

A ese inmenso, complejo e indetenible crisol en el que se fraguó el mestizaje latinoamericano, cada raza además de aportar su fenotipia, sus genes, su sangre, incorporó también su particular cosmogonía, su especial cosmovisión, sus peculiares creencias y expresiones religiosas, las que mezcladas, produjeron renovadas concepciones religiosas, nuevas visiones para entender al mundo, a Dios y a los semejantes. De esta forma, el sincretismo religioso imperante en América Latina, es decir, el producto de la mezcla, de la combinación de religiones precedentes, puede también ser considerado como una de las manifestaciones relevantes de nuestro mestizaje cultural.

Este sincretismo religioso comienza a gestarse desde el mismo momento de la conquista, cuando unos hombres que traían a su Dios en sus convicciones y en cuatro carabelas, se encontraron con otros dioses distintos, profanos y con una religiosidad aborigen que no tenía nada que ver con los ritos, iconos, símbolos y creencias de una cristiandad que tanto había costado consolidar, y que ahora, frente a estos infieles ignorantes, desasistidos, relegados, ignorados, había que defender, difundir y catequizar. Comienza entonces un largo proceso de transculturación religiosa; los españoles se encuentran convencidos de que deben realizar una labor no sólo de conquista, sino también de evangelización, debían catequizar a los infieles del Nuevo Mundo, imponerles las creencias y enseñarles a adorar un mismo Dios, aquel, Cristo el Redentor, que los conquistadores trajeron en sus navíos, pero sobre todo, en sus corazones. La Iglesia se suma a este proceso; a los soldados españoles les corresponde la conquista territorial, a los frailes la espiritual.

Así, en lo que concierne a los indios, el sincretismo religioso permitió que los ídolos autóctonos (las fuentes, los árboles, las piedras sagradas, los astros) se sumarán también al estructurado y riguroso compendio y repertorio de vírgenes, santos, preceptos, ritos y de tres personas en un mismo Dios, que los frailes y misioneros españoles se encargaron de difundir, de catequizar, sin que pudiesen impedir que todas sus enseñanzas se fusionaran con las creencias propias y ancestrales de los aborígenes para producir un cristianismo particular. Recordemos que en la cultura azteca existía una estrechísima relación entre las diosas madres.

La deidad femenina Tonantzin designaba a la gran diosa Madre-Tierra: Coatlicue o Cihuacóatl. Esta diosa autóctona era venerada en un santuario ubicado en Tepayac, al norte de ciudad de México. Muy pronto, los franciscanos decidieron suplantar ese santuario pagano por una ermita cristiana, dedicada ahora a la adoración de una virgen católica, la de Guadalupe de Extremadura, en cuya devoción militaba el propio Hernán Cortés. Virgen de Guadalupe que, sin embargo, lo que hizo fue complementar el arraigado y no extinto culto indígena a la madre tierra: Tonantzin, generando, en una ignorada complicidad, una religiosidad mixta, híbrida, sincrética.

Este sincretismo religioso se enriquece y se complejiza con la introducción de los negros provenientes del África, quienes llegaron para trabajar como esclavos en las nuevas tierras conquistadas por los españoles.

Los africanos también realizan su aporte a este proceso sincrético que produjo una religiosidad peculiar, con usanzas, simbologías, ritos, similitudes y analogías entre los santos y vírgenes cristianos y los orishas que estos esclavos africanos trajeron bien dentro de sí, en sus almas, en aquello que va más del cuerpo, para protegerlos del látigo del amo blanco y de la palabra catequizadora de los misioneros católicos. Estos africanos y, muy especialmente los del país Yoruba, practicaban ritos ancestrales y tenían una religiosidad mucho más acendrada, interiorizada, que las demás etnias que vinieron del África a América.

Sobre la base de las creencias religiosas aportadas por estos africanos, en la América Latina y caribeña, se produce un sincretismo de analogías y semejanzas entre dioses de distinto cuño y proveniencia que luego tendrán una misma y única significación Como expresión de este sincretismo se produce una asimilación entre vírgenes y santos, dioses y provenientes de uno y otro lado del mundo: de la España católica y del África pagana. En Cuba: Yemayá, es la Virgen de regla, patrona de la ciudad de La Habana; Changó, Santa Bárbara; Ochún, la Virgen de la Caridad del Cobre; Obatalá, la Virgen de las Mercedes.

Fruto de estas contribuciones africanas, y muy especialmente de las yorubas, en América se construyeron manifestaciones religiosas sincréticas de extendido alcance y renovado vigor como lo son: la Santería afrocubana, la Macumba también denominada Camdomblé afobrasileña, el Vudú haitiano y otras expresiones de menor impacto que se practican en diferentes países del continente y del caribe.

En lo concerniente a la realidad venezolana, Juan Liscano confirma que “en Venezuela tampoco se constituyeron sistemas religiosos comparables a los de Haití, Cuba y Brasil. En primer, lugar conviene señalar que nuestro país no recibió emigración yorubana, pues cuando ésta empezó a efectuarse, ya Venezuela había abolido el comercio de esclavos. Los rasgos culturales más evidentes son bantúes, con islotes de supervivencia dahomeyanas y de la Costa de Oro.”

Sincretismo religioso peculiar, deslumbrante, sorprendente, sin igual, manifestación privilegiada de un mestizaje latinoamericano que tampoco escapó, que no pudo escapar, del más terrible y genuino de los conflictos desarrollados por el hombre: el de sus dioses.

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