El ambiente es la vida
El ambiente es el factor capaz de contenernos en la globalidad de nuestros procesos y funciones, bien sea como individuos o como sociedad. La vida a su vez, la existencia de lo orgánico, de lo que se reproduce asimismo, se establece en base a conexiones que destacan por su diversidad, fluida interrelación y una serie de encadenamientos de eventos donde las formas parecieran ser recipientes temporales de algo todavía mayor e inesperado, una suerte de energía capaz de manifestarse en un estado material y otro inmaterial, que no se ve pero que se comunica.
Cuando lesionamos al entorno en el cual vivimos, en la creencia indolente de que no tiene nada que ver con nosotros, lo que colocamos en expresa evidencia es la ignorancia o falta de cultura biológica que manifestamos en nuestro hogar y fuera de él. Cuando observamos como se construyen edificaciones grandes o pequeñas , públicas o privadas, sin contemplar un parque, un jardín, un árbol, no podemos menos que lamentar la pobreza de valores ambientales en quienes construyen la ciudad, restándole a la población y negándose a si mismos, la calidad de vida que solo el verdor de las plantas concede. Desconocen en verdad, que quien vive sin plantas vive menos y con menor plenitud. Que para que la vida tenga sentido, necesita llevarse cerca de un jardín, porque existe un evidente paralelismo funcional entre la vida, las plantas y la calidad del aire que se respira.
Una respiración más limpia y prolongada, tiene notables efectos benefactores en la salud. Permite una mejor coordinación física, retarda el envejecimiento y cuando éste aparece, permite vivirlo con lucidez extraordinaria. Permite tolerar el dolor que no es otra cosa que el grito de las células y los tejidos cuando les falta el oxígeno.
Un día de campo o playa no contaminada, le confieren los nutrientes a la vida que el concreto y el asfalto le roban. Una conversación o un encuentro en un espacio verde, es mucho más pleno y gratificante que otro en los laberintos citadinos, donde los ruidos de la urbe devoran cualquier instante de solaz. Sin embargo, vemos como multitudes de seres humanos se agolpan en interminables colas, promoviendo el suicidio de la tranquilidad colectiva, manifestando un acelerado ritmo de vida que es el caldo de cultivo ideal para que las destructivas enfermedades psicosomáticas aparezcan, operando como carceleros implacables de la humanidad que transpira angustia, zozobra y ansiedad en grado extremo, creando el ambiente ideal para que depredadores humanos aparezcan de los nichos laberínticos de la urbe , convirtiendo la surrealista condición alienante en la trágica circunstancia del delito atroz del asesinato, del secuestro, del atentado contra la integridad de la vida.
En algún momento de nuestras vidas, hemos leído o escuchado la hermosa descripción del Jardín del Edén. ¿Qué hacía del Edén el lugar perfecto para la morada del ser humano? Evidentemente, el verdor espléndido de su vegetación. La abundancia de agua, de alimentos, de recursos para la vida, que abonaban ese suelo fértil proporcionando el sustento, el resguardo, el hogar, el vestido, la seguridad bienhechora de la armonía total, donde el trabajo es a la vez recreación, porque se hace en el extraordinario paraje donde la diversidad natural llena de maravillas y novedades el paisaje, en una riqueza inagotable de nuevas especies por admirar y disfrutar.
Pero cuando el espejo de Dios, el ser humano, quizó convertirse en su fragmentador y pretendió romper la armonía de lo que ya estaba reunido, comenzó a incomunicar las piezas y elementos de la orquesta natural aislándolas del entorno, estableciendo desequilibrios que desencadenaron consecuencias insospechadas y no previstas : dos de los cuatro ríos que surcaban al Edén se secaron, las aves migratorias dejaron de frecuentar el idílico paraje, las abejas polinizadoras emigraron , puesto de que ya no tenían las flores fantásticas que emergían de las semillas que portaban la aves visitantes. Así entonces, la dulce miel dejo de encontrarse, pero tambien los frutos porque ya no había polinización cruzada, y la fauna que de ellos se alimentaba.El hombre comprendió que el ambiente era la vida que él había expulsado del Paraíso. Desde entonces tenemos la misión de comprender que el ambiente es la vida y que no hay Paraíso sin su redención.