Opinión Nacional

La fama a toda a costa

Los espacios de la fama permanecen siempre abiertos en Estados Unidos, y es asunto de aprovechar las oportunidades doradas de saltar a las pantallas de televisión, los sitios de Internet, y aún el mercado de objetos comerciales para hacer pagar a los demás el precio de la propia celebridad. Los motivos del ascenso pueden ser inesperados o variados, y resultarán rentables en la medida en que se tenga la habilidad de buscarles provecho, igual si se es víctima de una traición marital, y aquí se trata de sacarle partido a la infidelidad del otro; o se tiene la astucia de colarse en una fiesta de gala en la Casa Blanca, y aquí se trata de sacarle partido a la audacia, y al descaro.

            El primero es el caso de Jenny Sanford, esposa del gobernador republicano de Carolina del Sur, Mark Sanford, aspirante a candidato presidencial y epítome del político conservador en un estado en donde, por años, el reinado de los asuntos públicos ha pertenecido a los hombres blancos protestantes, los WASPs (white anglo-saxon  protestant).

Jenny fue el motor de las campañas de su marido, su manager tras bastidores, su primer ministro virtual, y el glamoroso poder detrás del trono. Hasta que estalló la tormenta. El gobernador, en la cúspide de su poder, se embarcó en un ardiente affaire amoroso con una beldad argentina, María Belén Chapur, a la que llegó a llamar su “compañera del alma”. Una historia suficiente para encender las llamas de los tabloides populacheros y de las revistas del corazón, en las que se consumen las vidas de los famosos, sobre todo cuando tropiezan y dejan de ser fieles a la regla de la sociedad puritana que manda que todo se puede, mientras no se sepa.

La esposa traicionada se creó pronto una imagen de mujer sufrida, capaz de llevar con estoicismo y dignidad la afrenta, y ahora sus memorias relacionadas con la infidelidad del marido serán publicadas en Nueva York por la editorial Ballentine, que las anuncia como un ejemplo notable de “el asunto universal de mantener la integridad personal  y el sentido de sí misma durante tiempos de dificultad”.

La víctima ha sido declarada, además, como una de las diez personalidades más fascinantes de Estados Unidos en el programa de Barbara Walters en la cadena ABC, quien ya la ha entrevistado, y ahora Jenny registra su nombre como marca para vender ropa de moda, camisetas, gorras y tazas. Y como la fama da también poder político independiente,  tiene ya su propia candidata, Nikki Haley, para suceder en el cargo de gobernador al marido, golpeado en su imagen por la crisis de infidelidad, y bajo acusación por diversos cargos de corrupción; y nada descarta que ella misma se lance en persecución de algún puesto público en el futuro.

            En el otro extremo del espectro de asuntos explotables para el mercado, está el caso de una pareja de arribistas consumados, Tareq y Michaele Salahi, de Virginia, condueños y herederos de una vinatería quebrada, perseguidos ferozmente por sus acreedores a través de acciones judiciales y metidas en deudas morosas hasta con el peluquero de Michaele. Su fama viene de que ambos se las arreglaron para colarse entre los cuatrocientos invitados oficiales a la fiesta de gala que el presidente Obama y su esposa Michelle ofrecían en la Casa Blanca en honor del Primer Ministro de la India, Manmohan Singh.

            Tareq se vistió de etiqueta y Michaele, para hacer mérito a la ocasión, con un sarí típico de la India, y no tuvieron dificultades en traspasar las barreras de seguridad impuestas por el Servicio Secreto para controlar la entrada de los asistentes a los actos en la Casa Blanca, controles que suelen ser generalmente severos y que resultaron quebrantados por la aventurada pareja, a tal grado que el hecho sumió en el bochorno a los responsables de la seguridad personal del presidente Obama y de su entorno. Los Salahi, muy campantes y airosos, hicieron fila para saludar al presidente, se fotografiaron con él, alternaron con los demás invitados a su gusto, y cenaron y bailaron toda la noche.

            Ahora, famosos gracias a su osadía, están dispuestos a dejarse entrevistar por los más reputados programas de televisión, siempre que les paguen las gruesas sumas que ellos piden, claro está; han contratado una jefa de relaciones públicas, cobran aún por dejarse fotografiar, y no sería extraño ver pronto en el mercado sus productos personales, un sarí que haga moda, por ejemplo, camisetas, aretes, osos de peluche y tazas para el café, y, por supuesto, el consabido libro en el que cuenten cómo prepararon el golpe de su entrada triunfal a la Casa Blanca, burlando a todo el mundo.

            El fugaz momento que la fama depara a los mortales, del que hablaba Andy Warhol, para disfrutarlo mientras dure.

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