Opinión Nacional

La cuna del Libertador

Cuando Juan Barreto, entonces Alcalde Metropolitano de Caracas criminalmente empeñado en dejar a la ciudad sin gobierno, le entregó la Policía Metropolitana a ese torvo personaje de apellido Rodríguez Chacín, entonces ministro del Interior, este declaró que de entonces en adelante la PM se encargaría de proteger a los “pobres”, pues los “ricos” podían pagarse su propia vigilancia privada.   

                No había pasado demasiado tiempo cuando los vecinos de un barrio de Petare se preparaban para celebrar las correspondientes fiestas patronales, pero como era previsible que en el jolgorio se infiltraran malandros capaces de convertir la festividad en funeral, se dirigieron a la Policía Metropolitana para solicitar protección. La respuesta fue afirmativa a condición de que cancelaran una cifra inalcanzable para aquellos modestos moradores; estos no se amilanaron y acudieron a la Guardia Nacional con su solicitud, pero la respuesta que recibieron fue idéntica. Ante el desconcierto, a uno de los vecinos se le ocurrió dirigirse al “malandro mayor” del barrio, quien, con el mejor ánimo y sin pedir nada a cambio, aceptó convocar a los suyos para garantizar el orden en la fiesta y mantener a raya a los malandros de los barrios vecinos.

                La prensa de estos días ha informado abundantemente acerca de esa nueva modalidad delictiva que consiste en el asalto a edificios completos como si fueran fortalezas medievales y cuyos habitantes, encerrados en un solo espacio, son despojados de todas su pertenencias y eventualmente maltratados y hasta violados. La vigilancia privada de estos “ricos” tampoco sirvió porque todo, desde la impresión de las víctimas hasta las hipótesis de los funcionarios oficiales, sugiere que esos asaltos son perpetrados por policías. La prensa de estos días nos informa que apenas existen once patrullas operativas de la Policía Metropolitana en toda la ciudad, lo cual, en consideración de lo anterior, no deja de ser un alivio.

                El municipio bolivariano Libertador (recordemos que así lo rebautizó el eminente Bernal), para el cual Jackie la Usurpadora ha querido reservar en exclusiva el nombre de Caracas, se ha convertido en el reino de la anarquía: después de publicitadas operaciones de desalojo, los vendedores ambulantes vuelven a ocupar sus aceras con entusiasmo creciente sin que haya “autoridad” que los moleste; motociclistas y choferes de busetas se solazan en violar todas las normas de tránsito en las narices de los responsables de hacerlas respetar; cada semáforo cuenta con un fiscal de tránsito (y a veces dos y hasta tres) que se encarga de ordenar a automovilistas y peatones que hagan lo contrario de lo que indica el mecanismo.

                Las anteriores son apenas unas pinceladas del estado al que diez años de revolución bolivariana han reducido a la “cuna del Libertador”. Es difícil creer que su espada esté recorriendo América cuando hace falta poner tanto orden en su propia ciudad.

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