Opinión Nacional

Enseñar a amar la arquitectura

Hablar sobre el Taliesin de Wright lleva inevitablemente a reflexionar sobre la enseñanza de la arquitectura.

Una de las primeras cosas que puede decirse desde la atmósfera política actual venezolana es que una experiencia como Taliesin sería imposible en un sistema político que tenga la pretensión de regir de modo excluyente el sistema educativo. Taliesin nace en los Estados Unidos en un tiempo (1909-10) en el que el Estado no establecía normas compulsivas para la enseñanza de la arquitectura y el otorgamiento de la licencia (o el título) de arquitecto, tal como no existían para ese entonces en ninguno de los países europeos, a pesar de la generalización del sistema Beaux Arts, que venía a ser como un punto de partida que, asociado a la experiencia de construcción y a requisitos que variaban de país a país permitían ejercer como arquitecto.

Es esa libertad la que nutre una experiencia como Taliesin, libertad por cierto análoga, ya lo dije la semana pasada, a la que permitió a Alberto Cruz y Godofredo Iommi instaurar un sistema de enseñanza singular en la escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso. Porque la arquitectura requiere de la mayor libertad posible de aproximación a la tarea docente para escapar del deseo de imitar que hoy parece rutina en muchas escuelas del mundo y permitir que desde una ética personal tanto del profesor como del alumno, pueda tener lugar un diálogo y una asignación de tareas capaces de motivar un esfuerzo de aprendizaje más auténtico y sobre todo más responsable a largo plazo.

La experiencia que desarrolló Jesús Tenreiro después de los tiempos de la llamada “Renovación” de 1969-70, ayudado por la enorme libertad que surgió de esos movimientos, se fundamentó en abordar la labor profesoral desde una perspectiva esencialmente psicológica y no de desarrollo de “destrezas”. Valoró sobre todo el compromiso con el deseo de ser arquitecto, la fidelidad, podríamos decir, a una pasión. Y muchas veces confirió calificaciones bajas a los supuestamente más destacados y altas a los desfavorecidos por el talento porque en estos últimos veía valores éticos respecto al rol de estudiante, de discípulo, que merecían un apoyo y un estímulo. Ese enfoque fue un ejemplo fundamental para todos nosotros sus compañeros en la Facultad de la UCV.

Jesús buscaba desarrollar en el estudiante una reciendumbre no orientada al éxito sino al amor al oficio y fundamentada en el esfuerzo de establecer un territorio personal. Convencido como estaba de que el aprendizaje formalizado esquiva lo esencial: un compromiso profundo y estable con un proyecto de sí mismo asociado al ejercicio de esta profesión.

Esa libertad es por supuesto imposible si se ve la enseñanza universitaria como un proyecto de Estado, tal como muchos encumbrados oficialistas buscan proponer en la Venezuela actual. Al Ministro de Cultura del Caudillo, quien conoció muy bien a Jesús Tenreiro, quien fue mi alumno en la UCV y años después mi socio y compañero de docencia, le pregunto si él cree que las experiencias post-renovación o la que después se dio en nuestro Taller Firminy, fundado en 1983 luego de un cierto forcejeo con las autoridades de la Facultad que finalmente debieron aceptar nuestra autonomía para ejercer la docencia como nuestras convicciones lo dictaban; le pregunto repito, si él cree que esa libertad fue inconveniente, si se permitió con ella que se filtraran en los conocimientos que impartía Jesús o impartíamos nosotros, criterios “imperiales” insidiosos. Si por haber decidido lo que debíamos hacer nosotros mismos, estábamos entonces atentando contra la ética social. Y la respuesta será no, un no rotundo, porque Sesto sabe que la enseñanza de la arquitectura debe admitir diversidad de enfoques que se expongan ante el estudiante para que éste se afilie a alguno de ellos, decida seguirlo y experimentar con él, para en definitiva convertirlo en punto de partida de su desempeño.

Porque el mayor enemigo de la educación es la imposición de esquemas y conceptos moralistas desvinculados de la realidad personal. Si en la enseñanza básica son necesarios los programas que crean una base común, hay muchos aspectos de la enseñanza superior que exigen libertad amplia para el docente. Regimentar en este nivel es un despropósito sólo justificado por el trasnocho ideológico.

Si hablamos de la enseñanza de la arquitectura, estoy convencido que uno de los mayores avances que se obtuvieron en nuestra Facultad fue el de permitir la creación de grupos de enseñanza que se formaban con arreglo a ciertas afinidades y que organizaban los programas de cada semestre con entera libertad. Podía admitirse por ejemplo, le enseñanza vertical, es decir, la de manejar en un solo grupo alumnos de distintos niveles, método de aparente complejidad que nunca presentó problemas reales, siendo, según ciertas perspectivas pedagógicas, difícil de implementar. En mis recorridos por distintas universidades del mundo nunca encontré argumentos para devaluarlo. Pero siempre hay, particularmente en nuestro medio porque deseamos siempre modificar las llamadas “estructuras”, quien pretenda revisar lo actuado y evitar su continuación. Cuando el verdadero problema, en cualquier proceso educativo, no está en el método sino en la lucidez mayor o menor del docente.

Esa es una de las mejores enseñanzas de la experiencia de Taliesin. Pero no debemos olvidar que aquí entre nosotros han florecido también modos de enseñar, perspectivas pedagógicas innovadoras y de enorme valor, que han sufrido, es la tragedia venezolana, de la mezquindad y la medianía, de la cortedad de miras típicas de nuestra sociedad y por ello se pierden en la memoria, acosadas por un contexto político perverso, sea en la cuarta como en la quinta, o por la mediocridad de las jerarquías universitarias. Pero habrá momentos mejores. Y para entonces invito a quienes fueron han sido testigos y permanecen callados, que desdeñan la importancia del testimonio escrito, a ayudar a que no triunfe el olvido.

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Como en Venezuela se ignora lo que más importa, en la “Memoria” de los 50 años de la fundación de nuestra Facultad de Arquitectura se ignora el legado de Jesús Tenreiro. Pero su labor dejó una huella trascendente que el tiempo rescatará.

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