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La Marcha de los Papeles

Yo quiero que me convoquen a una marcha en donde yo lleve un pedazo de papel en la mano.  Una marcha en donde centenares de personas lleven por escrito lo que más les duele, lo que más necesitan, lo que más quieran exigir.

Una madre en Táchira marcharía con un papel con el nombre de su hija, que se la mataron en una calle a plena luz del día –y la oposición culpa a los colectivos; y los colectivos, a la oposición- y a la señora eso no le interesa. Le mataron a su hija. Ella tiene que poner eso por escrito. Esa señora, esa madre, tiene que entregarle ese papel a alguien. A alguien en este mundo le tiene que importar.

Otras madres de estudiantes y bachilleres, escribirían el nombre de sus hijos que salieron a manifestar y no regresaron a casa. Pareciera que no se han ido, que de un momento a otro fueran a entrar por esa puerta, pero no, ya no están.

En una partitura se podría escribir sobre un músico que mataron. Notas de mucho dolor. Notas graves y todo un pentagrama lleno de lágrimas.

Los ancianos y los enfermos escribirían la lista de medicinas que tienen que tomar y hace meses -¿años?- que no las consiguen. Medicamentos que desde hace mucho se recitan en las farmacias: “meganeubiónmiovitmaloxfordexdigoxinavitaminakalprazolmansertralinaacetaminofénmirtazapinaprimperánlamoctriginacentrumpharmatóncepacollafarcaínabuscapinacompósitumlepritfixopánolanzapinatodexloviscolrivotrilterramicina…” y cuando el anciano o el enfermo hace una pausa para tomar aliento, el farmaceuta le dice: “Ya no hay”.

Las personas que están pasando hambre; que ahora se amarran el pantalón con una cuerda; que ya están irreconocibles por haberse convertido en unos esqueletos con piel; ellos escribirían la lista de alimentos que desearían poder comer.

Otros, quizá los menos sufridos, escribirían todos los nombres de los hijos, hermanos, amigos, compañeros que se fueron del país y que ya lo han dicho: no van a regresar jamás. No nos volveremos a ver.

Una madrina cualquiera muy bien podría escribir: “Yo quería que mi ahijada se quedara aquí y fuera médico en Venezuela igualito que su mamá y su papá, que su abuela y su abuelo; pero se me fue para Toronto, revalidó sus estudios y ahora va a ser médico en Canadá”.

Los familiares de los presos a la espera de un juicio o de la libertad… Sus escritos serían cartas de amor a su marido, a su papá, a su hijo, a su hermano. Cartas llenas de aliento con una promesa: “Te estamos esperando, no desfallezcas, que te vamos a esperar, te queremos, te queremos tanto”.

Cualquiera puede conseguir un pedazo de papel y, si no sabe escribir, puede pedir el favor: “Escríbame ahí que por donde yo vivo no se puede respirar, aquello es puro humo de gas o de caucho quemado. Ponga que yo estoy mal de los pulmones y que no consigo una cosa que me dijo el doctor, una cosa que se llama nebulización”.

Una marcha a la cual no lo convoquen a uno vestido de blanco. Ya no queda blanco ni colores pastel. El agua es marrón y todo se ve rucio o, mejor dicho, “ejperrujío”. A mí me da vergüenza salir con la ropa blanca que me queda, porque se ve sucia y yo, sucia, no soy. Me estoy vistiendo de marrón, de gris oscuro, de azul marino. Es que tampoco se consigue jabón. Yo no puedo salir a marchar con gente que sí se puede estrenar una franela blanca ese día. Yo no tengo con qué comprar ropa; lo que tengo que conseguir es pañal para mi nieto.

Una marcha a la que se pueda ir sin un collar de perlas, o un rosario, o una estatua de la Virgen, o una rosa blanca, porque… ¿cómo cuánto costará una rosa? ¿Mil bolívares? ¿Diez mil bolívares? La verdad es que no sé… y me quiero comprar un bistec de hígado. Tiempo sin comer carne.

Entonces uno va con todo el mundo enseñando su papel. Papeles en alto. Y llega al sitio y lo entrega. ¿Qué no se pudo llegar al sitio? Entonces la gente más afortunada, que puede comprar cinta adhesiva, tirro, cola, goma de pegar, empieza a tapizar las paredes, los muros, las autopistas con nuestros escritos. Allí quedarían como un rompecabezas perfectamente armado y uno podría ir leyendo: “Hija querida, te mataron y yo lo que me quiero es morir; tengo hambre, y cada vez que hago cola para comprar pan, se termina antes de que a mí me toque mi turno; por lo más sagrado, necesito una medicina, me estoy muriendo del dolor; yo nunca pensé que mi vejez iba a ser así, tanta familia y ahora, sola; ¿dónde estás, hijo? No estás en la morgue, no estás detenido, ¿cómo es eso que hay una lista de desaparecidos? ¿Desaparecidos, dónde?

Papeles sin maldiciones, sin groserías, sin insultos, sin amenazas, sin ira y sin renor. Papeles en donde quede muy claro qué es lo que cada uno de nosotros está padeciendo, está necesitando y ve que ha llegado la hora de exigir.

La Marcha de los Papeles. Ya yo escribí el mío. ¿Dónde lo puedo entregar?

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