Opinión Nacional

Las lecciones de Myanmar

El sábado 4 de Mayo del corriente año, un ciclón grado cuatro llamado Nagris asoló el delta del río Irrawaddy en Myanmar, la antigua Birmania, país del sudeste asiático que limita al norte con China, al sur con el mar de Andamán, al este con Laos y Tailandia, y al oeste con la India, Bangladesh y el golfo de Bengala. La ONU indicó que un millón y medio de personas podrían estar afectadas por las secuelas del fenómeno natural.

Hasta ahora, la prensa oficial birmana habla de 22.980 muertos, pero se teme que la cifra pueda llegar a los 100.000. Cientos de miles de personas carecen de alimentos, agua o un lugar donde resguardarse, por lo que se estima que muchos podrían morir si la ayuda no les llega a tiempo.

Como si el desastre natural no fuera suficiente, un régimen militar antidemocrático tiene secuestrados los destinos de ese noble pueblo desde 1962 y desde 1992 no tiene elecciones parlamentarias, cuyos resultados fueron desconocidos por el régimen porque les fueron adversos. A pesar de la desgracia de la desventurada nación, para el régimen es más importante mantenerse en el poder que socorrer a sus compatriotas sin mayor dilación o distracción en otros eventos.El régimen militar prometió, a pesar de la devastación causada por el ciclón, cumplir con lo previsto en cuanto a la votación. «El referéndum está a unos pocos días y la gente encara con alegría la votación», señaló una declaración oficial luego de la catástrofe. El referendo efectuado por el gobierno para el sábado 10 de Mayo, en el que se consultó una reforma a la Constitución para prorrogar su permanencia en el poder, no sonaba muy prometedor, ya que desde distintos frentes denunciaron fraude.

Los generales de la junta son muy supersticiosos y seguramente interpretaron el ciclón como un mal presagio. La junta además ve espías en la mayoría de los extranjeros. Sólo unos pocos pueden trabajar en Myanmar. Así, la necesidad de la gente sólo aumenta, porque hay muy pocas organizaciones de ayuda en el país.

La gran mayoría de los birmanos es tan pobre que el año pasado fueron los primeros en el mundo en salir a la calle desesperados por el aumento de los precios de los alimentos. El hambre llevó a la mayoría a ello, a pesar de las amenazas. La junta militar acortó las subvenciones para el aceite de cocina y muchos temieron por su supervivencia.

La venganza de los generales no se hizo esperar. Cuando decenas de miles de monjes se sumaron a las protestas y las personas dirigieron su descontento también contra el régimen, los reprimieron en septiembre pasado. Tras días de protestas en la metrópoli portuaria de Rangún, los militares abrieron fuego contra los pacíficos manifestantes. Al menos 31 personas fueron asesinadas. Las fotos de los monjes cruelmente masacrados circularon por todo el mundo. Miles fueron detenidos y desaparecieron en las prisiones donde son torturados.

Según testigos oculares, Rangún, la capital de Myanmar antes de noviembre de 2005, presenta hoy un paisaje de guerra. En la ciudad de cuatro millones de habitantes, los árboles cayeron sobre las calles y las casas se quedaron sin techos. El ciclón también se llevó las numerosas antenas satelitales que permitían a muchos en este país aislado comunicarse con el mundo exterior. En los barrios pobres de los alrededores, las casas de latón no tuvieron ninguna oportunidad ante los potentes vientos.

En un comunicado, el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, urgió a la Junta Militar de Myanmar dar prioridad a los esfuerzos de ayuda por encima de la organización de un referéndum sobre una Constitución ampliamente criticada por la población de ese país asiático. Sería más «prudente enfocar la movilización de todos los recursos y la capacidad disponible en los esfuerzos para responder a la emergencia», indicó textualmente el máximo dirigente de la Organización Mundial.

