¡Pobre Escuela!
En estos días desde el preescolar a la universidad se levantó un gran clamor mostrando al desnudo la lamentable realidad de nuestro sistema educativo: la gran mayoría no tiene acceso a una buena escuela. Vimos a los padres y representantes angustiados buscando libros, uniformes, útiles y cupo escolar, ahogados por tanto gasto y con numerosas escuelas sin abrir; a los maestros y profesores protestando por sus bajos salarios, y los retrasos e incumplimientos en los pagos; a los responsables de los centros privados atrapados entre la necesidad de subir las mensualidades al menos 30%, para no desmejorar con la inflación, y la perversa prohibición de no pasar de 15%; a los funcionarios oficiales convertidos en bomberos tratando de apagar miles de emergencias; y a los ministros de educación respondiendo a las protestas con declaraciones patéticas -con más buena voluntad que posibilidades- a tantos reclamos justos.
Estamos desbordados. Lo vemos en las universidades: las de financiamiento oficial están empobrecidas y desgastadas buscando recursos de supervivencia En las privadas, no podemos hacer los aumentos que los profesores y empleados desean y se merecen, y la inflación desbocada nos obliga a dolorosos incrementos de las mensualidades. No hay política pública de becas y créditos educativos para casi medio millón de jóvenes que estudian en educación superior privada y los necesitan. Quisiéramos abrir las puertas a los que desean entrar, ¿pero quién paga sus estudios, y qué posibilidades tienen muchos de hacer una buena universidad con un mal bachillerato? ¿Cómo mantener nuestra calidad comparable con las buenas universidades del mundo con presupuestos 4 o 10 veces superiores a los nuestros?
Dramático cuadro que obliga a sincerar la realidad y pensar las soluciones en conjunto partiendo de algunos hechos evidentes como los siguientes:
1) La educación no es de ningún Estado-partido, sino de todos los que en este correcorre septembrino lo viven como propio: los padres, los educadores, directores, ministros, alcaldes, gobernadores, rectores, comunidades, estudiantes y otros. ¿De quién es la educación? De todos ellos y de ninguno en exclusiva.
2) La educación venezolana, más allá de la propaganda, está siendo derrotada. La Constitución Bolivariana nos compromete a producir educación de calidad, gratuita y obligatoria, para todos hasta terminar la secundaria; pero la realidad que tenemos es de calidad lamentable y con la mitad de años de escolaridad. La escuela de la mayoría de los pobres es vergonzosa y discriminatoria. No es diferente el cuadro en la educación superior.
3) Tenemos un Gobierno millonario que no aplica a la educación el dinero que ésta necesita para multiplicar centros educativos, elevar la calidad y los años de escolaridad, y garantizar mejores ingresos a los trabajadores de la educación. No hay ninguna política coherente para promover, estimular, apoyar la formación de los miles de maestros que se necesitan en física, química, matemática, biología y otras asignaturas y no se están formando ni la mitad de los jóvenes educadores que el país requiere.
4) También estamos perdiendo la batalla en la formación en valores. La mala hierba y la viveza malandra crecen solas, pero la solidaridad, la honradez, la productividad, el espíritu de trabajo, la defensa de la vida y el respeto a la diversidad y pluralismo, requieren cultivo y atención esmerada, que no abundan.
Para ir solucionando este grave problema se requiere un esfuerzo nacional decidido y continuado de diez o quince años que convoque a todos. Sólo es posible una mejora radical del sistema educativo venezolano si aceptamos que la educación no es propiedad, ni responsabilidad exclusiva de nadie, que los hijos no son del partido de gobierno, y si reconocemos las limitaciones de cada parte, la pluralidad de responsabilidades (familiares y sociales, oficiales y privadas) con diversas visiones de la vida que confluyen en esta tarea pública de la sociedad entera y de su Estado.
Dejemos las indoctrinaciones trasnochadas e imposibles, busquemos juntos soluciones y multipliquemos las experiencias exitosas. De lo contrario, como vamos ahora, la escuela exitosa es imposible, y sin escuela no hay buen futuro para Venezuela. El hampa mata al instante y la mala escuela a futuro.