Opinión Nacional

Julio Sosa Rodríguez

A los diez años del fallecimiento del Dr. Julio Sosa Rodríguez creo conveniente dedicar estas líneas como homenaje a este venezolano de excepción.

El tío Julio, como cariñosamente era conocido por aquellos que admiramos su bonhomía y don de gentes, fue un venezolano ejemplar. Nacido el 22 de julio de 1923, lasallista de himno entonar, fue uno de los primeros ingenieros de petróleo con los que contó una Venezuela que se definiría por el petróleo y sus circunstancias. Una breve estadía en la Creole le permitió conocer de cerca las operaciones petroleras y la gente del país.

El ánimo emprendedor se apoderó del ingeniero petrolero para dedicar sus esfuerzos profesionales a la construcción de urbanizaciones privadas y obras públicas civiles que aún disfrutan un número importante de caraqueños. Su avivada propensión empresarial lo lleva a tomar iniciativas en el área de seguros y de reaseguros, así como en el mundo financiero a través de la Organización Orinoco. Entendiendo la necesidad de industrializar los hidrocarburos, funda la exitosa empresa Industrias Venoco con el fin de fabricar grasas y lubricantes. En su actividad gerencial se destaca también por el contenido humano que le imprime a la gestión de sus empresas y a la calidad de vida de sus empleados, preocupándose no sólo por su bienestar sino también por su bienser.

Participa activamente en el área gremial empresarial y profesional, y además de presidir cámaras industriales, dirige certeramente el Colegio de Ingenieros de Venezuela, profundizando la venezolanización de la ingeniería.

Ya estas innumeras actividades hubiesen sido suficientes para otorgarle un sitial destacado sitial en la civilidad venezolana. Sin embargo, el Dr. Sosa Rodríguez no limita su quehacer al sector privado y colabora ampliamente en la dirección de importantes empresas públicas: el IVP y la recién creada PDVSA, de la que fue uno de sus primeros directores en momentos en que se necesitaba de su empuje personal y su experiencia gerencial.

Su infatigable actividad de servidor público lo lleva a ser Embajador en los Estados Unidos de América, y Embajador Plenipotenciario (ad honorem) para las negociaciones del ingreso de Venezuela en el Pacto Andino, el cual promueve y obtiene a pesar de las opiniones de colegas empresarios de estrecha visión para los negocios.

Fue igualmente Ministro de Hacienda en una de las etapas más delicadas que ha experimentado la economía venezolana, y no quiso ser Ministro de Energía y Minas para preservar la transparencia de su quehacer empresarial en el sector de hidrocarburos.

La Academia también recibió su apoyo y concurso, fue profesor de Ingeniería de Petróleo en la UCV y Presidente del Consejo Superior de la Universidad Metropolitana, donde lo conocí con mayor cercanía e intimidad, y pude valorar las excepcionales condiciones humanas y gerenciales de este insigne compatriota que además tuvo el mérito de ser uno de los pocos venezolanos que, al momento de la salida de Carlos Andrés Pérez de la Primera Magistratura, a pesar de la animosa insistencia de la dirigencia del país, declinó ser Presidente de la República.

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