Sin embargo, basado en lo dicho por el canciller de Birmania, el gobierno parece reacio a cooperar. Podría aceptar efectivo o ayuda de emergencia, pero no equipos internacionales.Actualmente Myanmar da prioridad a recibir suministros de emergencia y está haciendo esfuerzos extraordinarios para transportar esos bienes sin retraso con sus propios equipos a las áreas de desastre.Los hacen ellos mismos sin tener ni los equipos ni la capacidad para ello, ya que se resisten a la cooperación extranjera de grupos especializados de salvamento. Entretanto miles siguen muriendo. Un equipo de trabajadores de ayuda y periodistas que llegó a ese país en un vuelo procedente de Qatar fue deportado. Al menos 40 expertos de la ONU esperan en Bangkok por visas para ingresar a Myanmar. A dos miembros de un equipo de Naciones Unidas para evaluar desastres se les negó acceso cuando llegaron al país a pesar de que aparentemente tenían todos los documentos en regla.. Un millón y medio de personas resultaron severamente afectadas y existe un peligro real de que una tragedia aún peor podría desatarse si la ayuda no llegaba rápido a aquellos que la necesitan desesperadamente. El mundo ha contemplado una atrocidad masiva por la lenta respuesta de Myanmar a los ofrecimientos de ayuda internacional.Rangún está completamente aislada, sin agua, con las calles bloqueadas. Es difícil moverse; todo se ha vuelto caro.

Las fuentes de agua se secaron. Incluso al usar sus propios medios de bombeo no logran extraer agua de la red de suministro. No pueden siquiera ducharse. Todos los servicios están interrumpidos.Los soldados solamente están ayudando a la gente que vive cerca de los edificios militares, pero el centro de Yangón parece un pueblo fantasma.

Las cifras de muertes causadas por el devastador ciclón Nargis en la otrora Birmania no dejan de aumentar. Ahora, las autoridades informan que son al menos 22.464 las víctimas fatales.

El último informe oficial transmitido por la televisión estatal birmana estima que además de los muertos y heridos hay unas 41.000 personas desaparecidas.

Finalmente, El ministro de Relaciones Exteriores de este país del sudeste asiático, Nyan Win, dijo que el gobierno militar está dispuesto a aceptar la ayuda ofrecida por la comunidad internacional Se trata de una concesión inusual de la junta militar que gobierna Myanmar desde hace unos 46 años. Cuando el poderoso tsunami asiático arrasó con la región a finales de 2004, el país rechazó la ayuda.

Mientras que las organizaciones humanitarias coordinan esfuerzos tramitando el ingreso al país, con el objetivo de desplegar una operación a gran escala, las autoridades son reacias a concederles el permiso para concretar la ayuda.

En la capital, miles de edificios quedaron derribados hasta los cimientos, el tendido eléctrico destrozado y las calles bloqueadas por los árboles caídos, lo que afecta las tareas de rescate. Hasta el sábado 4 de Mayo, la opinión común entre los birmanos era que las cosas no podían empeorar. El paso del Nargis, con vientos de cerca de 200 km/h, suma otra catástrofe para un pueblo golpeado En los últimos meses el país seguía hundiéndose en la pobreza, luego que multitudinarias protestas antigubernamentales encabezadas por monjes fueran brutalmente aplastadas el año pasado .

Las lecciones de Myanmar están claras. Los rigores climáticos lo sufrirán con mayor impacto las comunidades pobres del mundo, incapaces de organizarse para recibir la ayuda “extranjera” como si eso fuera más importante que socorrer a las personas y salvar sus vidas. La “dignidad” del poder que reina en la pobreza de quienes lo sustentan, la soberanía antidemocrática que “dignifica” el hambre y la sed de un pueblo acaecido, nos hacen ver lo difícil que es sobrellevar una situación de crisis natural no solo con el subdesarrollo económico a cuestas, sino tambien arrastrando la carga del subdesarrollo político, con dirigentes que priorizan sus privilegios a la vida de sus pueblos.

Tambien nos es claro que el Comité de Seguridad de la ONU no se reunió para tratar el socorro a Myanmar. Los pobres, la mayoría del mundo, parece que no existieran y que a pesar de ser mayoría, no alcanzan la altura de la tribuna de la ONU, ahogada su protesta y su reclamo por representaciones nacionales formales que colocan un cintillo de silencio en la boca de sus pueblos. El Clima, crudamente sacude a la Tierra, pero los poderes globales de la Humanidad creen que solo las guerras, consecuencias de las causas que no se quieren abordar como la pobreza integral de las mayoría humana del planeta, merecen su atención y declaran “su emergencia. El Clima llegó y nadie quiere escuchar sus tambores. Sonó con fuerza en Nueva Orleans y en Myanmar. Pero el mundo no quiere despertar ante su nueva realidad y las naciones dormitan en sus sueños de consecuencias sin develar la pesadilla de sus causas.

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