Opinión Nacional

Antorchas y emblemas esposados

Desde muy joven traté de huir de un esoterismo en boga que había convertido en Biblia los dudosos y mal escritos textos de un señor llamado Lobsang Rampa, que saltó a la fama al publicar un libro llamado el ‘El Tercer Ojo’. Al final de la vida del supuesto monje tibetano se supo que en realidad no se trataba de un asceta, si no de un plomero de oficio, de nacionalidad irlandesa, llamado Cyril Henry Hoskins, que al igual que muchos supuestos orientalistas nunca pisó los Himalayas y cuyas nociones del budismo tibetano eran librescas (y por lo que se ve mal digeridas). Las predicciones que dejó en su testamento, como legado y advertencia a la humanidad, hubieran hecho sonrojar al propio Nostradamus y a los brillantes economistas que pontifican con su última palabra sobre un mundo real que se complace en llevarles la contraria. En sus últimos textos Rampa rampantemente pronostica que el comunismo invadirá Europa; los Estados Unidos y el Reino Unido se fusionarán; Brasil, Francia y Rusia aplastarán a Alemania y que los comunismos de Rusia y China provocarían una hecatombe espacial en el año 2004. La perla concluye pronosticando la invasión de la tierra por extraterrestres durante este mismo año. Aún es temprano para saber si acertará la maldición. Por otra parte, en un intento de valorizar su literatura llegó a afirmar que su libro ‘Viviendo con un Lama’ le había sido dictado telepáticamente por su gata, a la que bautizó como señorita Fifi Greywhiskers.

Así que cuando tuve como destino de trabajo la India, llegué a ese sorprendente país con una vacuna contra la proclividad mágica. Al poco tiempo tendría que ir revisando mi supuesto blindaje. Una mañana de regreso del trabajo le pregunté al conductor qué pasaba en la ciudad, porque desde que habíamos salido de la oficina no habíamos dejado de ver multitudes en las esquinas, lo que tampoco es muy extraño en lo que será dentro de poco el país más poblado y uno de los más densos del mundo: más de mil millones de personas en un territorio que casi dobla el de la república mexicana. Al chofer le costó trabajo explicarme. Esa mañana habría empezado a manar sed de las figuras de Ganesh, el dios del panteón Hindú, hijo de Shiva y de Parvati, con cuerpo humano regordete y cabeza de elefante. Repetí la pregunta ya en el tono incrédulo que había imaginado el motorista. Con paciencia me explicó que un hecho inusitado se había descubierto en algunos templos de la capital y que el fenómeno se extendía a todo el país, llegando a repetirse en algunos santuarios consagrados al simpático dios menor en el extranjero. No hay que olvidar que Ganesh es la más popular de las deidades hindúes y que se encuentra, como signo auspicioso, a la entrada de toda casa o negocio de los que profesan esa religión, la más extendida en la India (más de setecientos millones de personas), de allí el equívoco en el gentilicio. Los originarios de la India son Indios a secas y no Hindúes, como se llama a los practicantes de esa religión de los vedas. De tal manera que un cristiano, parsi, musulmán, jainista o budista nacido en la India no se siente cómodo de que lo denominen Hindú, sobre todo si tomamos en cuenta la triste rivalidad que prevalece entre quienes afirman que su dios es el único y verdadero, despreciando cualquier creencia ajena. Se que me estoy extendiendo en este asunto pero el equívoco es tan significativo que vale la pena profundizarlo. La ONU ha sido precisa en el término, sin embargo el diccionario Panhispánico de Dudas acepta como admisible el término Hindú, alegando que se ha venido usando para evitar ambigüedad con el gentilicio aplicado a los aborígenes de nuestro continente.

Mientras tanto Ganesh seguía manando leche y yo tenía que asistir al hecho sobrenatural. Dediqué la tarde entera a visitar los templos de la capital. Después de filas interminables, nunca mejor llamadas indias, lograba llegar hasta las figuras empapadas, entre el paroxismo de la gente. Tomé fotografías de esas humedades y conservo un video tape casero donde se registra la escena. Guardo además numerosos artículos periodísticos del día siguiente. Los recabé en principio para enviárselos de regalo a don Gabriel García Márquez, y en homenaje a Macondo. Si me preguntan seriamente sobre lo que vi, solo puedo responder que en efecto, las figuras de culto de Ganesh que visité estaban bañadas permanentemente y nadie explicaba el origen de esa especie de llanto blanquecino. El fenómeno duró del amanecer a la noche, surgió de manera espontánea y que se sepa, nadie distribuyó masivamente el preciado líquido que proviene de un animal considerado sagrado por los hindúes. Claro que este tipo de acontecimientos están tan arraigados en el imaginario de la población que a la mañana siguiente se había olvidado esa suerte de milagro. En la India estos acontecimientos se registran sin aspavientos. Estamos en presencia de una sociedad muy avanzada en ciertas cuestiones científicas y tecnológicas. No hay que olvidar que han desarrollado su propia bomba atómica y son tan duchos en informática que la fuga de cerebros no para. Y a la vez son un pueblo multicultural capaz de dar crédito a cuestiones que ha los occidentales nos parecen inverosímiles o supercherías.

El budismo, por otra parte, tiene un peso muy significativo, aunque es una minoría en la India. En lo que hoy es el reino de Nepal nació el buda histórico. Llegué a Lumbini en una luna llena que marcaba un aniversario más de su nacimiento, 623 años antes de Cristo. Las ruinas son escasas y alrededor del estanque sobreviven numerosos Banyan Tree e higueras que rememoran el sitio donde se dio a luz una criatura que la tradición quiere que haya nacido caminando. Una columna de Asoka, el emperador indio que se convirtió al budismo después de una guerra genocida, marca el lugar exacto. El sitio respira una paz que ese día fue quebrada por la exitosa prueba de un misil nuclear que los indios lanzaron sin respetar la fecha, en esa suerte de paradojas o contradicciones que sufren los países y que han actualizado los chinos. Se empeñan en llevar la antorcha olímpica a los primeros juegos de su historia moderna, abriendo las puertas de su país al mundo de manera simbólica y por otro lado reprimen, causando más de cien muertes, a una comunidad tibetana duramente castigada desde las épocas de Mao. Nunca he aprovechado el espacio de la crónica para incluir un poema mío, pero en esta ocasión pido la indulgencia del lector para agregar un texto de mi libro «El Dedo de Cratilo», publicado por los Cuadernos de Malinalco, en homenaje al Dalai Lama y a sus seguidores, que sufren la intolerancia de una historia que sigue estando, como siempre, de lado de los poderosos:

EN LUMBINI
No buscó el sufrimiento y no ha fingido cuando ha amado
¿amará entonces al sufrimiento que acecha detrás del amor?
(y que en otra faceta asoma su calavera de cuencas oscuras)
No se aferró a nada, nada es y nada será
en ese recipiente que ocupa, menos noble que la arcilla
El cuerpo es un depósito y la mente un estanque de pensamientos
que origina su réplica inútil
No quiere desprenderse del deseo mediante la meditación
No ama al sufrimiento, lo condena a fustigarle
No busca soluciones prácticas en el mundo ilusorio
la «Maya» que puebla y nos habita
Aún no encuentra razón de peso para inclinarse por el desprendimiento
Aprecia el esfuerzo del sabio, quien dentro o fuera de su gruta
construye su morada con la prisión de su libertad
No sigue los pasos del asceta
ni renuncia a los placeres vanos
que se cobran el precio de una existencia entera

Al Buda lo escucha y lo ama
Ha sido incapaz de seguirlo
tampoco yo.

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